A más de dos décadas de su muerte, los misterios de Edward Gorey (1925-2000) siguen circulando como esas postales extrañas que dibujaba, que aún parecen ir a direcciones inesperadas. Tal vez Mark Dery tenía razón al titular Nacido para ser póstumo a su exhaustiva biografía de Gorey publicada a fines de 2018. Para seguir trazando otra entrega de sus enigmáticas aventuras póstumas, la escritora Lori Mortensen y la ilustradora Chloe Bristol juntaron sus talentos para dedicarle una breve biografía en formato de libro infantil llamado ¡Qué absurdo! La curiosa historia de Edward Gorey, donde trazan cómo lo ordinario y lo fantástico diluyen sus límites en la vida múltiple del autor (y también autora) de más de 100 libros extraños.

El primer acierto de Mortensen & Bristol es retomar el relato brevísimo, resumido en algunos dibujos y pocas oraciones, para contar algo que tiene muchas reververancias, tal como lo hacía Gorey en la mayoría de sus historias, que no necesariamente tenían un desenlace o conclusión sino que quedaban en estado de suspenso. De hecho, esta biografía ilustrada de Gorey no termina con su muerte, aunque una lápida con sus iniciales aparece en el dibujo más extraño a mitad del libro. Ese mismo humor negro es el que Gorey hereda del surrealismo y que usó para aniquilar tanto la seriedad como las estructuras rígidas, llámense etiquetas o géneros, con que se pone límites al desarrollo de la personalidad.

Edward Gorey (1925-2000) 

 

Victoria victoriana

En la tapa de ¡Qué absurdo!, aparece dibujada la criatura bípeda y peluda con bufanda que usa las mismas zapatillas deportivas que Gorey, y que protagoniza El huesped dudoso (1958). Criatura de la que no se sabe su nombre, ni a qué especie pertenece ni siquiera su final; sí se sabe que es una criatura que vive 17 años con una familia haciendo acciones desconcertantes. Edward Gorey es al siglo XX como esa criatura que él creó. En su primer libro, El arpa sin cuerdas (1953), Gorey hace su primer autorretrato con un abrigo de piel que, al igual que la criatura, cubre casi todo su cuerpo, un fetiche que tenía en su vida por esos tapados.

Nacido en Chicago, un bibliófilo precoz que terminó estudiando en Harvard, donde según las autoras “se juntó con escritores y poetas igualitos a él”, pero el dibujo que ilustra ese momento se lo ve apartado, vestido con el típico tapado de piel, desintegrado del grupo de hombres y mujeres que no se parecen en nada a él. Alto y barbudo, ese look frankenstein de pieles, zapatillas y manos sobrecargadas de anillos, lo convertían en un raro dandy decimonónico, siguiendo el espíritu victoriano que inspiraba su vida y sus obras. Gorey hizo de su estilo un desafío a su época, alguna foto documenta su paso extravagante por New York frente a la mirada azorada de transeúntes. Esos abrigos de piel estaban inspirados en los que usaba Oscar Wilde, quien fuera encarcelado no por sus actos homosexuales sino por ser un dandy que, desde su apariencia, confrontaba con las ideas y los límites de género y clase de su época, según sostiene el ensayista Paolo Zanotti.

Edward Gorey publicó su primer libro a los 27 años, en 1953. Todavía flotaba en el aire el perfume victoriano del que él se burlaría en sus libros

Un dandy anacrónico

Gorey fue un dandy anacrónico, igual de crítico que Wilde, y su personalidad fue en parte una venganza contra la moral victoriana que todavía imperaba en el siglo XX. No solo vengó la condena social de Wilde por sus transgresiones, sino también la de Lewis Carroll, otro de los ídolos victorianos de Gorey. Aunque él mismo ilustró una primera versión de Alicia en el País de las Maravillas, Carroll no se atrevió a publicar su libro más célebre con sus propios dibujos, y aunque era un genio pionero de la fotografía, interrumpió su afición, según sospecha algún biógrafo, porque la moral de la época cuestionaba sus retratos de niñas con poca ropa, en papeles tan fantasiosos como en sus ficciones infantiles. El título original del libro de Mortensen & Bristol es Nonsense!, que es el género del que Carroll fue uno de los máximos exponentes junto a Edward Lear, el tocayo victoriano a quien Gorey hizo extraordinarias ilustraciones a dos reediciones de sus libros y a quien también emulaba incluso en su apariencia (ambos, además, murieron a los 75 años, un detalle de exquisita mimesis macabra).

