La reciente Mención de Honor en Jesús María agrega un galardón más a Candela Mazza, en la relación de cariño que mantiene con su público. Un vínculo que la cantante y compositora santiagueña profundizará en la que es su primera visita a Rosario, hoy a las 21 en El Aserradero (Montevideo 1518). “Mi corazón necesitaba ir a Rosario, y así lo autogestioné, como primera cosa hecha por mí para este año. Como fue desde mi impronta, debe ser que hay algo energético que me hace ir allí”, comenta Candela Mazza a Rosario/12.

Sus dos discos -Sanavirona (2014), Santiagueña (2020)- dicen sobre su identidad cultural y musical, cuyos ritmos integran una lectura crítica sobre la realidad, en su rescate de la memoria y de los pueblos originarios; en este caso, los sanavirones. “Estamos inmersos en un sistema capitalista del que nunca me sentí parte, ni estaba de acuerdo con esa forma de vivir, porque descubrí que mi corazón era silvestre, rural. Nací en un pueblo muy chico, Ojo de Agua, al sur de Santiago, donde este sistema no tiene a las personas inmersas, donde hay otra forma de vivir. Nosotros tuvimos el exilio político de mi viejo, en Tierra del Fuego, y allá sí es muy capitalista. Yo no entendía nada de esa forma de vivir, y me di cuenta que siendo simples, sencillos, amando la naturaleza, sembrando, hay otra forma, que no te hace estar corriendo siempre detrás de una zanahoria que nunca vas a agarrar. Siento que la felicidad es más sencilla de lo que vivimos corriendo, buscando, atormentándonos, de donde vienen tantos problemas mentales y tanto sufrimiento innecesario”, continúa.

-Seguramente, la música te acompañó desde siempre.

-Es inherente a mi persona. Mi abuelo paterno era el doctor del pueblo, pero también concertista de guitarra. Mi abuela materna era una cantora de tangos, bellísima su alma, interpretaba maravillosamente; y su marido, mi abuelo, era un melómano: tenía un tocadiscos con el que nos daba la posibilidad de viajar por la música de todo el mundo, pero especialmente por el tango y el folklore. Ya en el caso de mis tías, aparecía lo más melódico y moderno, o mi tío con el rock nacional y lo que venía en inglés. Mis abuelos eran también danzarines, y yo fui a la academia desde que tenía pañales; así que la música es básica en mi cosmovisión.

-¿Cuándo apareció la decisión de dedicarte profesionalmente?

-Me costó un poco, porque muchas veces uno no toma como profesional lo que lo hace feliz. ¿Cómo voy a cobrar por esto, que me hace tan feliz?, me decía. Y me ponía a hacer otras cosas. Estudié decoración de interiores, tuve un negocio de ropa de chicos, fundamos unas cabañas. Siempre estaba haciendo otra cosa, pero los fines de semana iba a cantar gratis para aquí y para allá, como un hobby. Mis hijos, que son mi otra base, se dieron cuenta más que yo de que tenía que hacerlo profesionalmente. Si bien en 2002 recibí el Premio Revelación de Espectáculos Callejeros de Cosquín, seguía trabajando en otras cosas. Hasta que en 2014 hice mi primer disco, acompañada de mis hijos y mi familia. A partir de ahí, abracé esto como una profesión. Todavía no me la creo, pero puedo vivir de ella y le agradezco al universo infinitamente. Este año comenzó maravillosamente con otro premio, la Mención de Honor de Jesús María, así que estoy muy agradecida y emocionada.

-En este recorrido, ¿cómo te resultó el encuentro con otros públicos?

-Dicen “pinta tu aldea, y pintarás el mundo”; me he sentido impresionantemente bien recibida en Jujuy, en Ushuaia, en Punta Arenas en Chile. Como soy de un pueblo del sur de Santiago, cerca de Salavina, cantar en la ciudad de Santiago fue impresionante. Siento que mi gente me dio la bendición de ser cantora santiagueña, vinieron a saludarme y me sentí como asfixiada, me tuvieron que salvar de tanto amor cuatro policías (risas). Fue una cosa que quedará en mi corazón para siempre, porque creo que ahí me recibí de cantora santiagueña.

-Tu música da cuenta también de una manera de estar en el mundo, desde un perfil muy crítico y no menos festivo.

-La resistencia es desde el alma. El capitalismo está basado en lo más egoísta que tiene el ser humano, que es la más infame de sus conductas. Yo creo que la esencia del ser humano es la comunidad, nadie se salva solo; yo no podría hacer música sola, o tal vez sí, pero es más hermoso con mis compañeros, es otra historia. Para ahí tenemos que ir, hacia las comunidades, hacia los pueblos. Y las lenguas originarias son importantes, la cosmovisión marrón de nuestra Latinoamérica tiene que estar muy presente en nosotros, porque aunque no lo sepamos, la mayoría venimos de pueblos originarios, de negros, que vinieron a nuestra América junto con quienes llegaron de los barcos. A mí me gusta mucho cantar “overo” -como me decía don Sixto Palavecino-, componer con palabras en quichua; y en lo posible transmitir también su música, la de don Sixto y de nuestros mayores, que es “overa”, una mixtura entre el quichua y el castizo.