Había cierta solemnidad de guantes blancos, de esos que usan en los museos para tocar cosas valiosas. Venía en una caja azul, de esas de archivo, y la expectativa no terminó cuando la abrieron el conservador y la bibliotecaria, porque seguía un papel blanco y suave, de los que no tienen ácido. Recién salido el paquete de la caja, recién apoyado con cuidado sobre la larga mesa, recién puestos los guantes blancos, se reveló el tesoro. Una tapa en rústica, de excelente papel, con tres palabras: Ulysse, James Joyce. En la mesa de la biblioteca del Museo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco estaba el primer ejemplar de la primera tanda de la primera edición en francés de la tremenda obra del irlandés.

Quien lo tiene a Güiraldes como un tradicionalista, un gauchesco, se pierde la mitad de la historia. El hombre era de campo y en el museo se exhibe su recado dominguero, una joya gauchesca, pero también era un modernista y un dandy que andaba cómodo por el París de la primera posguerra, entre intelectuales y artistas. Casi criado en Francia, se dice de buena fuente que fue el que empezó a revelarle a los franceses eso del tango, y que Gardel tocó y cantó con una de sus guitarras en un cabaret. Se sabe, de leerlo nomás, que se contagió bien de la prosa más modernista de la época.

El Ulysse francés fue contemplado y revisado por Guillermo David, director de Cultura de la Biblioteca Nacional, y por Justin Harman, vicepresidente de la Asociación de Estudios Irlandeses del Sur. Es un objeto fascinante, impreso en papel Hollande Van Gelder en una tirada especial de apenas 25 ejemplares de lujo numerados. Eso de impreso es literalmente a mano, porque las páginas muestran el viejo arte de componer textos en rama, poniendo cada tipo a mano para ir a una imprenta tipo Minerva, donde lo único automático era el pedal del operador.

La última página del ejemplar relata que además de los 25 Hollande Van Gelder se hicieron otros diez enumerados de la A a la J, más una edición en vellin d'Arches numerada del uno al cien, más otra en el mismo papel numerada del I al XX, y la edición comercial de alfa vergé del 1 al 875, y una especial en ese papel de apenas 170 ejemplares numerados. En total, 1200 ejemplares, una edición importante para una obra tan rara y complicada como el Ulises.

Tener en la mano el ejemplar del museo es sostener un artefacto artesanal. Las hojas son de papel hecho a mano, en por lo menos dos medidas muy diferentes. Antes de colocarle le tapa le guillotinaron el borde superior y el exterior, pero no el inferior, donde se nota la diferencia de formatos de cuadernillo en cuadernillo. El papel Hollande tiene un tacto artesanal, lo que en 1929 significaba que era de una fábrica especial, pequeña y de muy baja tecnología. El papel no es de pulpa o fibra vegetal, sino de trapos reciclados.

Pero lo que marca este ejemplar como único es que abajo de la lista de impresiones en papeles de lujo y ejemplares numerados, se lee la inscripción Exemplaire imprimé pour MADAME ADELINE DEL CARRIL DE GÜIRALDES. Y el número uno. Es el primer ejemplar, de la primera tirada, identificado con el nombre de la compradora.

¿Por qué tanto aparato bibliológico en un libro que era nuevo? En parte para ponerle una buena moneda en el bolsillo al crónicamente empobrecido James Joyce, en parte para prestigiar en el mundo de las letras al todavía polémico novelista. Increíble hoy en día, pero el Ulises era considerado pornográfico y estaba prohibido en más de un país.

La otra pregunta es qué hace este libro-tesoro en un museo campero. La conexió se puede encontrar entre los créditos de la edición, que avisan que el traductor fue Auguste Morel con ayuda de Stuart Gilbert, y con la revisión de Valery Larbaud y del propio autor. Larbaud, un notable escritor de la época, era un campeón de la obra de Joyce y también era amigo de los Güiraldes. El argentino y su mujer conocieron al irlandés, compraron el ejemplar 47 de la primera edición del Ulises, en inglés, y se involucraron en que existiera la traducción al francés.

De paso, la historia de la publicación del Ulises, en inglés y en francés, es la historia de dos amigas libreras Sylvia Beach y Adrienne Monnier, que tenían respectivamente la Shakespeare and Co -por décadas la librería en inglés de París y ahora una deprimente atracción turística- y la Maison des Amis des Livres. Una publicó a Joyce en inglés, la otra en francés.

Larbaud es el nexo entre las librerías, los argentinos, Joyce y la posibilidad de publicarlo. El irlandés era conocido entre las vanguardias de habla inglesa por su Retrato del Artista Adolescente y su Dublineses, pero en la Francia de posguerra era apenas un murmullo. Vuelto del exilio suizo y de una breve estadía en Trieste, Joyce y su familia malvivían en hoteles -en esa época los había baratos en París- y por la ayuda de admiradores. Larbaud, que probablemente fue el mayor experto en literatura inglesa de su época, le devoró la obra, preparó una conferencia magistral para diciembre de 1921 y publicó un artículo en la Nouvelle Revue Française. En la conferencia misma mucha gente cotizó  sus cincuenta francos para reservar un ejemplar de la primera edición del libro, que ni estaba terminado. Después del artículo, muchos más se acercaron a la Shakespeare & Co a reservar el suyo.

Güiraldes murió joven y su herencia fue una disputa. Libros, cuadros y otros objetos quedaron en custodia en un banco donde los guardaba su viuda hasta 1991, cuando venció la guarda. Cuatro empresas compraron el Ulysse y se lo donaron al museo. De yapa, vino la primera edición en francés del Retrato del artista adolescente, todavía con su título original de Dedalus, fechada en 1924.