Mi papá fue futbolista en una época en la que con la pelota no se ganaba dinero. Mi vieja era una auxiliar de enfermería que siempre soñó con que sus hijos tuvieran una formación educativa superior a la que ella había tenido. Y nosotros, mi hermano y yo, nos fuimos detrás del balón. Pero siempre debimos estudiar. La gran disputa del hogar era juntar el dinero para poder pagarnos un colegio mejor. Éramos una familia muy humilde, cuyos hijos estudiaban en los mejores colegios. Y nos íbamos desde el bajo, donde están los más pobres, al alto, donde estaban esos colegios. Por eso, cada palabra que digo en televisión y cada letra con la que puedo expresarme, se las debo a ellos, a mis viejos”. Jorge Bermúdez nombra al Hacha y a Carmenza, sus padres, y los ojos se ponen vidriosos. “Ellos tuvieron la visión de que la educación nos iba a ayudar. El fútbol fue siempre lo mío, pero esto que me dejaron es más importante. Tener las palabras para expresar lo que querés decir no es algo fácil. Es un regalo que todos los pibes se merecen”, postula como un principio rector.

El Patrón está sentado en un sillón de un hotel en Moscú y habla con una soltura que deslumbra. En unos pocos minutos, pinta el panorama entero del fútbol sudamericano con una simpleza que rápido se convierte en cruda elocuencia. “Vemos a los europeos ganar y siento que estamos como ese muchacho al que lo han dejado en el medio de una cita, con las flores en la mano, parado en la vereda de una gran avenida”. Su visión es un canto al desencanto, una áspera certeza y un camino de escombros sobre el que construir algo nuevo. Para Bermúdez, la cultura del fútbol sudamericano está rota y luego Rusia 2018 debe refundarse de una buena vez. Mientras revuelve azúcar en su café, encara una larga conversación en la ofrecerá uno de los diagnósticos más duros que se hayan escuchado. Con la misma fiereza con la que marcaba, cruza a los dirigentes y los barre del tablero al lateral.

-¿Qué nos queda del Mundial?

-No cabe duda que el resultado del Mundial alarma un poquito. El fútbol sudamericano sigue siendo tan valioso como pensamos, pero tenemos que ayudarlo. Y, a la vez, sigue siendo tan desprolijo como los resultados más próximos lo demuestran. Hemos caído ante potencias que tienen esquemas, proyectos estructurados y organización, mientras que nosotros nos encomendamos a individualidades y con eso nos basta. No podemos esperar que un futbolista nos salve. Nosotros seguimos dependiendo del milagro y con eso cada día es más difícil. El fútbol de este tiempo sigue siendo de los jugadores, pero necesitan estar contenidos. Y por nuestras tierras no lo están.

-¿Eso es falta de organización o es producto del mal uso del negocio?

-Son los que nos dirigen. Es el creer que muy pocas cabezas saben todo y que el resto no sabe. Y que esas pocas cabezas tienen derecho a hacer lo que quieran, por encima de la mentalidad y el pensamiento de todo un país. Hoy los jugadores obligan mucho más que antes. No se puede elegir a cualquier entrenador o a cualquier director de selecciones, porque delante van a tener a súper profesionales que juegan cada tres días en escenarios majestuosos y que se dan cuenta si vos les querés imponer algo solo por imponerlo. Los futbolistas necesitan creer en un proyecto. El jugador evolucionó, los entrenadores también, pero los dirigentes siguen en el mismo lugar que antes. O en uno peor.

-¿Por qué en Argentina vivimos dependiendo de esas pocas cabezas que creen que saben todo?

-Pasa en Argentina, en Colombia, en Perú, en Chile, en Paraguay, en todos lados. Es muy dado a nosotros. Hay pocos ejemplos. Mirá Uruguay, que en cada Mundial llega lejos y tiene proyecto en juveniles. Luego, los otros hacemos las cosas muy mal. No hay planificación. Y encima dependemos del gusto de una persona, que a su vez llegó a las altas esferas de nuestro balompié porque tiene dinero y, en general, de fútbol no sabe nada. Con suerte algunos dirigentes saben que el fútbol se juega once contra once. Y son los que gobiernan y toman las decisiones. Esa es la falta de proyecto que hace que cuando después salgamos a la cancha nos cueste más. ¿Era ese el técnico que este equipo necesitaba? ¿Cuánto tiempo trabajaron? ¿Cómo se contrató? Esas cosas antes no se preguntaban y hoy tenemos que tener en cuenta que el fútbol creció y se profesionalizó en todos sus órdenes. Las estrellas que vienen a jugar para nuestras selecciones viven con eso. Luego, llegan a nuestros países y ven todo lo que nos falta. Es ahí que se produce esa barrera entre lo que pensamos que tenemos y lo que después dan nuestros equipos en la cancha.

-¿Cómo es el dirigente del fútbol?

-El dirigente del fútbol latino es soberbio por poder y ambicioso por naturaleza. Y muchos de ellos quieren usar al fútbol para llegar a otras esferas, lo que los hace más peligrosos y más ambiciosos. Tenemos todo para ser los mejores y nosotros mismos no nos damos cuenta. Y ahí estamos todos metidos, eh. Uno quisiera venir al Mundial a ver festejar a los argentinos, a los peruanos, a los colombianos y, al final, vimos festejar a los ingleses, a los croatas, a los franceses y a los belgas. Cuando veo eso, me pregunto si es deportivo solamente. Y yo creo que no, que es mucho más profundo y que habla mucho de lo que pasa en nuestras asociaciones y en nuestros campeonatos.

