Desde Paris

Menos gente, pero una presencia siempre sólida en las calles del país. La tercera jornada de huelgas y manifestaciones contra el proyecto de reforma de las pensiones francesas volvió a movilizar a decenas de miles de personas. Según los sindicatos hubo 400 mil personas en París para un total de dos millones de manifestantes en toda Francia. El Ministerio de interior presenta otras cifras: 57 mil personas en la capital francesa y 750 mil a escala global. La guerra de cifras entre los sindicados y la policía es un clásico que acompaña cada manifestación. 

Lo cierto es que esta jornada fue un nuevo éxito, incluso si la participación fue menos a los más de dos millones de personas que habían manifestado el pasado 31 de enero (1,27 millones según la policía). Los sindicatos habían anticipado la posibilidad de que hubiera menos gente debido a las vacaciones escolares y al hecho de que el movimiento sindical no quiere penalizar demasiado a los usuarios con huelgas muy duras, sobre todo en los transportes. Los ocho sindicatos se reunieron anoche en la Bolsa del Trabajo (París) y volvieron a reiterar su pedido de “manifestar masivamente el próximo sábado 11 de febrero”. 

Las organizaciones sindicales aseguran que “el gobierno debe retirar el proyecto sin esperar a que se cumpla el proceso parlamentario". El Secretario General de la CFDT, Laurent Berger, declaró que “sería una locura democrática permanecer sordo”. El responsable de la CGT, Philippe Martinez, recalcó que “si el gobierno persiste en no escuchar harán falta huelgas más duras, más numerosas”.

El gobierno, por ahora, no le presta demasiada atención a lo que ocurre en las calles a pesar de la fortaleza del movimiento de rechazo a su proyecto. El Ejecutivo está concentrado en resolver el enredo que tiene en la Asamblea Nacional. Como carece de mayoría absoluta para aprobar un proyecto de ley le son indispensables los votos de sus aliados de la derecha, Los Republicanos, con los cuales pactó parte del texto. Sin embargo, un diputado de Los Republicanos, Aurélien Pradié, seguido por otros 15 desafían la línea de su partido y rehúsan votar la reforma en su estado actual. Con lo cual, el presidente francés, Emmanuel Macron, se enfrente a la Asamblea Nacional a cuatro oposiciones: los diputados reticentes de su propia mayoría, los Republicanos rebeldes que lo alejan de los 289 votos indispensables para la aprobación de la reforma, el frente de la izquierda, primera fuerza de oposición en la Asamblea que exige el retiro del texto, y la extrema derecha que reclama un referendo sobre el tema.

Ayer, en París, el viento helado se mezcló con el sol a lo largo del recorrido de la manifestación entre La Opera y la Plaza de la Bastilla. Los globos rojos de la CGT, los anaranjados de la CFDT, los burdeos de Fuerza Obrera y los azules de la CFTC coparon el cielo. Un enorme cartel decía: ”este es el enfrentamiento entre la Francia de los cuadros Excel y la Francia de lo Real”. Los cánticos y la música acompañaron a los manifestantes hasta la Plaza de la Bastilla, donde, al final, se produjeron incidentes menores entre un grupito de manifestantes y la policía. ”Que lo sepa Macron y todos sus socios: de aquí no me muevo hasta que no saquen el proyecto. Dormiré en la calle si hace falta, pero a mí no me llevan a la tumba trabajando”, decía Cristopher, un profesor de historia con tres décadas de carrera. 

A fuerza de mirar los juegos políticos para sumar una mayoría, el Ejecutivo se olvidó de la calle. Esta tercera manifestación consumó el divorcio entre el macronismo y la gente. La gente quiere que “se retire el corazón de la reforma”, es decir, la ampliación a los 64 años de la edad mínima para jubilarse contra los 62 actuales. Mathieu, un joven empleado de una boutique de perfumes militante de la izquierda radical de Francia Insumisa, explicaba a PAGINA12 que, si “no se sale ahora a la calle para frenar esta barbaridad, en algunos años más nos meten otra reforma y nos hacen trabajar hasta los 70 años. Es ahora o nunca”.

Funcionarios, sector privado, empleados de los ferrocarriles, jóvenes estudiantes, bachilleres, entre la gente nadie se mostraba dispuesto a negociar ese punto esencial: ”la jubilación a los 64 años es una aberración, una injusticia delirante. No cederemos. Siempre pagan los trabajadores mientras que el gobierno no les saca un céntimo del bolsillo a los millonarios o a las grandes empresas que ganan miles de millones”, decía Georges, un profesor de economía ya jubilado pero muy implicado en las protestas. Étienne, un joven muy moderno dirigente de una pequeña start-up confiesa que votó “dos veces a Macron. Era un tipo de centro liberal, inteligente, pero con su reforma nos demuestra que es un fanático. Incluso si es muy lejos para mí, no quiero una jubilación a los 64 años”.

La impugnación del proyecto de ley que apunta a aumentar la edad mínima para jubilarse se mantiene vigente. El movimiento, por el momento, no da signos de renuncia o cansancio. No es una protesta revoltosa ni insurrecta sino una suerte de masa sólida, tranquila, pero muy convencida de lo que quiere y donde se mezclan todas las edades.

Nadie retrocede: ni los sindicatos, ni el gobierno, ni la izquierda parlamentaria. El sábado 11 de febrero habrá una cuarta jornada de huelgas y protestas. De aquí a entonces continuará la batalla parlamentaria, que sigue incierta. La de la calle el presidente Macron ya la perdió.

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