Bela Lugosi está más vivo que nunca, y desde su pasaje a la inmortalidad vampírica en 1956, el culto fetichista por su imagen, su capa, los mitos sobre su personalidad y las extrañas historias que rodean su existencia se han vuelvo íconos de la cultura pop. 

Adoptado como el paradigma de la subcultura gótica, luchador antifascista en su Hungría natal, activo participante del sindicato de artistas tanto en su país de origen como en el exilio y criatura de la noche por sobre todas las cosas, Lugosi vive y revive como leyenda en remeras, tatuajes, estatuillas, canciones, tazas, referencias cinematográficas y cualquier ámbito u objeto que remita de alguna u otra manera al fetichismo sobre su imagen. 

En este contexto surge Bela Vamp, la nueva obra teatral escrita y dirigida por el también mítico Alfredo Arias, que recrea mediante un monólogo la decadencia y el espectacular ocaso del actor húngaro en los últimos años de su vida. El plan que propone la obra es simple: habitando en las miserias y los márgenes de un Hollywood que lo tiene olvidado hace tiempo, luego de haber sido el más icónico Drácula de todos los tiempos junto a un puñado de películas de terror que enriquecieron severamente a los grandes estudios, Lugosi decide consultar a una psicoanalista llamada Dorothy Couch, conocida en el medio artístico por llevar rápidamente a sus pacientes al suicidio sin escalas, aunque ella, en realidad, solo desea fama y dinero escrupulosamente, intentando resucitar al famoso chupasangre una vez más.

Bela Vamp forma parte de una trilogía de monólogos escrita y dirigida por Alfredo Arias, cuya intención es retratar a diferentes estrellas cinematográficas en el espectacular final de sus carreras y se construye orbitando en un espacio escénico minimalista que solo cuenta con unas pocas luces y una mesa con algunas sillas. La intención: dejar enteramente en las manos de Marcos Montes la puesta y el desarrollo de la obra. El resultado: un Montes impecable, multifacético y descollante que, dirigido con la precisión de un cirujano, transporta a la audiencia hacia el musical, el drama y el melodrama armando diversos personajes, lenguajes y acentos tan intrincados como deliciosos, en un periplo sin pausas desde Hungría a Estados Unidos, desde Hollywood a Balvanera.

Más cercana a historias sombrías como la retratada en la canción “Bela Lugosi’s Dead” de la banda británica Bauhaus, reyes y reinas de la oscuridad ochentosa que abrieron la clásica película de vampiras lesbianas El ansia de Tony Scott, y más alejada de la mirada romántica que Tim Burton proyectó en su biopic Ed Wood a mediados de los 90 y que le valió a Martin Landau un Oscar por su maravilloso papel sobre Lugosi, Bela Vamp, flotando entre la tragedia y el humor, da cuenta de la tristeza, la exclusión y la marginalidad de una de las figuras más relevantes del cine estadounidense de la década del 30, rápidamente descartada cuando los aires de los estudios cinematográficos cambiaron de rumbo hacia otro tipo de historias y géneros, relegándolo al ostracismo junto con un puñado de rumores y leyendas dedicados a desprestigiar su imagen, su persona y su arte. 

La obra de Arias, en la piel blanquísimamente maquillada de Marcos Montes, refleja a un Bela humano, demasiado humano, que con el recurso escénico de la iluminación lo habilita a realizar su descargo entre luces y sombras puntiagudas, fuertes claroscuros y ambientes plagados de tenebrismo que dan cuenta del estado emocional de un artista en el umbral de su vida, de su soledad y su carrera.

Contando con elementos góticos, algunas ficciones, otras realidades y una cuota importante de una finísima estética camp, el dúo Arias-Montes vuelve a poner en discusión la situación de lxs artistas en un mundo de fama y explotación que busca la obtención frenética de dinero a cualquier precio

Y por supuesto, viniendo de Alfredo Arias, nada de esto ocurre si no es con mucho glamour, gran delicadeza y la meticulosidad estética de una escena teatral proyectada en una cuidada tonalidad blanca y negra, tal como en las películas que vieron nacer y morir a Lugosi, a excepción del único color contrastante: el rojo furioso del interior de su capa, similar a la que el Conde de Transilvania usó cuando fue enterrado, y por la que será siempre recordado como símbolo de la oscuridad y el arte maldito por quienes le rendimos culto al vampiro más amado, bizarro, marginal, antifascista y chupasangre que supo ser y será por toda la eternidad.

Funciones: lunes a las 20 en el Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378.