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Martes, 3 de mayo de 2016
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Muestra conjunta de Jorge Pietra y Carlos Gómez Centurión

Contrastes por partida doble

Jorge Pietra y Carlos Gómez Centurión presentan en estos días sendas exposiciones de pinturas (Revelaciones y Terra incógnita) en la Galería Rubbers. Entrevistas a ambos, que exhiben cambios notorios en sus obras.

Por Fabián Lebenglik
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Contrastemente, pintura de Pietra realizada en 2016.

Jorge Pietra y Carlos Gómez Centurión tienen largas trayectorias y en estos días exponen conjuntamente en la Galería Rubbers.

Mientras en Pietra (Buenos Aires, 1951) convergen distintas vertientes luego de dos viajes que ayudaron a modificar su obra, en Gómez Centurión (San Juan, 1951) desaparecen las referencias a los mitos y al territorio cordillerano para enfocarse en la materialidad de la pintura.

Aquí se transcribe, una a continuación de la otra, lo sustancial de las entrevistas con ambos artistas.

A modo de rápido repaso por su recorrido puede decirse que Jorge Pietra expuso su obra en EE.UU., Europa, Asia y América latina. Viajó por Bolivia, Perú, el Amazonas, Brasil y México para conocer diferentes culturas americanas. Vivió en el DF, en Madrid y en París. Trabajó en los talleres de escenografía del Teatro Colón durante 25 años. Participó en diferentes intervenciones urbanas. Fue director artístico de Arte sin Techo desde su inicio 2002-2005 coordinando murales en la Ciudad de Buenos Aires con gente en situación de calle. Obtuvo el Premio Braque, el primer premio de pintura en el Salón Municipal; el primer premio de pintura en el Salón Nacional y el gran premio de dibujo en el Salón Nacional.

–En su muestra aparecen varias líneas diferentes simultáneamente.

Jorge Pietra: –Hay, sí, una confluencia de tres momentos temporales distintos: un viaje a México, un viaje a Sicilia y otro tiempo, el de convergencia y elaboración de esas vivencias.

–En este grupo de pinturas los colores lucen más “limpios” que en su obra anterior.

–Eso para mí se debe a que el descubrimiento de algo secreto, oculto y misterioso funcionó como una aparición repentina, y me dejé llevar por esa corriente, al contrario de cuadros anteriores, donde la confrontación de estados producía un mayor antagonismo de imágenes o cierta confusión. Al seguir esta sensación que emerge sin contradicciones me permitió que los colores flotaran más limpios y sueltos.

–¿Cuál fue la imagen primera de esta serie?

–La mayoría de estos cuadros comenzaron como manchas abstractas sin ningún otro destino o, tal vez, el de guiarme a éstas y futuras –llamémoslas– “revelaciones”.

–La pintura como expresión de algo completamente fuera de lo común.

–Más precisamente, la búsqueda de lo extraordinario, lo mágico de la existencia, sus diferentes aristas, pero todo al mismo tiempo. Para describir mi pintura actual me gusta pensar en algo así como un “psico-cubismo”.

Por su parte, el arquitecto y pintor Carlos Gómez Centurión expuso sus obras en Europa y América Latina. El año pasado ganó el Premio Trabucco. Algunas de sus últimas exposiciones fueron en el Museo de Arte Moderno de Mendoza, el de Bellas Artes de Salta, el Castagnino de Rosario, el Caraffa de Córdoba, el Franklin Rawson de San Juan y el Museo de Bellas Artes de Neuquén.

–Sus modos en la imagen pictórica fueron cambiando sutilmente a lo largo de estos últimos veinticinco años, de lo mitológico a lo territorial y de allí a algo aún más abstracto, más relacionado con la pintura como material.

Carlos Gómez Centurión: –Cuando vivía en París en los años ochenta miraba a la Argentina desde afuera, y en el intento de bucear en la identidad me metí en el mundo de los mitos y leyendas locales de la mano de Rodolfo Kusch. Entonces pensaba lo antropológico y la religiosidad popular como maneras de entender el universo desde un lugar despojado de interferencias e intermediarios.

–Pero después de esa serie que evocaba los mitos y leyendas vino otra, más relacionada con el territorio.

–Cuando sentí que el tema ya estaba agotado “abrí el zoom” y me encontré con la Cordillera de los Andes como red de sostén identitario de todo aquel mundo que venía pintando. Me metí de lleno en la montaña: fui de expedición y escalé los Andes para tomar conciencia de la pequeñísima escala del “humano” en relación al todo, como diría Jorge Leónidas Escudero. La idea de pintar la montaña desde las mayores alturas no es otra cosa que esa. Porque por oposición lo urbano nos hace creer que somos el centro, pero desde la montaña uno se da cuenta de que es apenas una partícula.

–Las primeras imágenes eran más paisajísticas, más literales.

–Bueno, abordé el cerro desde una percepción más figurativa y esa imagen fue mutando, cada vez más, hacia la abstracción, como si estuviera buceando en la esencia de este fenómeno que es el plegamiento tectónico. Y entonces fui incorporando minerales: óxidos, polvos de diverso origen, y hasta polvo de oro, con la idea de generar cierto sarcasmo sobre aquella fiebre del oro que se vivió en San Juan. 

–Allí la materia era más densa. Pero en esta nueva serie, en relación con donde predomina la mancha, pareciera superar los aspectos referenciales que mostraba hasta ahora.

–Es cierto, pero también aquella serie de materia más cargada, relacionada con la cordillera, ya partía de manchas. Pero concretamente, la decisión de dar una vuelta de tuerca a la imagen vino cuando me invitaron a participar del Premio Trabucco. El envío consistió en tres cuadros que siguen una secuencia: el primero, Mole, evoca un cerro que está prácticamente estallando, cayéndose. El segundo, Finitud, es lo que va quedando de ese cerro que se desploma. Y el tercero, El fin de los tiempos (que está exhibido en la galería) tiene la mirada puesta en algo más amplio. Como si pudiera verse al hombre desde el universo.

En esta serie, aparecen unos minerales que son amenazantes para el sistema pictórico. Como si fueran insectos que atacan, o polvo cósmico que entra en acción. Elegí trabajar con pigmentos minerales puros, aplicados con espátula, con un medium. Son muy pocos colores. Básicamente dos, a veces tres, pero no más. Para mí se trata también de un reencuentro con la pura pintura, con el placer de pintar.

* En Rubbers, Av. Alvear 1595, hasta el 10 de mayo.

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