No hace mucho tiempo el Archivo General de la Nación compartió en sus redes sociales un video con fragmentos fílmicos de los noticieros “Sucesos Argentinos” y “Panamericano” referidos a las hazañas de un superhombre argentino (“un émulo de Sansón con un poquito menos de pelo”) capaz de detener el vuelo de aviones biplanos atados a sus extremidades; de romper con sus puños ladrillos lanzados por chicas sonrientes; de soportar sobre su abdomen las ruedas de un camión de carga; y hasta de permitir que lo colgaran de un árbol y, con la soga al cuello, tomar un mate.

El video, claro, se viralizó. Para algunos fue risa y para otros un motivo más para despotricar sobre la política (las proezas del superhombre corresponden al primer y segundo gobierno peronista) y calificar a la historia argentina de patética. Sin embargo lo que llamó la atención fue que nadie de los internautas se hiciera la obvia pregunta: ¿quién fue ese hombre y cuál es su historia?

--Yo se las puedo contar --dijo el inefable Anfitrión y de inmediato todos nos aferramos a nuestros vasos de whisky.

Se llamaba Eduardo Nasep. Su apellido, de origen árabe, es una derivación de Naseb o Naseeb, que puede traducirse como pariente. Nació en el barrio de Belgrano de la Capital y, se presume, fue en 1921. A los 22 años, y luego de cumplir rutinas de ejercicios físicos basados en sus propios sistemas de entrenamiento, Nasep ostentaba frente al espejo las siguientes medidas: 1.76 m de altura, 95 kilos de peso, 43 cm de brazo, 118 cm de pecho, 44 cm de cuello, y 95 cm de cintura. Toda esa masa muscular se afirmaba sobre unas pantorrillas de 41 cm de ancho. Las fotografías que solía sacarse indicaban que podría haber formado parte de la rica historia del catch, del boxeo o del fisicoculturismo argentino. Pero Nasep soñaba con otra cosa: convertirse en héroe de historieta.

--¿Y eso qué significa? --preguntó uno de nosotros.

El forzudo Nasep, mientras estudiaba ciencias diversas (las telecomunicaciones eran su pasión), se interesaba en los métodos del mítico Charles Atlas o espiaba a la medicina hojeando los tomos del Tratado de Anatomía Humana de Testut, también leía historietas. Un día de 1945 halló en el kiosco la revista “Tibor Gordon”, donde se narraban las aventuras del musculoso checoslovaco que de chico conoció el África y fue amigo de los leones. Gordon arribó a la Argentina para ofrecer espectáculos de fuerza. Sobre su aventura hay una notable semblanza de Guillermo David publicada en este diario. Bien. Aquellas proezas iluminaron a Nasep que, de inmediato, se puso a estudiarlas. Leyó y ensayó durante meses hasta comprender dos cuestiones básicas: el secreto radica en la respiración y en saber en qué parte del cuerpo se concentra la mayor de las fuerzas. En Nasep todo era cuello. Ya en 1947, la agencia AFP lanzó al mundo un cable donde hablaba de un “ex atleta” que convertido en nadador había arrastrado un barco con una cuerda atada a su cuello. El cable de noticias presentaba a Nasep como un “sparring-partener” de boxeadores de peso pesado como el recordado Alberto Lovell campeón argentino y sudamericano. Las vinculaciones de Nasep con el boxeo nacional lo llevaron a ser parte de la comitiva que recibió en 1954 a Jack Dempsey. El matador de Manassa, como todos recordamos, fue agasajado por su rival y amigo, nuestro toro Juan Ángel Firpo. Cualquiera que busque en internet los registros fílmicos de la recepción en una quinta de Don Torcuato podrá distinguir a un Nasep sonriente entre los dos campeones. Incluso hay fotos del desafío que, tras el asado, Nasep le propuso a Dempsey: ser ahorcado por las poderosas manos del campeón. Dempsey apretó, pero Nasep siguió contando chistes a los asistentes. Aquella demostración de poder le valió la admiración, entre otros, de Archie Moore y el galardón como “superhombre” otorgado por la Reina del Trabajo Haydee Elsa Landaburu, coronada el 1° de Mayo por el General Perón.