-¿Cómo cambiarías eso?

-Con gente del fútbol. Pero confiar y delegar es lo más difícil del mundo. Cuando un inversionista quiere poner dinero en empresas náuticas, se asesora con gente que sabe de empresas náuticas. Si quiere invertir en una metalúrgica, pone gente que sepa de metalúrgica. Si quiere poner una clínica, escucha a los médicos. Pero en el fútbol, si un tipo puso dinero, pues ya lo puso y ya por eso sabe de fútbol y toma decisiones y pone al técnico que se le ocurre. Y salta de un estilo rocoso a un estilo lírico. Y después trae a uno que no se sabe cómo juega. El problema ahí no es el entrenador: es el que lo trae. Estamos llenos de esos tipos y por ellos es que tenemos el fútbol que tenemos.

-¿Cuál es tu sensación respecto de la corrupción dentro de esos problemas que enumerás?

-El fútbol en Sudamérica es reflejo de la sociedad con la que convive. No creo que nadie pueda decir que hay un país en este continente que vive sin corrupción. Hay que hacer uno de nuevo, rellenar el mar e irnos a vivir a esa isla si buscamos un lugar que no conviva día a día con eso. Son los problemas que tenemos. Y el fútbol no está libre de la corrupción. Alrededor de la pelota hay mucha gente tratando de sacar plata de un negocio que da millones. Que los sigue dando, a pesar de todo. Es cuestión de esperar que tres o cuatro pibes exploten y venderlos a algún lado y llevarse un dinero sin dejárselo al club. Lo que no entienden es que el fútbol sería un negocio incluso más rentable de lo que es si se hicieran las cosas bien. Pero el corto plazo nos come.

-Después sale un Messi y creemos que con eso alcanza para todo...

-Claro. El problema no es Messi. El problema son los Messi que no salieron. ¿Cuántos se quedaron en el camino? ¿Cuántas divisiones menores están rotas? ¿Cuántos chicos no llegan a desarrollarse? Esa es la pregunta que hay que hacerse cada día. Si en nuestra tierra florecen los jugadores. Pero estamos quemando el campo en el que sembramos el talento.

-Está pasando. En el Mundial, los hijos de los africanos inmigrantes que se sumaron a estructuras organizadas en Francia o Bélgica pudieron cristalizarse como enormes futbolistas.

-Si nosotros le diéramos lo mínimo necesario a los grandes jugadores que tenemos por su naturaleza, seríamos cada uno una potencia. Los clubes ya no lideran socialmente y no acompañan a la juventud. Hay que contener al chico que llega a una institución. Si un pibe se convierte en lo que sueña, todo se potencia. Y va más allá del fútbol, incluso. Porque cuando a esos pibes se los tira para atrás, aparece la delincuencia, por ejemplo. Hasta hay muchos chicos que llegan igual a Primera por sus condiciones, pero que arrastran esos problemas y son estrellas con conflictos. Nuestra cultura del fútbol está rota. Se despide a un técnico por perder un partido. Se toman determinaciones de apuro. Las federaciones tienen conducciones múltiples, o políticas, o gubernamentales. Nuestra cultura se rompió, y sin cultura podemos hablar acá muy bonito, pero no solucionamos nada.

-Hablemos del Boca de Carlos Bianchi. El club venía de varias malas experiencias con Héctor Veira y Carlos Bilardo y, de golpe, se arma un equipo histórico. ¿Cómo se gestó eso a nivel dirigencial?

-En el año 97, cuando yo llegué a Boca, había un coro en la cancha que le recordaba la madre al actual presidente de Argentina. Y dos años después, cuando el equipo ganó, parecía el mejor del mundo. Yo creo que tienen todo el derecho a ambicionar crecimiento, pero lo que me causa extrañeza y malestar es que la soberbia no los deje ver cómo llegaron ahí y cómo consiguieron las cosas. Y que no se den cuenta quién cabeceó, quién tiró el centro, quién pateó el penal definitorio o quién condujo a ese grupo. Y los veo celebrando como si hubiese sido todo de ellos.

-¿Te fuiste bien o mal de Boca en su momento?

-Me fui porque no me hicieron una oferta para renovar. Y me fui dándole la segunda Copa Libertadores de esa era al club. No me quedé con nada. Dejé todo. Nosotros éramos un grupo fenomenal, pero no hubo matrimonio entre los futbolistas y la dirigencia. Ellos no nos ayudaron. Ese Boca tenía un sólo líder: Carlos Bianchi. Después, hubo gente que estuvo en el momento justo y en el lugar indicado. Y siguen sacando rédito fundamental para su carrera, porque hasta hoy siguen como el grupo político que gobierna en Boca. Están amparados por títulos que fueron del cuerpo técnico y de los jugadores. Eso es lo que me queda claro de todo lo que pasó.

-Lo último. Pintaste un panorama negro. Sin embargo, más allá de todo lo que pasa, seguís volviendo al fútbol, que es un lugar terrible y hermoso a la vez. ¿Qué te imaginás de tu futuro en todo esto?

-Me imagino dentro del fútbol toda la vida. Este juego sigue teniendo un poder hermoso en todos nosotros. Nos mejora. Quiero ayudar, ya sea desde lo dirigencial o diciéndole al dos cómo parar al nueve. Por ahora voy a seguir haciendo televisión, además, porque es muy lindo hablar de esto y viajar por el mundo detrás de una pelota. Como decía hace un rato, sin mis viejos no podría haberlo hecho. Y es bueno que pueda agradecérselos desde acá, de Rusia, y en una nota.