Cuando el pueblo se manifiesta hace milagros. Que Sergio Massa, el tercero en las Elecciones primarias, haya liderado las Elecciones generales, primera vuelta, es una prueba evidente de que existe comunicación “inalámbrica” entre el pueblo y sus lideres. Pero esa comunicación -que es del orden de la inquietud y la empatía- debe ser alimentada constantemente. Porque el poder no se posee, se ejerce y gobernar es amor al poder y solidaridad con las personas sobre las que se ejerce. La conexión de la sociedad civil con lideres comunitarios necesita cuidados. Si alguien se adormece ante la solicitud de su amante comienza a perder.

El amor es del orden del poder y ejercerlo es ocuparse. Unión por la Patria tuvo que enfrentar tempestades, boicoteos (propios y ajenos) e internas y externas pestilentes. Mal que bien, las atravesó, pero -en varios sectores gobernantes- se dejó de escuchar a la gente. Flotaba en el ambiente una especie de desidia política. El pueblo -movido por la bronca y el hastío- devolvió la estocada. No les votó y, cual amante víctima del despecho y la autodestrucción, hubo millones de personas que votaron por su esclavitud como si fuera por su libertad. Eligieron negacionistas, individualistas, vendedores de patria, rechazantes de derechos, personas misóginas provocadoras ignorantes, anticiencia, homofóbicas, discriminadoras, buitres del tesoro nacional, enemigas de quienes trabajan, o se jubilaron, o inmigraron a nuestra patria, o deseosas de estudiar y/o investigar.

No obstante -la vida escribe derecho con rasgos torcidos-, el porrazo le vino bien a UxP. Despertó de su sueño dogmático. Se despabilaron los equipos de campaña y el candidato presidencial aceleró la gestión. Fue a fondo, se actualizó, se desacartonó, se mezcló con la gente, escuchó, llevó soluciones, en fin, se dio un baño de peronismo y ¡ganó! Pero un peronismo contemporáneo, fiel a los principios de libertad en la equidad, justicia social y soberanía, pero sin perder el tren de la historia ni traicionar el ánimo de aunar, de unir, de tender puentes.

La grieta entre compatriotas fue un invento de los que gobernaron (o quieren hacerlo) en contra de la patria, de su patrimonio y de los derechos sociales. Es decir, a favor del mercado. Esos y esas que días atrás (después de su inesperado fracaso) se abrazaban entre la conmiseración y el resentimiento, remedando -bastante grotescamente- “La última cena” de Leonardo da Vinci. La imagen de Patricia Bullrich declinante en los poco amigables brazos de Macri, bajo la helada mirada nada amigable de Vidal, es el retrato perfecto de como terminan quienes levantan como programa de gobierno exterminar a otra expresión política. En este caso, el kirchnerismo, la versión peronista más fecunda desde el regreso de la democracia, que actualmente se pliega a exteriorizaciones renovadas del más popular de los movimientos populares argentinos.

Los inventores de la grieta hoy la tienen adentro de su espacio. Se desinflaron los globos amarillos, se cayeron las mascaradas de “pobreza cero”, el rey quedó desnudo y su comitiva sembradora de odio despistada, perdida, desorientada, como vaca sin cencerro.

El triunfo del peronismo actualizado, así como la perseverancia en el imaginario profundo argentino de la singular política popular (en justa armonía con las fuerzas productivas) instaurada hace más de ochenta años por su fundador, merecería que una disciplina milenaria y actual -como la filosofía política- se ocupara de ella “sin grieta”. Porque existe filosofía política argentina, pero desprestigiada por el cholulismo filosófico extranjerizante o por sectarismos. He aquí un desafío para quienes trabajamos con los conceptos.

Aunque la relación entre política y filosofía es un entramado de encuentros y desencuentros, es hora de tejer la trama actual. Tomar lo aprendido del primer mundo, pero innovarlo con lo propio. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, declara Karl Marx en su tesis XI sobre Feuerbach. Son tan significativas estas palabras que se convirtieron en su epitafio. Representan una crítica a las filosofías idealistas. Una bajada a tierra del pensamiento abstracto, una llamada de atención para pensar en función de la acción. Y en el contexto en el que se enuncia esa sentencia, la acción es acción política. Y la transformación es para el bien común mediante la praxis. Es decir, mediante determinado modo de vida, lo que suele entenderse como realización práctica de una teoría.

¿Consiguió Marx que su teoría se convierta en praxis?, ¿qué sus ideas hayan transformado al mundo? Sí y no. Sí, porque existen y existieron comunidades marxistas. No, porque en la práctica difieren de la perfección ideal. La teoría y la praxis no están construidas con la misma madera. Este desfasaje no es una particularidad del marxismo. “Gris es toda teoría; verde, el verde árbol de la vida”. Hegel, en una oportunidad, fue interpelado por un alumno. “Su idea de Estado es perfecta, profesor, pero no existe en la realidad un Estado como el que usted concibe”. A lo que el filósofo contestó: “tanto peor para la realidad, joven, porque mi idea es perfecta”.

No coincidencia entre teoría y práctica. Pero que no coincidan no significa que no incidan. Hay filosofías que transforman la realidad, pero como proyectadas en espejos desobedientes que no copian fielmente las ideas de sus creadores. En otros casos hay incluso fracasos personales. Platón deambuló de aquí para allá tratando de que algún poderosos aplique su teoría política, no solo fracasó, casi le costó la vida. Y aunque sus ideas se expandieron y rigen todavía, no fue de la prolija y acotada manera que se despliega en su República.

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Allí donde crece el veneno, crece también la salvación. Nuestra perturbada realidad nacional, de cuyos males nadie es ignorante, se abre a nuevas teorías, pero urge la praxis. Ahora el protagonismo es la unión solidaria. Mal momento para los mesías de la nada. Hoy es Massa. Pero, así como en la película Casablanca, Humphrey Bogart le dice al pianista: “Tócala otra vez, Sam”; les votantes -ante los desafíos del tramo final- le decimos al candidato: “Jugate otra vez, Sergio Tomás”.