El pop irrumpió en el mundo del arte como una ruptura, como el estallido que su nombre onomatopéyico señala. Al inicio se lo pensó como una nueva vanguardia, incluso llamándolo neo-dada, usando una denominación histórica que no se correspondía del todo con lo que el arte pop detonaba. 

Tal vez había que redefinir tanto la vanguardia como el arte, o solamente repensar el deseo relacionado con el arte. El pop local tuvo un grupo de artistas que representaron ese deseo, la mayoría en relación con el Instituto Di Tella, donde convergieron en los 60 una cantidad de jóvenes de todas las disciplinas, géneros y sensibilidades. El pop, tal vez, se haya convertido en uno de los sinónimos del Di Tella porque pretendía atravesar todas las formas, al punto incluso de desintegrarlas, en busca de nuevas investigaciones con el arte. Edgardo Giménez fue uno de los que formó parte de esa generación pop, un joven autodidacta venido de Santa Fe, que comenzó trabajando en el mundo de la publicidad en su adolescencia, para abrirse paso hasta derribar lo que separaba el diseño del arte, muchas veces poniendo el cuerpo para cruzar esas barreras. Una muestra en el Malba llamada No habrá ninguno igual reúne muebles, escenografías para cine, pinturas, ambientaciones, esculturas, fotos, maquetas, videos y otros objetos que permiten experimentar los cruces de la obra de Edgardo Giménez, todo acompañado por un libro homónimo, que no funciona como un catálogo sino como una suerte de muestra paralela, un recorrido gráfico por varios ejes que intentan capturar la intersección entre vida y obra de Giménez.

Como pionero del pop argentino y latinoamericano, ¿qué pensás que fue el pop antes y qué es ahora? ¿Hubo una transformación?

-Es un continuado ya eso, pero afortunadamente ahora que podemos hacer un balance de qué pasó a través del pop y que no pasaba antes, el pop acercó a la gente, no solamente eso, sino que cualquiera puede acceder a ese lenguaje porque es un lenguaje llano, es un lenguaje que no tenés que leerte tres libros para saber de qué se trata, lo experimentás en carne propia. Y te digo: cuando se hizo la muestra en el Museo MAR de Mar del Plata fueron 3 millones 600 mil personas, y la gente entraba seria y salía con una sonrisa. Más claro, imposible.

El pop puede romper la distancia de la gente con el arte, que eso es importantísimo, pero también puede ser muy “transgresor”, por usar una palabra que implica desobedecer las normas, las leyes rígidas que puede arrastrar el arte. Y eso es quizás lo más interesante del pop, sobre todo de tu pop.

-(Risas). Eso sí, claro, no todo el pop, que tiene otras otras vertientes para comunicar: pero yo no me cierro a ninguna de las cosas que me emocionan, entonces vuelco todo. Por eso está Divine, que hay una escena de la película, que ella dice “¿quién se quiere sacrificar por la belleza y por el arte?”. Y uno dice: “yo”, y ella es cuando usa el revólver ese que tiene en las manos. O sea, es un humor bastante fuerte, pero no deja de ser humor.

En la muestra, la estatua de Divine está apuntando a una foto tuya desnudo, mostrando el culo, o sea que el que se sacrificó por la belleza y el arte sos vos.

-Exactamente. Esa foto me la pidió una amiga mía, Dianella Trotter, que era fotógrafa. “Mira, Edgardo, quiero hacerte una foto desnudo” me dijo. Eso fue lo que pasó.

Esa foto fue en 1977, pero desde antes, cuando te fotografiaste con un taparrabos a lo Tarzán en 1966, jugabas con tu cuerpo en el mundo del arte desde una manera que rompía, con ironía, desparpajo pero también erotismo...

-Por supuesto, pero en ese momento no pensaba en eso, pensaba como una cosa que me parecía divertida y siempre me llamó la atención esa gente que sale en el universo del arte y produce una cosa nueva y una emoción distinta. Para mí es genial que aparezca una Tina Turner, un Elvis Presley. Son gente que rompió cosas que se estaban haciendo para mejorarlas.

Divine, con su vestido rojo furioso de la película Pink Flamingos (1972), apunta con una pistola dorada al culo de Edgardo Giménez, en medio se abre la puerta a la muestra. La escultura de Divine es la única obra estrenada en 2023 para No habrá ninguno igual y esa elección icónica le da una nueva dimensión a su obra, lo conecta con un camp guerrillero, un humor negro y, al mismo tiempo, hace dialogar su pop local con el camp extranjero.

A fines de los 60 e inicios de los 70 surgen grupos como el Frente de Liberación Homosexual, que por medio de otras herramientas estaban poniendo el cuerpo y visibilizando cuestiones que también se puede decir que tenían tus obras.