El dandismo de Gorey implicó una obra que mezcló a Lear, Carroll y Wilde con otras tantas influencias de su erudición desviada para ser un esteta extremista con alto valor de shock: su obsesión por retratar la niñez desde perspectivas impiadosas, oscuras, deformes y paradójicas tanto como su cruza visual de lo masculino y femenino para generar una ambigüedad incatalogable e innombrable (tanto en su vida como en su obra). Un centenar de libros inclasificables, incontables ilustraciones y su participación en espectáculos como escenógrafo, diseñador de vestuario, autor y/o director terminaron de convertirlo en una personalidad de una excentricidad que se podría llamar queer, aunque también resistiría a esa o cualquier otra denominación.

Portada del libro de Mortensen, con ilustraciones de Chloe Bristol

Pionero inmoral 

La llegada de Gorey a New York en 1953 a sus 27 años, es destacada por Mortensen & Bristol porque sería el año de la publicación del su primer libro. El moralismo victoriano del siglo XIX no estaba tan lejos de ese año, porque el presidente republicano Eisenhower hizo la orden 10450 por la cual a miles gays y lesbianas se les prohibió el empleo público y más de 5000 personas fueron despedidas por sospechas de ser homosexuales. Hasta el final de su período en 1961, el número de despidos por orientación sexual fue mucho mayor de los despidos por afiliación al Partido Comunista. El gobierno instaló la idea de que las personas LGBT como una amenaza a la seguridad nacional.

Durante la presidencia de Eisenhower, mientras trabajó como diseñador e ilustrador en varias editoriales, Gorey publicaría sus primeros libros, que aún son artefactos indefinibles y pioneros, con dibujos y textos que no solo desafiaban toda la represión y persecución de la época, sino que iban más allá de toda la moral imperante. Su segundo libro, The Listing Attic (1954), incluye viñetas y poemas de una pareja de hombres con mostachos que se hacen llamar primos y usan largos vestidos femeninos, una mujer desnuda mirándose al espejo con miedo a perder su sexo, y una muchedumbre de hombres en Harvard que queman en una hoguera a una “fairy”, que en la jerga significa “marica”, una referencia a la caza de brujas de esos años.

No solo en sus propios libros, que tenían circulación limitada, Gorey hacía esas representaciones aberrantes para la época, sino también en las ilustraciones para editoriales más grandes, como la tapa que hizo en 1957 para el libro Redburn de Herman Melville, con un dibujo donde el homoerotismo entre marineros en el puerto es más que flagrante, décadas antes de que se hable abiertamente de la ambigüedad sexual y la dimensión queer en la literatura de Melville.

Como director de teatro, Gorey dirigió una puesta de Salomé, la obra de Oscar Wilde.

Dinamitar el ego

La mejor apuesta para representar la mutación de Gorey en el libro ¡Qué absurdo! de Mortensen & Bristol es la doble página con los dibujos de las caras para ilustrar ciertos seudónimos de Gorey, incluyendo cuando firmaba como una autora. Sus seudónimos se cuentan por docenas, y no debe existir otra persona en el siglo XX que cambiara tantas veces su firma. En su mayoría, los alias de Gorey eran anagramas de su propio nombre, muchas veces creando su versión femenina como Mrs. Regera Dowdy, Madame Groeda Weyrd, Miss D. Awdrey-Gore, Dora Greydew, Nancy Drewish, Addée Gorrwy. La autoría para Gorey no tuvo un género fijo, fue tanto autor como autora, pero no cayó en la lógica binaria: muchos de los anagramas que usaba como alter egos ni siquiera tenían un género definido, eran nombres unisex o indeterminados.

Gorey lleva a la máxima expresión su obsesión por generar anagramas con su nombre en el libro The Awdrey-Gore Legacy (1972), un relato de misterio sobre la muerte de D. Awdrey-Gore, una novelista que ama a las mujeres y se sospecha que vivió un tiempo en Taormina vestida como hombre. El libro está dedicado a su ídola Agatha Christie, de quien Gorey leyó toda su obra cinco veces, sosteniendo que cada lectura seguía siendo interesante aún sabiendo el desenlace del misterio.

Su manera por dinamitar el anclaje en el género fue incluso más allá. Como director de teatro, Gorey dirigió una puesta de Salomé, la obra de Oscar Wilde, con el actor Vincent Myette en el rol de la protagonista, y en otras oportunidades Joe Richards, un transformista de barba prominente, interpretaba roles femeninos. En 1983 editó E. D. Ward, a Mercurial Bear, firmado con el anagrama de Dogear Wryde, que era un libro infantil que traía la figura de un oso para vestir con ropa de ambos géneros. Por supuesto, en todo esto hay algo del gusto camp por exaltar lo epiceno, como escribió Susan Sontag, quien formó parte de un grupo cinéfilo con Gorey en sus años neoyorquinos.

