Pasó de moda la "onda cripto" y su numerosa prole de NFTs, juegos y esas criptomonedas que florecían gracias al dinero barato y a un intenso marketing que usaba la cháchara sobre una "tecnología imparable", "el futuro" y "la democratización". Si bien Bitcoin en 2009 podía generar cierto entusiasmo al quitarle poder a los bancos, al poco tiempo los poderes financieros, lejos de temblar, comenzaron a relamerse con las posibilidades que permitía el descontrol del mundo cripto.

Luego del colapso generalizado de fines del año pasado, Bitcoin resiste: cayó desde su récord de 65 mil dólares hace más de un año a unos 16 mil, para recuperarse hasta los 29 mil de la actualidad. Ether, por su parte, llegó a los 4500 en su pico, bajó hasta los 1000 dólares y actualmente ronda los 2000. En ambos casos se trata de criptomonedas con una comunidad relativamente fuerte detrás, capaz de sostener el proyecto aunque la parte de especulación haya perdido el aire.

No tuvieron la misma suerte muchas otros criptoactivos desarrollados puramente con fines especulativos, celebrados por el mercado en su momento, como ocurrió incluso con las supuestamente respaldadas "stablecoins".

La fiesta terminó y personajes celebrados oportunamente por los medios, como Sam Bankman-Fried, fundador de la ahora quebrada FTX, están bajo vigilancia para asegurarse de que no se escapen. Las promesas sobre los juegos Play to earn que "podían" rescatar de la pobreza a los jóvenes del tercer mundo y los NFTs como salvación para los artistas ya se guardaron en el arcón de las picardías del capitalismo financiero.

La historia podría resultar anecdótica o un síntoma más de la deriva financiera del capitalismo actual, pero cabe recordar que esa celebración mediática tuvo impacto en las vidas que no salen en las revistas porque perdieron "poco dinero", en comparación con los miles de millones que se "desvanecieron" con el colapso cripto.

Estos habituales perdedores del sistema, necesitados de "pegar una", creyeron que realmente podrían ganar como los personajes de esas historias multiplicadas por los medios que aprovecharon el momento ascendente del fenómeno para ganar dinero y saltar antes de que colapsara. En Argentina es conocido el caso de Leonardo Cositorto, pero como él hubo miles en el mundo que aprovecharon el marketing y la desesperación de millones.

Donde haya una necesidad

África, un continente con serios problemas de pobreza y acceso a las finanzas, era presentado como ejemplo del potencial de las criptomonedas. Según esa mirada neoliberal, la "inclusión financiera" que ofrecía el mundo cripto permitiría a los africanos ahorrar, comprar o pedir préstamos de manera mucho más simple para mejorar sus vidas.

Por eso, revistas como Forbes (por citar solo a una), celebraban en 2021 que África tuviera los índices más altos de adopción de criptomonedas, un 1200 por ciento anual, con más de 105 mil millones de dólares circulando en ese formato. En particular se celebraba que el crecimiento se diera sobre todo en pequeños inversores que lo usaban para proteger sus ahorros. Algunos cálculos hablaban de 53 millones de usuarios africanos (sobre todo de Kenya, Nigeria, Sudáfrica y Tanzania), aproximadamente un 16,5 por ciento de la población total.

¿Cómo es el panorama actual? Las cosas no salieron como se esperaba o, al menos, no para los pequeños ahorristas. No es fácil contar con estadísticas confiables acerca del impacto general y si las hubiera, probablemente sonarían a poco en comparación con, por ejemplo, los más de 16 mil millones de dólares que perdió el fundador de FTX. Cabe aclarar que a él "solo" le quedaron 1000 millones.

Para los ahorristas africanos que cuentan sus historias a distintos medios, las pérdidas individuales llegan a cifras menos llamativas, pero significan en muchos casos la pérdida de todos sus ahorros.

Muchas exchange, como Nestcoin, Luno y Chipper Cash tenían parte de sus recursos en FTX y sufrieron el golpe o simplemente quebraron arrastrando a sus clientes, como en el caso de LocalBitcoins, en cuyo sitio aún se lee que debieron cerrar por el "frío invierno" de las criptomonedas. Cuando ya era tarde, surgieron algunos pedidos de regulación por parte de los gobiernos, pero la mayor parte del daño estaba hecho.

El lado B de la historia no suele aparecer en los medios, pero muestra tal vez la cara más despiadada de las burbujas tecnofinancieras. Es cierto: blockchain tiene algunas particularidades que la pueden hacer interesante y algunos proyectos que son sostenidos por comunidades pueden encontrarles funciones democratizadoras que se usaron para promocionar el mundo cripto. Sin embargo, hay que insistir: nunca es la tecnología en sí la que resuelve problemas o deja de hacerlo. Cuando sus potencialidades son asaltadas por el poder financiero se transforman en mecanismos de rapiña que perjudican sobre todo a los más débiles de la ecuación.