--¿Y cómo se ganaba la vida? --quiso saber uno de nosotros.

En aquellos años de gloria, Nasep era contratado para realizar infinidad de pruebas: romper guías telefónicas de 1600 páginas, arrastrar barcos y contener locomotoras. Fue atracción de velódromos, aeródromos, escuelas y clubes deportivos de la Capital. Lo apodaban “El Túpac Amaru moderno” porque una de sus mayores proezas fue detener a dos caballos, con sus respectivos jinetes, atados a sus brazos y tirando en sentido contrario “como si fueran a dividirlo en dos”. Parecido a Lon Chaney en el final de “Garras humanas” ¿se acuerdan? Bien, en el invierno de 1955 Nasep editó un folleto con fotografías de sus actos. En esas páginas se arrogaba títulos que salieron de su inagotable imaginación, pergaminos que diseñaba él mismo: Recordman Mundial de Sparrings y Campeón Mundial del Ayuno. Sí, señor, Nasep ostentaba un récord de 134 días sin ingerir alimentos, algo que ni el mismísimo Blakamán pudo lograr.

--¿Quién?

--En octubre de 1952 se llevó a cabo el Primer Torneo Mundial de Faquires Ayunadores. El título le pertenecía a Ninkn Funk con 88 días, 22 horas y 20 minutos. Era un argelino que, puesto en la balanza, había quedado en 58 kilos. Una lágrima. En Argentina, el torneo se realizó en la confitería Buckingham de la calle Corrientes 1752. El postulante al título fue un faquir de 22 años llamado Enrique Adolfo Carbone y conocido como Blakamán (no confundir con el faquir hindú de Hollywood). Luego de casarse por civil se metió en una caja de cristal que había en la confitería y se dispuso a romper el récord. Noticias Gráficas cubrió las alternativas. En diciembre, Blakamán alcanzó las 89 jornadas de ayuno. Con 56 kilos de peso, una noche de aplausos y de flashes, salió rumbo a Bariloche para cumplir con su postergada luna miel, regalo de Luis Sandrini.

Nasep, claro, estaba al tanto de esas noticias. Y se reía. Porque él nunca formó parte del circo. Siempre optó por los márgenes o, como dicen los norteamericanos, fue un hombre del sideshaw. Ya en los 60s, mientras Blakamán comía vidrios en películas como El desastrólogo de Pepe Biondi, Nasep cumplía su sueño. Desde hacía un tiempo había empezado a vestirse como El joven Capitán Marvel, personaje que leía en semanario “Patoruzito”. Él mismo se había confeccionado el traje y, dicen, así vestido (con capita y un rayo dibujado en el pecho), solía parar en la esquina de las avenidas Cabildo y Juramento acompañado por su perro Firme. Fue la atracción de chicos y de comerciantes. Mientras tanto, su método “Respiración hombrática, diafragmática y psíquica” era bastante popular entre los cultores del cuerpo. ¿No me creen? Preguntenlé a Antonio Iñón, Campeón Argentino de fisicoculturismo en 1971 que todavía se acuerda de haber tomado clases con el superhombre.

Publicidad que hacía Nasep en Rico Tipo.

El sueño de Nasep llegó de la mano del dibujante y editor Guillermo Divito. Entre 1963 y 1965, quienes recorrían las páginas de la revista “Rico Tipo” podían ver tanto en contratapa como en páginas interiores las publicidades donde “Eduardo Nasep, el superhombre”, anunciaba zapaterías, casas de rulemanes y elásticos para automotores, mueblerías y hasta a una marca de lana. Nadie se explica el arreglo comercial entre Divito y Nasep, aunque se sospecha: el dibujante admiraba a ese superhombre que un día cualquiera desapareció para siempre.

Entonces se produjo un largo silencio. Al cabo de un rato, como en cierta película vieja, el Anfitrión nos preguntó:

--¿Alguien dijo algo sobre una nueva vuelta de whisky?

                    (Gracias a Mariano Buscaglia, Daniel Roncoli, y Martín Bertoa).