El gran movimiento   -   8 puntos

Bolivia/Francia, 2021.

Dirección y guion: Kiro Russo.

Fotografía: Pablo Paniagua.

Música: Miguel Llanque.

Edición: Felipe Gálvez Haberle, Pablo Paniagua y Kiro Russo.

Intérpretes: Julio Cesar Ticona, Max Bautista Uchasara, Francisa Arce de Aro, Israel Hurtado, Gustavo Milán

Duración: 85 minutos.

Estreno: en Sala Leopoldo Lugones exclusivamente.

El cine boliviano de hoy tiene nombre y apellido: se llama Kiro Russo. No es el único director de su país, por cierto. Pero si Russo (La Paz, 1984) ya había logrado llamar la atención dentro y fuera de su país con su magnífica opera prima, Viejo calavera (2016), ahora con su segundo largometraje, titulado El gran movimiento, confirma que se trata de un gran cineasta, en constante búsqueda de nuevas formas expresivas. Premiado en la sección Orizzontti del Festival de Venecia, punto de partida de un prolífico recorrido por festivales internacionales, que incluyó entre otros los de San Sebastián, Nueva York, Viena, Beijín, Hamburgo, Buenos Aires y Rotterdam, El gran movimiento es esa rara clase de películas que no cesan de sorprender a su espectador.

Como suele suceder en estos casos, su anécdota argumental es mínima y la capacidad de asombro del film no tiene nada que ver con giros de guion sino con las constantes ideas de montaje y de puesta en escena. Un joven minero de Oruro llamado Elder (Julio Cesar Ticona) llega a La Paz junto a dos amigos en busca de mejores oportunidades de trabajo. Se desprenden de un grupo mayor, que ha llegado a la capital en son de protesta, y comienzan una incierta peregrinación por la ciudad, que se convierte en la gran protagonista del film.

Lo primero que llama la atención de El gran movimiento es el modo en el que el director se va apropiando de La Paz, primero con unos impactantes planos generales capaces de abordar la ciudad en toda su inmensidad. Los edificios parecen montañas y las montañas edificios en la mirada siempre singular de Kiro Russo, que poco a poco se va ciñendo a planos cada vez más cercanos, hasta llegar a sus tres personajes, reunidos en una plaza pública y rodeados del bullicio de los cánticos de las consignas y las bombas de estruendo.

Esa megalópolis que es hoy La Paz, surcada por una intrincada red de teleféricos que le dan un aire retro-futurista (lo que habla de los progresos de infraestructura que llegaron de la mano del gobierno del MAS), le sirve a Russo para retratarla un poco a la manera de las sinfonías urbanas del último período del cine mudo, como Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927), de Walter Ruttmann, y El hombre con la cámara (1929) de Dziga Vértov, por citar los ejemplos más famosos. Hay una cierta voluntad de abstracción en El gran movimiento –un título que justamente parece aludir a esa genealogía- que va más allá de las circunstancias de sus personajes, como si fueran figuras o incluso máscaras en un paisaje.

El montaje también parece provenir de esa tradición: del cine soviético revolucionario en general y de Dziga Vertov en particular, a tal punto que para ciertos pasajes de su película Kiro Russo utiliza una reversión de la banda sonora para de El hombre con la cámara compuesta por la Alloy Orchestra en los años 90, como ya señaló Diego Brodersen cuando El gran movimiento deslumbró en el Bafici del año pasado. A su vez, los colores y la textura tan peculiares que tiene la película hay que agradecérselos no sólo al virtuosismo del fotógrafo Pablo Paniagua sino también, muy especialmente, a la decisión de descartar el digital para filmar toda la película en el formato de Súper 16mm.

Si una creciente inquietud, un extrañamiento van cobrando fuerza poco a poco en El gran movimiento, no es solamente producto de la salud cada vez más frágil de Elder, afectado por sus años de trabajo en el socavón de una mina. La aparición de un personaje misterioso, que desde lo alto de la ciudad parece dominarla, un viejo harapiento a quien las vendedoras callejeras llaman Don Max (Max Bautista Uchasara), le suma un aire enrarecido al film, como si el gran movimiento fuera también el de esta suerte de chamán, que se interna en los sueños febriles de Elder –donde todo puede suceder: hasta una rave electrónica de un grupo de cholas- y termina conduciendo al film a su liberador aliento final.