Corría 1987, año en que Los Simpson aparecían en televisión, Sumo publicaba After chabón y Tony Hawk participaba en Locademia de Policía 4. Durante ese año, acá también se generaba un caldo que contenía todos esos ingredientes –rock, punk, skate y bizarría– y muchos más. Esa gran sopa se llamó Massacre Palestina, que a tres décadas de su formación, y hace mucho tiempo ya como Massacre a secas, prepara una gran celebración en Obras. “Massacre Palestina era una especie de crew o comunidad”, recuerda Walas. “Empezamos siendo mitad skaters, mitad artistas o rockers. Primaba mucho cómo eras de actitud, lo social y lo que escuchabas. Cuando empezamos, hicimos una convocatoria abierta en un garage de Parque Centenario: probábamos cantantes y eran todos skaters amigos nuestros. Hubo muchos potenciales Massacre Palestina.”

Están ultimando detalles para el gran aniversario, justo en un fin de año cargado de recitales internacionales. Según Walas, “es como ser una PYME luchando contra la importación”. Igual, los festejos ya empezaron: relanzaron en vinilo Massacre Palestina, su disco debut; y hace unos días recrearon su primer show en el mismo reducto que los vio nacer. “Hicimos un acto simbólico en La Capilla, donde debutamos en el ‘87. Estaba tapiado, metido dentro de un lugar secreto, un baldío techado en una manzana del centro de la ciudad. Pertenece a la Casa de Entre Ríos y al principio no querían saber nada. Los convencimos porque es un lugar histórico donde tocaron Cerati, Sumo y toda la vanguardia. En 48 horas lo armamos como cuando debutamos. Fue una cosa divina, para amigos y seguidores. Tocamos con los mismos amplificadores, luces, y llenamos todo con flyers. Fue como entonces, pero mejor tocado”.

Incluso, para evocar el típico marco de un recital de los ‘80 post dictadura, la Policía se hizo presente en cuatro oportunidades. “La Capilla es un lugar donde no solo estuvo el rock de vanguardia, sino que previamente tocaron Piazzolla, Nacha Guevara. Hay un adorno en el techo que vino del Di Tella, si no lo hizo Minujín fue alguien de esa época. Una magia total”, recuerda Walas.

¿Qué reflexiones te surgen luego de 30 años de Massacre?

–Mucho agradecimiento a la vida y a nosotros por seguir con tanta pasión y ganas. Ahora estamos más o menos consagrados, pero los primeros 20 años fueron de culto, underground, con vocación en la búsqueda del temazo, el amor al arte y a la guitarra. Al principio íbamos predicando en el desierto, para amigos y nada más.

En esos tiempos empezaste tocando la viola. ¿La extrañás?

–Despunto el vicio en casa, pero no con Massacre. Mis referentes a nivel guitarra eran los más minimalistas, para no decir que era de madera, jaja. Gracias a Dios largué la guitarra y puse al tesoro máximo, que es el Tordo, no sólo en guitarra sino también en composición. Después sumamos a Fico, el Kevin Shields argentino. Yo pasé al rol de comunicador, frontman, vocero.

¿Les pegó psicológicamente llegar a las tres décadas como banda?

–Sí, estoy agradecidísimo a la vida. Mis referentes de chico eran los músicos o skaters que pasaban a tener una disquería, un skateshop o una marca de tablas. Yo trascendí esa categoría porque tuve eso y he llegado a símbolos de consagración masiva superiores al mero gueto de skate y punk: Obras, Gran Rex, Luna Park, tapas de revista. Nos pone felices tener presente, porque podríamos celebrar los 30 años con una cosa retrospectiva, pero lo que estamos haciendo es una especie de paréntesis de las giras y grabaciones.

En todos estos años, ¿cuáles fueron los momentos más difíciles?

–El crossover de la transición entre el underground y el mainstream, cuando sacamos El mamut, fue difícil. Falleció Karina, una persona de nuestro staff, y Fico casi muere. Se nos vinieron la tragedia y la consagración juntos.

¿Cuáles creés que fueron sus tres hitos en este tiempo?

–El debut en La Capilla, después de ensayar más de un año, fue romper una barrera. No nos animábamos, Sergio Rotman y Flavio Cianciarulo nos insistían; son como hermanos mayores que nos impulsan. Otro fue cuando tocamos cinco noches seguidas con Los Ramones; fue impresionante y nos hizo crecer como músicos y performers. Pegamos onda y Joey nos llevaba al camarín para hacernos escuchar la música de vanguardia de la época en casete. Otro hito fue cuando empezamos a dominar el estudio. Y algo para destacar es que cumplimos 30 años de no parar nunca.

En este nunca parar y después de tanto tiempo, ¿cómo encuentran motivación?

–No es fácil. Conocés la cocina, la antesala, la magia. La motivación está en algo que adoro que es el sinsentido, el absurdo, hacerlo porque sí. La fórmula que tenemos es que el Tordo es pragmático y yo bohemio caótico. La motivación se consigue de mi lado, de hacer las cosas por hacer. Si no, después de tanto tiempo todo se hace muy mecánico y entran en juego un montón de cosas que lo hacen más cercano a lo laboral que a lo artístico. Por suerte sigo siendo fanático de lo absurdo, de ahí sacamos motivación para que lo artístico siga siendo válido.

* Sábado 23 a las 20 en Obras, Avenida del Libertador 7395.