Escondidas detrás de una puerta protegida por alarma -donde se supone no debían estar-, una tarde muy fría en el bajo Manhattan. Eligieron Nueva York para escapar de la asfixia de la dictadura de Onganía, dejar atrás la Cueva del Once y sumergirse en el universo beatnik. Comenzaron a desembarcar con otros argentinos de Liniers, Gerli y Almagro en el verano insoportable de 1968, en medio del ghetto latino del Lower East Side. Allí se enteraron de que los beatniks estaban muertos o cansados.

Con gorra escocesa y aire rufianesco, Martha Ferro, quien décadas después devino periodista de policiales en Buenos Aires. Junto a Martha su amiga Graciela Fernández, dueña de los cuadernos de bitácora de aquella Nueva York que ya no existe. Graciela cuenta que ellxs no exploraban aventuras para “el afuera”, simplemente vivían así. Un mexicano paranoico que murió solo en su departamento les dejó de herencia la cámara Pentax con la que tomaron esta foto, en el invierno de 1972.

Para aquel año, el grupo de argentinos ya se había afincado y desarrollado experiencia laboral en oficinas o dando clases. Todos hablaban buen inglés, excepto Martha Ferro. El idioma champurreado con acento de Cinecittá la arrojó a la cocina de las fondas, a coser en talleres mal pagos, a vender en un carro de panchos, a limpiar casas por horas (en una de esas, la de Susan Sontag) y a posar desnuda en escuelas de bellas artes.

Los únicos que apreciaban el inglés de Martha eran los que regenteaban los carros de panchos. La mamma de Conney Island pretendió casar a aquella ragazza pelirroja de tetas grandes con uno de sus muchachos. Aquel día terminó el rebusque de poner dos salchichas por pan (los sicilianos contabilizaban la venta por pan y no por salchicha) y Martha no volvió a cruzar a “Lo Brukulino”.

Del otro lado del planeta Richard Nixon visitaba China por primera vez desde la revolución de Mao. En consonancia con Nixon, el dictador argentino Alejandro Agustín Lanusse reanudaba las relaciones con el campesinado rojo. El 13 de marzo, Arturo Frondizi visita a Juan Domingo Perón en Madrid, y le propone diseñar un frente electoral para presentarse en 1973, en vista de que Lanusse sabía que la cosa no daba para más y había que descomprimir con urnas. Un año y medio después, el 20 de junio de 1973, Martha Ferro marchaba a Ezeiza en la columna del Turco de la calle Avellaneda, para recibir a Perón.

Martha rechazaba el peronismo desde que le raparon el pelo, le rociaron querosén sobre la cabeza para prevenir los piojos y la subieron a un tren rumbo a la colonia infantil de Chapadmalal. Permaneció una semana separada de su madre. Desde entonces detestó el dulce de membrillo y el orden milico. Ni aquello ni las columnas rumbo a Ezeiza eran lo suyo.

RESISTE VENENOS

Elegimos aquella fotografía de tarde fría en Manhattan como pie para contar que este viernes 20 de octubre, a las 18, se inaugura la muestra “Resiste venenos, camina en mis sueños. Vidas de Martha Ferro”. Curada por Malena Low y Manuela Vecino, tendrá lugar en el barrio de Boedo (Virrey Liniers y Estados Unidos, CABA), y se propone revisar las experiencias políticas, sensibles e íntimas de esta feminista trotskista, lesbiana y militante, y su actividad como periodista, titiritera y poeta. La muestra permanecerá abierta hasta finales de noviembre, y se puede visitar viernes y sábados, de 17 a 22.

Adriana Carrasco y Martha Ferro

“En este contexto de crisis política, en la que nos vemos de frente con las consecuencias políticas de movimientos punitivos y desprovistos de una perspectiva de clase, lenguajes acartonados y acciones impotentes, nos parece importante acercarnos a los gestos contundentes de la vida de Martha, en la que la resistencia y la lucha no se desentiende de las complejidades sociales, marcando una forma singular de estar en el barro con otrxs. Sus formas aparecen en nuestro presente como potentes claves emancipatorias de escucha, de relación con los otros en este presente eclipsado por polaridades y ansiedades extremas”, dicen las artistas, escritoras e investigadoras Malena Low y Manuela Vecino.

