Me siento en mi mesa de siempre, al lado de la ventana, mientras Osvaldo pasa sin saludarme. El local es chico y prefiero no llamarlo. Pero esta vez no me ve, o hace que no me ve. No tengo mucho tiempo así que le hago señas. Como no se da por aludido levanto la voz: “¡Osvaldo, Osvaldo!”, reclamo, hasta que por fin decide acercarse.

–Buen día, ¿qué va a tomar hoy el señor fullero?

–Ah, bué, ¿a qué se debe ese recibimiento tan agreta y con esa palabra canyengue que Cristina le dedicó a Massita?

–No se haga el logi, que usted tiene más calle que un bondi. Hace meses que no asoma el hocico por acá y cuando decide venir reclama ser atendido como un gomía. Araca Don Hugo, ahuecando el ala por favor.

–¿Acaso me está dando el raje, Osvaldo? Mejor baje las ínfulas porque antes de que me eche me tomo el olivo. En este Barovero el único mozo se llama Osvaldo y veo que está alunado.

–No estoy alunado jefe, no. Pero la verdad que lo extrañaba, me siento “abandonado como los muelles en el alba”, como le gusta decir a Olga, mi señora, cuando se pone romántica y me acusa de andar mirando percantas por la yeca. Me parece que a usted su hijo lo llevó por otro camino: antes venía y se clavaba una milanga a caballo, un tinto Don Valentín, queso y dulce y su cortado de siempre. Pero no se preocupe que con el Beto me pasa lo mismo: “dale papá, me dice, dejá el piyama y las pantuflas que te invito a lastrar a Palermo”. Y ahí va Osvaldo a manducar pescado crudo, el sushi ese que a los pibes les encanta, pero que mí no me convence. A uno que creció a polenta, guiso, lentejas y mondongo que no le vengan con yakisoba, yakitori, ramen y esos hongos de nombre raro que ni me acuerdo.

–Shiitakes

–¡Esos! Ni pan se puede pedir en esos lugares. ¡Ni pan! Y comer sin pan es como amar sin ser amado, Don Hugo. Si mi vieja se levantara de la tumba se vuelve a morir. Pero yo con tal de ver al Beto me sacrifico. Entre su laburo, la novia, los amigos y la política ya no tiene tiempo para nosotros. Ahora para hablar de San Lorenzo y putear a Tinelli y a Lammens le tengo que mandar un audio de wasap.

Pero a usted le debe pasar lo mismo. La última vez pidió una limonada con menta y jengibre. Casi lo achuro. En el bar de Osvaldo se despacha licuado de banana con leche, y en jarra de plástico. El limón, en gajos, y solamente para rociar las milanesas o la merluza a la romana. La menta para las pastillas y el jengibre lo planta en sus macetas porque en las mías solo van los malvones de la Olga.

–Pero mi querido Osvaldo, una cosa no quita la otra. Como cantaba Palito Ortega, “A mí me pasa lo mismo que a usted”: el Sushi mucho no me entusiasma, pero el Yakimeshi no deja de ser un arroz con huevo y verduritas parecido al que hacía mi abuela. Riquísimo. Y el Ramen, una sopa de fideos igualita a la de la fonda “El Mosquito”, ese famoso bar con mostrador de estaño que atendía Don Mito en Río de Janeiro y Cangallo… ahora Perón.

–¿Perón, dijo? Es lo que me hacía falta escuchar porque tengo un merengue en la cucusa. El Beto y Luciana, que no paran de militar, andaban tan contentos con el pibe Wado que se bancaban hasta al pelado Manzur. Y cuando ya preparaban la mesa en la esquina del barrio, para empezar la campaña, le dieron vuelta la taba y coló Massita. ¡Las caras de los pibes! No se las puedo describir, jefe. La del Beto parecía la de Insúa cuando rajaron al Perrito Barrios contra River, y Luciana más furiosa que Shakira con Piqué. Ese día en casa no disfrutaron ni el vermú. Y eso que Olga, que se la veía venir, les había comprado parmesano de primera, ajíes, aceitunas rellenas, longaniza calabresa, jamón crudo y con sus propias manos preparó unas berenjenas en escabeche que estaban de rechupete. Todo para que los pibes se quitaran el gusto a sapo de la boca y les volviera la sonrisa. Pero no hubo caso, lo que masticaban era bronca. No probaron ni los palitos salados. Todo mal. Mi señora se amargó al ver que no comían y empezó a putear a Massa con más ganas que Luciana. El Beto estaba tan deprimido que no levantaba la vista del celular, y yo sacaba la cuenta de lo que había pagado esa picada y pensaba que Massa no le podía ganar ni a De la Rúa resucitado. Con Cristina, los salamines y los quesos los compraba solamente con las propinas. Con Alberto, Guzmán y Massa no me alcanza ni para los grisines. La verdad que si no voto en blanco es solamente para apoyar al Beto y Luciana que son unos divinos: “unes divines”, me corrige siempre la Lú cuando se lo digo. Pero lo único que falta es que a esta altura me ponga a hablar con la “e”. ¿Se imagina?: “¿qué van a tomar les amigues?” No, con esa sí que no me agarran.

–¿Por qué no, Osvaldo? Lo que hoy suena raro quizás mañana no lo sea. Yo a veces uso ese lenguaje para ir acostumbrándome, por las dudas. Si no, pregúntele al Beto si va a hacer campaña por Massa. Por lo que usted me cuenta, hasta hace un tiempo ni lo pensaba.

–Ya se lo pregunté, o se cree que voy a esperar su consejo. Claro que se lo pregunté.

–¿Y?

–Que no, me dijo que no. Que al chivo Rossi lo banca pero, como lo habilitaron a Grabois, él y Luciana van a jugar para ese muchacho. De Massa no van a pegar un sólo afiche.

–¿Ah, no? Veremos qué piensan en unos meses Osvaldo. O quiere que le cuente los sapos que me llevo tragados yo en todas las elecciones. Del 83 para acá voté varias veces “para que no ganara el otro”. Y me comí a Angeloz contra Menem en el 89 y a Bordón en el 95. En el 99 tragué uno de los más grandes de mi vida: voté a De la Rúa para que no ganara Duhalde. Y eso que en esa fórmula estaba Chacho, que en ese momento era un Uvasal para digerir al otro. Pero Chacho trajo de nuevo a Cavallo y se fue a jugar al tenis mientras se caía todo. Por lo menos la pegué con Néstor, al que muy pocos le tenían fe, y las dos veces con Cristina, que me sirvieron para aliviar las penas y volver a creer que la política sirve para mejorar la vida de la gente.

–Bueno Don Hugo, ya me hizo un discurso que no le pedí. Usted es un chamuyero único aunque no creo que le alcance para convencer a mi hijo y a mi nuera. Como si fuera poco, el Cuervo Larroque no es candidato a nada, y a ese lo amo porque es hincha furioso de San Lorenzo. Menos mal que uno tiene sus años y sabe bien que quiere decir fullero, porque mi hijo y mi nuera no tenían ni idea y se la tuve que traducir. Se murieron de risa.

Luciana, rápida, sacó una conclusión y me dijo: “Osvaldo, son todes fulleres, así que vamos por Grabois en las Paso”. Pero, como usted dice, yo creo que en octubre le ponen el votito a Massa. ¡Un Uvasal ahí!