La inclusión de autorretratos en sus libros tanto como la insistencia en desordenar las letras de su nombre eran formas de crear remolinos de sí mismo: su presencia o su marca en las ficciones implica un cambio, convertirse siempre en otra persona. Ese recurso funcionaba como los autorretratos en Rembrandt según lo interpreta Todorov: no es un recurso para agrandar o desarrollar el ego sino para destruirlo, partirlo en mil pedazos, descomponerlo, cruzar los límites de la identidad para volverse impropio.

Porno degenerado 

Como para comenzar la revolucionaria década del 60, Gorey hizo un libro orgiástico llamado El curioso sofá: obra pornográfica de Ogdred Weary (1961). Sin sexo explícito, lo porno para Gorey es apretar más las clavijas de la ambigüedad: en el relato no hay exposición genital y los personajes se cruzan con el deseo circulando sin orientación. Una pornografía exótica entre la naturaleza o en interiores donde lo hétero, homo, lésbico e incluso el sexo interespecie difuminan sus límites en encuentros en parejas o grupos de distintos números. Si el sexo aparece siempre fuera de las viñetas, a veces incluso generando misterios, las líneas tienen una sensualidad mayor que en la mayoría de sus otros libros, incluso se reproducen algunas poses de ballet que son una de las recurrencias en su estilo. Gorey era fanático del ballet, le dedicó algunos de sus libros a esa pasión, y los cuerpos de sus personajes copian la gracia de la contorsión de los cuerpos de la danza escénica como una forma de diluir lo masculino y lo femenino en un mismo movimiento. Por eso El curioso sofá es un libro muy andrógino que rechaza el instantáneo reconocimiento gráfico de los géneros y los sexos propio del porno industrial.

“La gente siempre me proponía que ilustre novelas pornográficas luego de El curioso sofá, y yo les decía: ¿viste el libro? Los hombres son totalmente indistinguibles de las mujeres”, comentaba Gorey que sabía que la hipersexualización de los cuerpos es lo que define al porno y es lo que él evita en todo el relato. En su último libro, The Headless Bust (1999), publicado un año antes de su muerte, los protagonistas hacen un “viaje fantasmal” donde se cruzan con una persona llamada X, que “parecía no ser de ningún sexo”, y por eso se le acusó “de indecencia grave”. El legado de lo obsceno es salir de esa reglamentación binarista, de escapar a las categorías que ordenan y disciplinan los cuerpos.

El juego del desvío

En su obsesión por rastrear las pistas sobre la orientación sexual o los aspectos que vinculan la obra de Edward Gorey con la cultura gay, su biógrafo Mark Dery intenta encontrar referencias en sus cartas personales. En una de ellas, Gorey comenta que una amiga lo va a llevar a un bar peligroso llamado The Bagatelle, frecuentado por lesbianas rudas, a lo que Dery comenta que es “difícil imaginar a Gorey en un lugar como ese.” ¿Por qué sería más raro verlo ahí que en cualquier otro lugar? ¿Dónde es imaginable Gorey? ¿Existió un lugar en el mundo que pueda contener fácil esa dimensión desconcertante que tenía? ¿No fue siempre un huésped dudoso? Tal vez, como sus libros, no sea posible un lugar correcto para ubicarlo. En ¡Qué absurdo!, las autoras documentan que había madres que rompían los libros de Gorey y se los devolvían por correo. Otros libros eran rechazados por las librerías por sus contenidos de alto valor de shock, como por ejemplo The Loathsome Couple (1977), que es la versión oscura de su libro célebre Los pequeños macabros donde 26 dibujos y versos retratan la muerte de niños y niñas.

 

Gorey rechazó muchas de las categorías en las que lo ubicaron, especialmente la de autor macabro, y tiene un libro llamado Category, un juego de palabras entre su apellido y su pasión por los gatos, donde se ríe de la palabra misma. “Supongo que soy gay. Pero en realidad no me identifico mucho con eso... Yo nunca dije que fuese gay, y tampoco dije que no lo fuera", respondió Gorey en una entrevista de 1980 cuando le preguntaron sobre su orientación sexual. Muchas personas como Gorey, nunca se identificaron como gay porque estaban disconformes tanto con lo que se había convertido en la “cultura gay” como con la idea de que la orientación sexual se transforme en una identidad que cristalice una idea totalizadora del yo. Mientras Dery insiste en extraer rasgos para ubicar a Gorey en una genealogía gay, Mortensen & Bristol prefieren celebrar su disparate. Si Gorey no se identificaba como gay es, principalmente, porque ni su obra ni ninguno de sus libros intenta dar una imagen tranquilizadora de la orientación sexual o la identidad de género, sino un recorrido desviado por la ironía, el desconcierto, lo inaceptable, la imaginación más enrevesada y los misterios suspendidos para siempre como un salto de ballet retratado en el aire.