El título “Resiste venenos, camina en mis sueños” remite al poema Blues de New York. En uno de sus versos Martha Ferro dice

También las huelgas de alquileres,

el descubrimiento de que la cucaracha es un

animal milenario que no cambia, que sigue

existiendo,

que resiste venenos

que camina en sábanas

que camina en mis sueños.

Es la parte de la gran ciudad que nadie quiere contar y lo primero que descubrió aquel verano de 1968. Las huelgas de alquileres se las relató la abuela anarquista, con quien compartía el altillo de la casa familiar, en el pasaje El Rastreador de Liniers. De la abuela amaba aquellas historias y de la madre el olor a lavandina en las manos, aunque a menudo doña Isolina era afecta también al zapatillazo. Martha imaginaba a aquellas mujeres anarquistas con sus escobas yendo de conventillo en conventillo, primero en la calle Ituzaingó de Barracas (el barrio donde se afincó primero su familia) hasta llegar a Rosario y a Bahía Blanca, en 1907. E hizo su pequeño Ituzaingó en el East Village de Manhattan, cuando no era precisamente un lujo vivir allí.

Graciela Fernández recuerda a Martha organizando la toma de un antiguo edificio por escaleras (como eran todos allí) con el objetivo de conseguir mejoras para los inquilinos latinos. “Resulta que había muchos inmigrantes de Europa del este que alquilaban departamentos chicos en estado ruinoso a los planes de asistencia social. Martha descubrió un edificio de esos, alquiló un departamento ahí y convenció a otros latinos de alquilar los demás departamentos. Una vez que fueron muchos, empezaron a exigir mejoras habitacionales o caso contrario iniciaban una huelga de inquilinos. La huelga triunfó y la dueña del edificio, una rusa miserable, se convirtió en una de las ‘malas’ en las obras de títeres de Martha”. Los conventillos de La Boca eran el Hotel Alvear al lado de aquellos edificios.

La historia de la anarquista Virginia Bolten y la huelga de 1907 las publicó cuando dirigió la revista feminista socialista Todas (1980) y en la sección La Mujer del diario La Voz (1984).

TROTSKISMO Y TAROT

Martha Ferro se hizo militante trotskista cuando volvió definitivamente a Buenos Aires en 1974. Sobresalió como delegada gremial. Pero nunca fue demasiado obediente. A menudo ponía en cuestión la dirección y la sancionaban por indisciplinada o por ser proclive a modos peronistas. En sus últimos años admiró la capacidad de Cristina Kirchner para llevar adelante reformas en favor de los más postergados, pero siempre cuestionó las burocracias de todos partidos y organizaciones gremiales. Tampoco simpatizaba con el socialismo científico. En lo más duro del conflicto gremial por el cierre del diario La Voz, la periodista y correctora Laura Corinaldesi recuerda que Martha les pedía a todxs los trabajadorxs que se pusieran en fila, para tirarles el tarot a cada uno. Las cartas de tarot que entregó a su amiga ceramista Margot della Bosca también son parte de la muestra.

