Puede haber sido cuando Juan Román Riquelme se sacó la camisa, se puso una joggineta Adidas, se sentó a la mesa, desenvolvió una fuente, cortó un pedazo de tarta de verdura y dijo: “Vení, sentate y comé una porción y después charlamos”. Ese día abrió las puertas de Don Torcuato cerca de las 11 de la mañana y, mil termos de mate después, nos marchamos a las 7 de la tarde, con una frase paradigmática que aplica como tamiz de la vida en cada esquina y en cada paso: “Uno demuestra quién es cuando tiene plata en el bolsillo”. En su barrio, Román nos enseñó el gran secreto de su indescifrable personalidad: volver ahí lo bajaba a la realidad a la que viajaba en la estratosfera de la Bombonera.

Quizás debe haber sido cuando Pablo Aimar disertó durante dos horas en una terraza de Palermo y nos rescató de nuestras vidas normales a un oasis que, mucho más que una entrevista, fue un aprendizaje. Y un abrazo imborrable: uno de nosotros había perdido a alguien importante horas atrás. Pero el periodismo, como el fútbol, muchas veces te salva. Ese día, Aimar nos enseñó sobre la otredad y la certeza del daño que los medios pueden generar en alguien más que nosotros. Y cerró: “Conservar el amateurismo no significa no tener estrategia. Significa entrenar con una sonrisa. Es filosófico, no de sistema”. Deberíamos habérnoslo tatuado.

Tal vez ocurrió en esa noche de Lomas de Zamora en la que Daniel Osvaldo abrió una botella, una buena y linda botella, y nos hizo pasar a su camarín y se rió durante casi una hora, mientras hacíamos esfuerzos por entendernos entre el golpe imparable de la batería de una banda previa a la suya de la que ya no nos acordamos el nombre. Ese día, el Stone nos hizo entender una simple cosa sobre el fútbol que también nos sirvió para dimensionar un poco el mercado laboral en el periodismo: “El fútbol es una burbuja que te atrapa porque tiene cosas atractivas, pero al final te das cuenta que eso es mentira, que la gente no vive así, que vive de otra manera. Y yo prefiero estar más del lado de la mayoría de la gente que en esa burbuja, en la que nada es real, que es todo frivolidad y en la que abundan los tipos calculadores”.

Puede haber pasado mientras Jorge Valdano cruzaba Madrid casi sin dormir y con su voz acompasada nos explicaba: “En ningún país se grita más que en Argentina. Me lo dijo hace no mucho tiempo un periodista español: 'En el periodismo actual o estás bueno o dices burradas. Y bueno no estoy'. Supongo que hay un reclamo en la opinión pública que sintoniza con esa manera de hacer las cosas. Al chico que todavía no se entregó le diría que sea subversivo de la mejor manera. Leyendo, pensando, exprimiendo el talento, emocionando cuando escribe o cuando habla y siendo profesional en el sentido más amplio de la palabra”.

Alguno dirá que fue cuando una tarde de diciembre, Marcelo Gallardo abrió la puerta de su despacho en el Monumental y apagó una definición de la Champions en el televisor para dedicarse a conversar sobre el fútbol y sobre su rol durante nada menos que dos horas. Si se lo hubiéramos pedido, habría hablado dos más. En ese reducto mínimo y desconocido, mientras el campo del estadio se armaba el escenario para que toque Abel Pintos, nos ofreció una pequeña certeza sobre la pasión y sobre el sistema. “Los chicos que nacen con el deseo de jugar no son los culpables de lo que hacen con ellos. Porque, al poco tiempo que vos vas bien, te van metiendo cosas, te dan plata, te hacen todo mucho más fácil y perdés el deseo y la ilusión de sólo jugar”. Vale para todos los juegos.

Sin dudas que una chance es que haya tomado cuerpo en Marcos Paz, abajo de un árbol, cuando ese ejemplazo que parece un ropero llamado Braian Toledo decía que a las oportunidades hay que darlas, porque nunca sabés lo que un pibe con hambre de gloria guarda adentro. Sobre el final, apuntó otra en nuestro libro de anotaciones: “Hay que mantener la esencia, seguir siendo el mismo de siempre. También es cierto que hoy el barrio es otro. Antes, te podían llamar para jugar a la pelota o querías treparte a un árbol para sentirte un mono. Hoy, tal vez, los pibes en la esquina están haciendo otras cosas. El barrio cambió. Lo que puedo decir es que en mi casa siempre me enseñaron a pensar en el otro. Y viví con eso siempre”.

Incluso hubo algo de eso en ese contragolpe que nos pegó Luciana Aymar cuando dos hombres fuimos a conversar con ella y le preguntamos sobre la mirada del deporte respecto de la mujer: “Por ser mujer, a mí me costó mucho que me pusieran a la altura de otros deportistas, siempre era estar lidiando con eso. Hay muchos más deportistas varones reconocidos y en el periodismo deportivo también son muchos más los varones. Me llevó muchos años ser reconocida a la par”. Y volvimos a casa pensando.

No sabemos cuándo fue, pero sabemos desde cuándo empezó a ser: 8 de julio del 2017. Desde ese día los escuchamos a ellos y a otros. Los miramos a los ojos. Los sentimos. Lloramos con Marcos Milinkovic hablar de la tragedia personal de haber perdido a su hijo. Nos quedamos en silencio cuando Ricardo Centurión decidió contar la historia cómo su mejor amigo murió en sus brazos. Nos abrazamos con el Chino Maidana cuando nos explicó que se dio cuenta que no hace falta tener todo como tiene Maywheater y que al final sólo podés usar un coche en cada viaje. Valoramos que Pepe Sánchez nos blanqueara que se sacó el traje de superhéroe cuando pasó años buscando concebir un hijo que no llegaba y que, al arribar de sorpresa, luego lo iluminó para siempre.

Acá, desde un vagón que va a San Petersburgo no tenemos en claro cuándo Enganche se convirtió en Enganche y cuándo dejó de ser eso que se soñaba en la mesa de un bar. Sí podemos saber quiénes están empujando cada día desde sus textos, desde sus diseños, desde sus producciones, desde sus gestiones, desde su apoyo o simplemente desde la lectura. Hay un público para cada cosa y estamos seguros de que hay un público para un periodismo más lento. Ni mejor, ni peor, más lento. Menos minuto a minuto. Más complementario. Acaso lo importante sea que este tren replique en otros trenes y en otros tipos y en otros vagones llenos de historias. Y que no sepamos cuándo fue que empezamos a ser tan felices yendo a trabajar.