“Uno no piensa en lo que cree”, afirma el personaje del cuento "Kurokos", uno de los últimos que conforma La paciencia del agua sobre cada piedra de Alejandra Kamiya, donde la narradora con un tono más que íntimo, acaso como ciertos seres que, desde muy pequeños se guardaron para sí mismos el compartir una experiencia reveladora a quienes parten de la desconfianza, de pronto se observa a sí misma a una distancia prudencial como quien acepta con naturalidad su manera particular de sentir y estar en el mundo. “Fue un kuroko quien sostuvo mi bicicleta cuando mis padres aplaudieron, otro, o tal vez el mismo, quien me indicó el camino de regreso ese día que todos recuerdan porque me perdí”. Hay universos narrativos tan profundos e intensos que pareciera inevitable la necesidad de apropiarse de cierta arbitraria correspondencia entre la mujer, o el hombre, y su literatura que la respalda. Una coherencia que hace nido en lo que suele llamarse una poética propia y que no es otra cosa que una porfiada necesidad de dar aquello que se tiene dentro. Un fin en sí mismo. Escribe así porque percibe así la realidad, se dice; pero una cosa es percibir y otra es generar un puente tendido hacia un universo propio por medio de las palabras. “Mi padre habla de mi madre en este silencio triste y yo respondo con un silencio piadoso. Mi padre habla de su amor sin decirlo porque el amor es acto o no es”, afirma una hija, otra vez observando desde la distancia, en el cuento “Las Grullas de Idhemizu”. Habitar los silencios, colmarlos de sentido sin caer jamás en recursos trillados e instalarlos en su propio universo, vale decir tanto en La paciencia del agua sobre cada piedra como en sus dos libros anteriores, Los árboles caídos también son el bosque y El sol mueve la sombra de las cosas quietas, publicados con cuatro años de distancia respectivamente. También éste último. Cuentos, todos. Y si uno, otra vez forzando la correspondencia, quisiera ver un acto de resistencia ahí, teniendo en cuenta que el cuento como género está en nuestro ADN narrativo, por mucho que le pese a la industria cultural, lo cierto es que Alejandra Kamiya, su literatura, pareciera necesitar los espacios breves, porque como quien instintivamente conoce la duración exacta del silencio y todo lo que puede desbaratarse en su interior si se tensa

“No escribo libros, escribo cuentos. Quiero decir: no planeo un libro como algo a presentar a una editorial o una unidad que cierre en sí misma. Escribo cada cuento por separado y ésa es la unidad. Cada uno de estos cuentos obedece, sí, a un momento, un impulso, la respuesta a un estímulo exterior que puede ser un perfume, una escena en la calle o en una película o en el relato de alguien, la forma de la luz sobre un objeto. Cualquier cosa puede servir de estímulo porque finalmente de lo que se trata es de la mirada” dice Alejandra Kamiya, que por su obra, recibió, entre otros premios, el Fondo Nacional de las artes (2009), el Max Aub (España 2010) el Premio Horacio Quiroga (Uruguay 2012) y Unicaja (España , 2014). "Después de haber escrito tres libros puedo deducir que hay un ritmo: cada cuatro años más o menos, surge un libro. O mejor dicho surge la necesidad de salir al mundo con un libro, a encontrarme de algún modo con los lectores. Es como si el lector invisible que uno sabe que existe tomara cuerpo y se acercara a hablar conmigo, cuando no me traen pequeños obsequios como flores, dibujos, sus libros, sus historias. Sus modos de leer lo que escribo lo amplía y enriquece. Pero nada de esto es planeado sino que ocurre de un modo muy natural y espontáneo. Creo en el trabajo intuitivo y lo más natural posible en lo que tiene que ver con la creación. Las temáticas no son de este libro sino que son las de siempre, y no soy nada original: me interesan el tiempo, la soledad, los vínculos, la muerte, la belleza”. 

Así como Alejandra Kamiya no piensa en términos de libros como unidad tampoco se plantea a priori los temas: intenta abrir todas las compuertas y dejar que ocurra la escritura. “La repetición de temas no es buscada sino que me persigue, y puedo verla una vez que el texto está ahí, fuera de mí. Estoy escribiendo el prólogo para una nueva traducción de Kawabata, directa del japonés, y para ello estoy releyendo su obra: la repetición de temas y símbolos es clara y creo que esa especie de obsesión habla de la honestidad de Kawabata al escribir. Uso historias de mi memoria o inventadas o tomadas de la realidad para llegar siempre más a menos al mismo lugar. No he avanzado mucho en estos años: sigo preguntándome las mismas cosas y lo que escribo son modos de formular esas preguntas. Creo que en ese lugar, en donde la pregunta es tan básica es donde todos somos una misma cosa. Quiero decir nuestra humanidad se define en parte por estas preguntas”.

La presencia de animales (animales somos todos, en el fondo todos somos animales, diría Salinger), el modo en que los instala en La paciencia del agua sobre cada piedra, permite que las lectoras y lectores se los apropien de algún modo; pero no desde lo simbólico sino en distintos posibles niveles de sentidos. En el cuento “El mono”, en la mínima descripción física de los dos personajes hay uno, en realidad una, que marcará un estado de indefensión, luego vendrá el miedo, la locura con arrebatos de violencia, el mono, como un integrante de una pareja desquiciado que lo rompe todo, abrumado por los fantasmas que nacen de la noche, su pesadilla inconfesable, su dolor, mientras ella, la mujer-niña , acurrucada en la cama, espera a que pase la tormenta, el huracán, tan puro como un huracán porque está en su naturaleza destruirlo todo mientras no encuentre una contención. “Hay simetría entre su fuerza para destruir y su fuerza para reparar, hay simetría entre el dios furioso de la oscuridad y esta armonía que dice minuciosamente que no es verdad la noche. Hay simetría, y la simetría se parece a la justicia.”

La paciencia del agua sobre cada piedra, en esa verdad resbaladiza y lento desgaste afilado de otro orden natural de las cosas, está la mirada de Alejandra Kamiya. Y resulta una experiencia fascinante.