Cortesía de Julia Sánchez

Cartas que también circularon en el sótano del Pasaje San Lorenzo y Defensa, que fue refugio de lesbianas, de feministas y de sus amigas y amigos, y lugar de reunión clandestino de las mujeres del Partido Socialista de los Trabajadores entre 1978 y 1979. El local con sótano lo había alquilado años atrás la artista plástica y ceramista Dina Burstin, que acompañó a Martha cuando regresó definitivamente a Buenos Aires. Dina precisaba de manera urgente independizarse de la madre de Martha, doña Isolina, que vivía en Cangallo y Callao, a dos cuadras de los bares y librerías de la avenida Corrientes. En enero de 1976 era muy cruda la represión policial y parapolicial contra lxs izquierdistas. Dina ya estaba en proceso de tramitar el pasaporte para salir del país y se había tomado las cuatro fotos tamaño carnet. Las dejó sobre la mesa y salió al mercado de San Telmo a hacer los mandados. Cuando regresó, las fotos estaban colocadas en una hilera, recostadas contra la pared sobre la mesa. Los parapoliciales habían decapitado los títeres y levantado el piso del sótano en busca de armas. Nunca hubo ni un revólver con cebitas en aquel local. Una semana después Dina estaba en un avión rumbo a Nueva York y nunca volvió a vivir en Buenos Aires. Realizó algunas ilustraciones para la revista Todas, que enviaba por correo.

En las fotos del local con sótano que tomó Néstor Latrónico hay dibujos de Dina en las puertas. Néstor nunca supo que en aquel lugar se reunían lesbianas. En ese momento lo cuidaba una de las chicas que salían con Martha. Lo más probable es que desde “el partido” hayan avisado que había que dejar de reunirse por un tiempo.

Ópero” -así llamaba Martha a su amigo más entrañable- fue el primero del grupo que llegó a Nueva York, con Juan Carlos Vidal, en 1968. Martha había fraguado unas cartas con membrete de una universidad gringa para que las madres de todos ellos creyeran que viajaban invitados y no les pusieran peros.

En Boedo se exponen también las fotografías que se tomaron en Brooklyn el Día de Acción de Gracias de 1968. Y hay muchas otras de aquel período. Martha se vestía de Sargent Pepper en tiempos de una breve relación con Alejandra Pizarnik en Manhattan, a quien empezó a detestar muy pronto. No le gustaba hablar de aquel encuentro. Recitaba después poemas vestida de Cristóbal Colón en su etapa de fascinación por Puerto Rico. Vivió un tiempo en la isla con la boricua Ema Vallecillos y luego se vinculó con un referente independentista. En paralelo, Néstor Latrónico militaba desde 1970 en el Gay Liberation Front. Y surgieron diferencias porque en la revista que publicaban había exiliados cubanos y rechazo por la revolución. Martha se enojó mucho cuando le publicaron un poema sin consultarla. Para ella la prioridad era la situación de las mujeres de las fábricas y talleres, y las que hacían los trabajos más sacrificados.

De su amor por Puerto Rico le quedó la adicción al café fuerte. Torrado, petróleo. Nada de café fino tostado sin azúcar.

LOS CHARLATANES

Las mediciones de opinión y la televisión, los medios “correctos”, siempre están atentos al estado de humor de las clases medias. Martha Ferro siempre tuvo más antenas y empatía (esa palabra tan de moda hoy) para los sectores obreros más postergados y marginados. No sentía la menor compasión por las clases medias acomodaticias. Su afectividad fue obra del patrón de relación con el mundo que le transfirieron su abuela anarquista y su madre siciliana, que levantaba quiniela clandestina para mantener a seis hijos.

Una entrevista que hizo Juan Ignacio Boido para la revista Página 30, poco antes de 1995, presenta a una Martha que trabajaba como periodista en la revista policial de Crónica (Esto!) y describe con precisión la manera en que el sector más desfavorecido de la sociedad se siente despreciado por el poder, por el Estado que debería procurar que no exista el avasallamiento de sus derechos, y los sentimientos que provoca ese desprecio. Y remite mucho a la situación actual, que algunos intentan explicar con teorías diversas, pero siempre desde el iluminismo, desde arriba hacia abajo, y nunca desde la mirada y la escucha atenta de alguien que es parte de esos sectores, pero cuenta con la facilidad de escribir y publicar en la prensa popular esos reclamos de justicia de los más elementales.