-Nunca integré ningún grupo contra nada. Nunca me metí en ningún lugar donde hubiera gente que estaba peleando por algo, porque yo estaba peleando por hacer lo que quería hacer. Tenía mi propia pelea, no disponía de ese tiempo extra como para poder dedicarme a defender otro tipo de cosas. Defendía a lo que creía que es el hecho artístico. A mí me salvó el arte porque empecé a descubrir todo un mundo. Yo lo que provocaba era hacer lo que se me daba la gana, y sintonizaron otros personajes en eso y lo ubicaron de otra manera, pero yo lo hice como un acto de libertad.

¿Pero fuiste detenido por esa visibilidad pública, esa forma de libertad?

-Por averiguación de antecedentes miles de veces. Por estar parado en la puerta del Di Tella te llevaban a ver que si eras un asesino serial o un artista. Todos hemos tenido problemas con la policía. El Di Tella era una cosa que no lo digerían, por algo lo cerró Onganía. Todo lo que sea libertad, todo lo que sea abrirse al mundo era una cosa que molestaba. Al pintor Ernesto Deria lo detuvieron, lo encerraron y le cortaron todo el pelo. ¿Cómo le vas a prohibir a la gente que se vista o que tenga el pelo largo o que haga lo que quiera con su vida?

¿Y en la última dictadura?

-Entonces yo vivía en República de la India y Libertador, esperaba en la esquina el 67, iba a una comida. Para un Falcon y baja uno de los policías y me pidió documentos. Se los doy, pero empezó a revisar mi cartera y yo tenía un horóscopo anual adentro, donde me decía que este año no va a ser malo, “pero tampoco demasiado, no creo que la sangre llegue al río”. Me dicen: “¿qué es esto que tiene usted acá?”. “Nada, un horóscopo”, dije. “Esto es texto subversivo en clave. Subite, nosotros tenemos gente que te va a descifrar”, me dicen. “Bueno”, le digo, “si son especialistas, me quedo tranquilo”. Pero no sé qué habrá sido, que me habrán visto cara de salame o qué, pero a las cinco cuadras me dicen: “bueno, está bien, bájate”. Y le dije: “¿Ustedes para dónde van? Yo voy más adelante, si ustedes siguen por Libertador, me bajo más adelante.” Eso fue terrible, cuando llegué a la comida, me dicen: “Idiota, mirá si se arrepentían”. Fue terrible.

En la biografía de Federico Klemm, en la que participás con tu testimonio sobre tu relación con él, se cuenta que era detenido por maricón y en torturas en comisarías le arrancaron el pelo.

-Federico era un personaje increíble. Un día me dice: “Viste, Edgardo, que a nosotros que hemos vivido nos han pasado cosas. A mí, por ejemplo, me faltan unas muelas acá atrás, no tengo pelo tampoco y hemos perdido amigos también y ahora acabo de perder un vaso de whisky, que no sé dónde lo he metido”. Todo eso a mí me hacía mucha gracia, era un personaje.

Luego Klemm fue muy ninguneado en el mundo del arte, pero cuando triunfó con su programa de TV “El banquete cinemático”, fue reconocido por el gobierno de Menem y se comenzó a decir que lo que hacía era arte menemista. ¿Cómo te llevás con la relación del arte con la política?

-Soy apolítico, nunca creo en nada de eso. Es muy fácil prometer y muy difícil cumplir con la promesa. He visto cantidad de personajes políticos entre los cuales, la única persona que a mí realmente me ha conmovido es Eva Perón. Yo tenía una tía muy pobre, que tuvo como siete hijos. Mi tía enfermó y luego murió. Y pasaban las visitadoras de la Fundación, entonces vieron el cuadro ese y toda la enfermedad de mi tía, que me acuerdo que tomaba las pastillas Irgapirín, llegaban cajas de todo eso, y a los chicos los vistió, los asistió. Si a esto me lo hubieran contado y no lo hubiese visto en carne propia, hubiese dudado. Eso fue en Santa Fe. Me gustaba esa pasión que tenía ella para transmitir lo que transmitía.

Además, Eva Perón tenía una conciencia social y tenía glamour, que tu obra también tiene.

-En el libro de Dior, cuando le preguntan, a qué reina vistió, dice: “Yo a la única reina que vestí es a Eva Perón”. Vos fíjate, una persona que nace en Los Toldos, que tenga ese refinamiento. Mirá, Ignacio Pirovano era peronista y trabajaba en la Casa de Gobierno me dice: “Edgardo, no sabés lo que es el refinamiento de esta mujer.”

