La semana pasada se inauguró la muestra Loop, de Tulio de Sagastizábal y Carlos Bissolino, dos artistas que se conocen hace casi cincuenta años -ambos estudiaron a mediados de los años setenta con Luis Felipe Noé (quien estuvo presente en la inauguración) pero nunca habían expuesto juntos -salvando la coincidencia a comienzos de los años noventa, de sus obras junto con las de Fermín Eguía, en el stand que la galería de Sara García Uriburu montó en Arteba.

En el caso de la presente muestra, en cambio, es una decisión compartida, a partir de la propuesta de Bissolino. Y el título lo aportó De Sagastizábal, porque remite a las vueltas del tiempo, entre otras vueltas y circularidades alrededor de sus respectivos abstraccionismos.

La convivencia de artistas muy distintos, casi complementarios en sus planteos, -que además son docentes de larga trayectoria-, también tiene zonas en común que entre contrapuntos y sintonías generan un fuerte impacto visual.

El Loop del título tiene varias resonancias: en principio la evocación ya citada de la circularidad temporal. Al mismo tiempo, la figura del círculo, que ambos comparten, mientras en De Sagastizábal aparece de manera programática, en Bissolino emerge en varias pinturas de un modo no planeado. Hay allí cierta compartida morfología. La exploración de la circularidad a partir de distintas aproximaciones, establece respiraciones propias.

La noción de loop, o de bucle, de circulación y repetición, tiene además una implicancia sonora, en este caso más asociada a la pintura de Bissolino, para quien el componente musical y sonoro resulta clave en sus resonancias, durante la realización.

Otro de los puntos de contacto es el policromatismo y, por momentos, la sintonía en la paleta y la elección de los colores.

En la trama de las convergencias, también coinciden en la concepción de la autonomía de la obra, que surge en el desarrollo (de un modo que puede ser o no planificado, según cada uno) y toma vida propia, demandando determinada consecución. En este sentido, el artista -a medida que la obra avanza- se vuelve un medio, que es atravesado por la pintura. En ambos el centro de la obra es la pintura misma.

En De Sagastizábal la exploración de la circularidad y las variaciones sobre los círculos se perciben como patrones rítmicos, donde la geometría es sólo un instrumento que ofrece una contención inicial para dejar luego libre el placer de pintar, en el que los círculos concéntricos proponen juegos con el color, como también lo hacen las figuras circulares divididas en cuadrantes para generar otro tipo de vinculaciones y juegos ópticos entre los círculos que están dentro de un mismo cuadro (o recuadro) y de los cuadros entre sí. Así, la serialidad está inscripta en cada obra, en cada módulo y también en el recorrido que va de una obra a otra.

En la pintura de Bissolino el dinamismo de la composición intuitiva produce tensiones morfológicas y cromáticas porque el foco (o la multiplicidad de focos) está puesto en la fluidez del acto de pintar.

En ambos se percibe un efecto de movimiento de la imagen, en un caso por el ritmo, en el otro por la libertad de las formas.

Y si Bissolino prefiere excluir cualquier referencia al lenguaje articulado, a las palabras, a titular sus obras, porque busca la aproximación morfológica antes que la discursiva; en De Sagastizábal hay una relación con lo discrusivo según la cual los títulos convocan un estado de ánimo, una matriz, un punto de partida, una señal interpretativa, una cita con la historia del arte.

El día de la inauguración, -cada vez más las exposiciones se perciben como un refugio ante la violencia inescrupulosa y destructiva con que se ejerce el poder del Estado-, en conversación con ambos artistas respecto de las diferencias y contrastes entre las obras de cada uno, Bissolino puso en juego una teoría: “después de la segunda copa de vino, las obras de uno y otro empiezan a parecerse”.

* En la galería Palatina, Arroyo 821, de lunes a viernes, de 11 a 18, hasta el 10 de mayo.