“Creo que la sociedad es delictiva y que esto sólo lo puede barrer una revolución que no deje nada en pie. Por eso no me interesan las investigaciones o hipótesis sobre grandes robos o atentados como el de la AMIA: sigo los casos para sumar información, pero ya sabemos que todos esos crímenes parten del Estado, una manga de políticos irrecuperables. ¿Qué investigación van a emprender, si son ellos los culpables? Me interesan las historias cotidianas. Por ejemplo: voy a un barrio donde un tipo le sacó a una madre cinco fotos color con todos sus hijos. Le dice que son diez pesos, cinco por adelantado, para el revelado y el marco. Los cobra y no vuelve más. Si los políticos no se calientan por estas cosas, el descontento va a seguir siendo cada vez mayor, y en algún momento van a saltar el Riachuelo, van a atravesar La Matanza y se van a cargar a los charlatanes. Mientras, yo me encargo de los casos en los que se matan con un cuchillo de cocina. Lo que llamo el policial tramontina”.

Eran los años en que gobernaba Carlos Menem. De ese tiempo en la redacción de Esto! se exponen muchas fotografías. Y la película Tinta roja da cuenta sin mostrarlo del desmantelamiento de aquel equipo brillante de la revista, y el azul oscuro que teñía la redacción de Crónica, adonde Martha recaló después, sin abandonar su línea implacable contra el gatillo fácil.

Y para quitar toda duda acerca de algunos de los engranajes de la maquinaria que les hace imposible la vida a los de más abajo, y de que herramientas principales del poder que somete son el racismo y la persecución política, explica con su voz rasposa a Página 30 “a mí me gustan algunos del policial norteamericano, pero sobre todo Roberto Arlt. Los yanquis tienen asesinos seriales porque son casos que se dan en sociedades superindustrializadas. Son tipos para los que matar se convierte en una forma de fordismo: en vez de montar piezas en serie, matan, matan, matan. Me interesa ver cómo se transforman en máquinas de matar. Pero acá la serie es distinta. Se da en los militares y los policías: zurdo, cabecita, paragua, yoruga. Por eso Arlt me parece el mejor cronista de la sociedad policial en la que vivimos. Yo soy titiritera, y siempre me gustó hacer obras de ladrones donde se descubre quién es realmente el chorro”.

Durante el estallido popular del 19 y 20 de diciembre de 2001, Martha Ferro estaba a metros de la Casa Rosada, con su artrosis de cadera a cuestas, escapando de la represión policial mientras uno de los pibes le robaba la gorra a un policía.

“Había ido para pelear como hacíamos con Onganía, subidos al techo de la Facultad de Filosofía, tirando piedras. Pero el día 20 me di cuenta de que tenía 59 años, porque como una boluda iba adelante y me caía. Entonces me cagaban a palazos y uno de los pibes del barrio tenía que ir a buscarme para llevarme de nuevo para atrás. Hasta que me dijo ´che, Martha, quedate acá porque por buscarte a vos, nos van a cagar a todos nosotros´. Ahí es cuando dije ‘chau’”, le cuenta a María Moreno en la entrevista que le hizo para su libro La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001.

María Moreno le pregunta por las utopías.

“¿Qué utopías? A lo mejor hay que volver a la literatura gauchesca y aprender a usar boleadoras… La degradación empezó con la crisis económica y a la crisis se le agregaron otras cosas, no solamente el alcohol sino la pasta base, que te vuelve loco. Ayer en Pinzon (así se pronuncia en La Boca) y Martín Rodríguez andaba un pibe de quince años. Se le acercó un viejo y le dijo 'tomá, comete un sandwich'. Entonces el viejo lo vio y lo mató a martillazos. Quince años tenía…”.

No era nihilismo sino conciencia del crecimiento de la base marginada de la sociedad. Y que eso no se arreglaba con parches ni chamuyando promesas sin escuchar qué es lo que pide en concreto la travesti de la Panamericana, la mujer que tira la cartas en Villa Fiorito o la señora a la que le roban los perritos en Luis Guillón.

Inaugura el viernes 20 de octubre, a las 18, en Eros (Virrey Liniers y Estados Unidos, CABA).