Eva Perón podría estar entre las mujeres excepcionales con una mezcla de pasión, glamour y personalidad fuerte que retrató a lo largo de su carrera Edgardo Giménez y de las cuales recupera todo ese espíritu de rebeldía. Niní Marshall, Libertad Leblanc, Mae West, Isabel Sarli, Moria Casán, y ahora con esta muestra se suma Divine, ampliando aún más el espectro.

Con Moria Casán hiciste un body painting revolucionario. ¿Cómo fue eso?

-Fue genial. Fue en el 80, cuando hice mi primera retrospectiva el Museo de Arte Moderno que estaba en la calle Corrientes. Silvia García me dijo: “Edgardo, ¿a vos te gustaría pintarla a Moria para promocionar tu muestra?”. Todo eso lo hice en el Tabariz y me acuerdo que estaban los militares, y Moria me dice: “Esto no creo que nos dejen publicarlo”, porque era en la tapa de una revista. “Bueno, pintarme algo que luzca como un tailleur”, me dijo ella. Y salió en la revista La semana.

A Libertad Leblanc le construiste una escenografía para su personaje de Vamp en Psexoanálisis (1968), la primera película de Héctor Olivera, una escenografía con tus icónicos monos que está en la muestra. También hiciste producciones de fotos para revistas con ella que están inéditas pero se repoducen en el libro.

-Libertad Leblanc también era un personaje increíble, la gente que se sale del molde me interesa. En esa escenografía, en un momento dado de la filmación, ella tenía que decir “Doctor, a usted me lo manda Freud”, y se equivocó y dijo: “Doctor, a usted me lo manda Pasteur”. Entonces, Olivera dice: “Esto no se corrige, eh. Esto queda así”. O sea, mejoró el libreto.

En la siguiente película de Olivera, Los neuróticos (1971), construiste una escenografía pop que fue un boom, fue premiada y una parte de ella reproduce en la muestra. ¿Pero también fuiste censurado?

-No, las películas de Olivera estaban censuradas. Yo intervenía en la parte estética. Estaban censuradas por la temática.

Bueno, igual hay una escultura fotográfica en esa película, que también está en la muestra, que es un hombre desnudo mostrando el culo, que la hiciste vos.

-Ese era yo. Estaba en Lumiton y digo “Necesitaría que alguien se desnude porque necesito poner un desnudo en ese lugar”. Nadie se animaba. “Bueno, si nadie se anima, me animo yo”, y así fue.

De tamaño natural, la escultura fotográfica de Edgardo Giménez es su propia silueta desnuda de espaldas reproducida en ambas caras, un cuerpo con dos culos, detrás y delante. Esa silueta está en la película Los neuróticos, ubicada junto a la cama del falso psicoanalista interpretado por Norman Brinsky. Pero también fue usada por la cineasta experimental Narcisa Hirsch a finales de los sesenta para hacer una performance callejera, sacando a pasear esa silueta con dos culos por la calle, a interactuar con transeúntes, registrando en super8 las reacciones. Una suerte de homenaje al arte de Giménez, que rediseñó esa tendencia de sacar el arte a la calle en distintos momentos de su obra, especialmente con su particular estilo arquitectónico. Ese super8 callejero se puede ver en la muestra del Malba para ver cómo el arte de Giménez, y su propio culo, podía ir de una película industrial de Héctor Olivera al cine underground de Hirsch, abarcando los polos opuestos del cine, quebrando la oposición entre formas de hacer. Un culo que rompe barreras que la cultura impone.

Esa tendencia a dejar que tu cuerpo se presente al desnudo, sin ataduras, es parte de tu valentía artística. Por algo tu autobiografía se llama Carne valiente.

-Eso lo saqué de una frase de Lola Flores: “Que me toque una mano inocente,/ mil pesetas al que me discuta/ que todo esto no es carne valiente”. Mi plan era hacer lo que se me daba la gana. Después la demás gente lo tomaba de otra manera.

Pero hay artistas que reprimen esas ganas, vos dejabas tus deseos sueltos en el arte.

-Eso es horrible, si solo se vive una vez... Me encantan los artistas sin red: cuando ponen una red para no golpearse, hay que desconfiar. 

Insistís mucho con vivir la vida con alegría, desde la risa, a través de tu obra. ¿En tu vida íntima y sentimental cómo te fue?

 

-La alegría para mí no es únicamente estar en pareja. La alegría abarca más espacio que eso, entonces cuando me di cuenta también de eso, tomé precaución porque hay gente que se embala muchísimo con una relación y esa relación lejos de estimularlos para que siga, lo aplasta. A Nacha Guevara le preguntaron “¿Y tú estás de novia”. Y ella respondió: “No, ¿vos te pensás que yo le voy a dar ese poder a alguien?”.