La exposición “Pintura inhumana”, de Leila Tschopp, con curaduría de Mariana Obersztern, avanza en la relación que la artista estableció hace años en sus pinturas: un efecto escenográfico según el cual sus geometrías abstractas dan cuenta del espacio y la arquitectura. De modo que la espacialidad arquitectónica comienza en los cuadros y los excede, para proyectarse al espacio real de la sala, sin que se trate de una correspondencia exacta. Ese efecto de continuidades y disrupciones entre las pinturas y su contexto inmediato resulta hipnótico e inmediatamente genera una extrañeza claustrofóbica, tanto por la lógica de las imágenes integradas al espacio expositivo, como por la modificación real de la sala, gracias al agregado de paneles, rejas/ventanas, esquinas curvadas.

El adentro y el afuera de los cuadros está perfectamente articulado en un circuito donde no hay un afuera. La distribución laberíntica de las grandes pinturas y su disposición (sobre el piso, o apenas separadas de éste; apoyadas sobre la pared, en ángulo), conforman y potencian en conjunto un espacio dramático, en sentido literal y figurado, porque producen teatralidad y destilan una atmósfera inhóspita, de enorme tensión, coherente con el título de la muestra. Las figuras humanas que se destacan en varias obras acentúan lo dramático, porque parecen ensayar o evocar una tragedia inminente. Son cuerpos en función, atravesados por lo teatral.

Toda escenografía supone una dramaturgia, una acción, una política de los cuerpos. Pero aquí la pintura es el punto de partida y, de algún modo, el manual de instrucciones del que se deriva todo lo demás. Según el teórico Carl Schmitt (pensador alemán que representó intereses ominosos pero cuyas teorizaciones han merecido la atención de filósofos como Giorgio Agamben) “no existen ideas políticas sin un espacio al cual sean referibles, ni espacios o principios espaciales a los que no correspondan ideas políticas”. Por lo tanto, si un lugar resulta circunscripto o definido, significa que allí actúa un contenido político. La fórmula sugiere una implicación entre espacio y poder, de la que se derivan tensiones mutuas. En este sentido, Leila Tschopp pone a funcionar los espacios implícitos y explícitos, dentro y fuera de la obra.

Según escribe Mariana Obersztern en el texto de presentación, “resulta posible contemplar la presente instalación de Leila Tschopp desde los diversos puntos cardinales activados en la sala: perspectivas múltiples que la artista ha inducido a través de sutiles mapeos con los que se propone orientarnos en el metraje, o por el contrario, marear y confundir nuestros sentidos. Sin embargo aquellas marcaciones no son meras localizaciones espaciales, ya que si bien la pieza demanda por parte del espectador su disponibilidad física para brindarse al recorrido, cada pintura es en sí misma un punto de llegada, el destino final de una ruta rotundamente específica.

"Una vez enfrentados a cada pieza como si nos encontráramos al pie de un imprevisto altar, cada pintura parece encarnar cierta forma de situación liminal, tan inesperada como esencial, tan accidental como imprescindible. Los humanos presentes en los cuadros, en todos los casos posesos por un estado de intenso caudal dramático, parecen estar ensayando alguna clase de punto ciego: asuntos del orden del desánimo y la finitud, de la desmesura o el espanto. Los humanos en las pinturas de Leila, se comportan como un elenco de actores a quienes la autora hubiera ungido para el emplazamiento de una suerte de testeo o ensayo psicofísico personal. Es posible casi escuchar las indicaciones que les ha dado antes de hacerlos entrar en el cuadro”.

Como cuando en pandemia la artista presentó su exposición/instalación/performance “La casa de fuego/la casa en llamas” en Hache galería, aquí también habla de un tiempo ominoso, en el que la tensión es tal, que afecta inevitablemente el cuerpo.

En un eco de la cita de Schmitt, según la cual para todo espacio o territorio siempre hay ideas políticas que le son referibles, el carácter “inhumano” que postula la obra de Leila Tschopp podría pensarse, por elevación, como una puesta en escena de la condición inhumana que aqui y ahora se ostenta y ejerce desde el poder.

* “Pintura inhumana”, de Leila Tshopp, en Arthaus, Bartolomé Mitre 434, de martes a domingo, de 14 a 22; con entrada libre y gratuita, hasta el 23 de junio.