El fenómeno “Barbie” desatado por la película homónima puso en evidencia que, en cuestión de construcción de géneros, las muñecas tenían mucho para decir. El popular y discutido film dirigido por Greta Gerwig protagonizado por Margot Robbie postulaba que, lejos de lo afirmado por décadas, la muñeca icónica estadounidense por antonomasia no habría tenido solo efectos negativos en la construcción de subjetividades infantiles: estereotipos de belleza, clase social o raza hegemónicas cuya búsqueda hizo sufrir y enfermó a generaciones de niñeces. 

También habría empoderado a las féminas enseñándoles desde la más tierna infancia que habría otros horizontes posibles más allá de los tradicionales tales como el hogar o las maternidades. Las diferentes variantes de Barbie -deportista, modelo, empresaria, obrero, presidenta- eran prueba de ello. A su vez, el guion de Gerwig y Noah Baumbach se focalizaba en la indiferencia de la muñeca hacia Ken y su consecuente independencia del compromiso social del matrimonio. 

Prodigiosa Marilú. Historia de una muñeca de moda 1932-1961, el flamante y genial libro de Daniela Pelegrinelli editado por Ampersand, da cuenta de que, en términos de fenómeno comercial y cultural, Argentina tuvo su versión local de Barbie. A su vez, tal como enuncia la autora, “como todas las muñecas de moda, como la moda misma, Marilú encarnó las ambigüedades propias de la posición social de las mujeres: entre el poder y la sujeción; entre el cuidado de la apariencia, siempre en peligro de tornarse excesivo -pero cuando no existe también se condena por antifemenino- y la moderación como símbolo de una también proclamada virtud; entre el aprendizaje imprescindible de código que permitió integrarse a la vida social y los intersticios de subvertir o desoír ese mismo código para transformar la propia vida y la de otras mujeres”.

Todo comenzó el 14 de diciembre de 1932, cuando una joven rosarina recientemente divorciada que provenía de una familia de sectores privilegiados, Alicia Muna Larguía (1897 -1976), en sociedad con Editorial Atlántida -vía la popular revista infantil Billiken- lanzó al mercado argentino una muñeca con en el nombre Marilú. 

Más pronto que tarde, Marilú se convirtió en el que quizás sea el primer suceso multimedia argento: a la venta desmesurada de muñecas le acompañaron historietas, una revista propia plena de moldes de prendas de vestir, una marca de ropas para mujeres y negocios homónimos de juguetes y vestidos -Casa Marilú- situados en las entonces aristocráticas calles Florida y Santa Fe. 

Tal como se nos informa en el libro, a Casa Marilú iban a comprar los sectores sociales privilegiados y medios. Es más, algunos de sus modelos fueron inmortalizados en la pantalla grande: el tapadito de Mirtha Legrand en Soñar no cuesta nada (Amadori, 1941), la ropa de calle que usó Lolita Torres en La danza de la fortuna (Bayón Herrera, 1944) y los vestidos de Aída Luz en Bruma del Riachuelo (Schlieper, 1942).

Si bien Marilú puede pensarse como la clásica muñeca de pasta con que las niñas inician su educación como madres, también fue propiciadora de costureras, modistas y bordadoras y en ese sentido, otorgó la posibilidad de creación y de liberación económica de incontables mujeres. 

Basta pensar la importancia que adquirirán las maquinas de coser como artefactos materiales y simbólicos para mujeres durante el peronismo. Fundamentalmente, las prendas de vestir y los guardarropas de Marilu se instituyeron influyentes referente de la moda, ese artefacto cultural frecuentemente soslayado que empoderó a celebridades femeninas y maricas -caso Paco Jamandreu en el país- y que tiene la potente virtud de determinar estilos, formas de vestir e incluso praxis de vida de varones, mujeres y otras identidades de género.

En definitiva, a través de Marilú, la autora nos invita a “atisbar la relación entre infancia, moda, enseñanzas del vestir, industria, avances técnicos y procesos políticos” y seguir el rastro de las mujeres que fueron capaces de crear y desarrollar emprendimientos y proyectos en torno a las muñecas que fueron a la par que comerciales, pedagógicas.

Pelegrinelli es particularmente eficaz y conmovedora a la hora de narrar la biografía de Alicia Larguía, gestora comercial y cultural de este ambicioso proyecto, mujer inusualmente libre para su época. La abuela de Ludovica Squirru Dari que convirtió al nombre de una de sus hijas -María Luisa “Marilú” Dari- en su propia posibilidad de emancipación económica, amorosa y social. 

También resulta emocionante la descripción sorora y sentimental de una amistad: la de Alicia con Sara Souto, ilustradora y referente insoslayable de “Casa Marilú” y prototipo de esas valientes mujeres que siguieron la ambivalente fórmula de “coser vestidos para independizarse”. Tal como nos enseña el libro, ellas y otras tantas, inauguraron redes de sororidad y amistades intensas femeninas y acompañaron procesos de transformación del lugar de la mujer en la escena pública que se consolidarán con Eva Perón como líder y símbolo.

Lejos de lecturas simplistas de género, Pelegrinelli brinda un libro pionero, exhaustivo y ejemplar que, en sus sutilezas y agudos análisis, captará particularmente la atención de identidades disidentes como maricas, lesbianas o trans para quienes las muñecas y la moda fueron importantes campos de batalla culturales. Como la propia autora escribe “la importancia de una muñeca y su guardarropa puede tomarnos desprevenidos, como le ocurrió a Jorge Luis Borges aquella tarde de abril de 1960 cuando al pasar por el frente de casa Marilú exclamó: ‘¿Cómo supieron que iban a hacer un buen negocio vendiendo vestidos para muñecas’”.

Daniela Pelegrinelli “Prodigiosa Marilú. Historia de una muñeca de moda 1932-1961. Ed. Ampersand