“El folklore siempre tiene algo para decir. Pero ojo, hay que ir a lo profundo a buscar esos mensajes, porque no son necesariamente los que se divulgan en la superficie”. En las postrimerías de un verano movido, Juan Falú conversa con Página/12. El tono reflexivo y el gesto adusto se alternan con la broma y la pausa del asombro, hablando de la Patria, de la necesidad del encuentro, de la memoria y del presente. Y de cómo la canción criolla retumba en un tiempo como este. El guitarrista y compositor cuenta también cómo llega a la parada final de “De a guitarra por mi Patria”, la gira con la que durante enero y febrero recorrió parte del país con esa forma directa y profunda de proponerse en sus recitales: artista y público en la misma dimensión, unidos en la creación de un espacio emotivo que permite que guitarra y voz, música y palabra, escucha y reflexión, asalten el presente con la potencia crítica de la tradición bien temperada. La cita es el sábado 2 a las 20, en el Teatro Astros (Corrientes 746).

“Desde hace años hago giras de verano por la provincia de Córdoba. Esta vez se dio la posibilidad de incluir además las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y Mendoza”, repasa Falú. “Seguí el itinerario hacia Mendoza, ida y vuelta hasta Santa Fe, parando para tocar en el camino y hacer más relajado el viaje. En ese andar se me ocurrió parafrasear esa expresión tan criolla y argentina que reza ‘andar de a caballo por la Patria’. Me resulta elegante y contundente la inclusión de la preposición ‘de’. Entre andar ‘con la guitarra' y andar ‘de a guitarra' por mi Patria, se resaltaba un caminar, una intención y, en definitiva, un destino”, continua el tucumano.

Lo que cabe en la palabra Patria

“Además tenía la necesidad de incluir la noción de Patria, con la clarísima intención de cobijarme en ese lugar de pertenencia que debemos proteger ante las señales de lo opuesto, de eso que se resume en la terrible palabra compuesta ‘vendepatria’. Tengo muy claro que la tierra de uno, la Patria, resuena en la guitarra que se aprendió desde una sonoridad argentina. Es una definición asentada, pero también claramente coyuntural y en ese sentido, política”, destaca el guitarrista, que una vez más apostó a la intimidad de los pequeños espacios, aunque con un final ampliado en un teatro como el Astros.

“En esos espacios me encontré un país que manifestaba el deseo de juntarse, no tan solo con el artista circunstancial, sino entre el propio público. Reconocerse, cobijarse, sentirse sujeto colectivo en un momento angustiante del país”, cuenta Falú. “En realidad salí de gira con esa expectativa. Ya el año pasado, en las presentaciones de Mojones, la obra integral que hicimos junto a Liliana Herrero, Teresa Parodi y Horacio González, habíamos comenzado a vivir cada recital como una suerte de manifiesto, no solo nuestro sino del público”, define.

La charla se prolonga. Falú habla y mueve las manos grandes como buscando una guitarra para explicarse mejor. “¿Qué busco transmitir en cada recital? En otro contexto te hubiese dicho la memoria de la tierra y sus gentes, y la proyección musical que uno pueda hacer de los sonidos memoriosos. Pero ahora lo resumo en la Patria. Ahí está todo dicho y es necesario decirlo”, enfatiza el músico. “Una guitarra no tiene palabras, pero sus sonidos pueden representar ese amor, no solo a una historia de ayeres, sino de un destino soberano. Y como la Patria está en juego, en un grotesco y criminal juego, estamos para defenderla con las banderas en alto”, advierte el guitarrista y compositor.

La ceremonia de la canción

En esa suerte de profesión de fe ante la canción criolla y lo que en ella retumba que escenifica en cada recital, Falú ordena lo que va a tocar con un oído puesto en su memoria y el otro en lo que dicta el momento. “Siempre incluyo cosas de mi ayer como músico y nuevas obras. En el repertorio de estos tiempos hay un canto a San Martín, que es parte de Mojones, canciones de cuna, cantos a amistades entrañables como la zamba 'Cantorcita'. Está también 'Como el aire' porque me la piden siempre, así como la 'Zamba del arribeño'. Hay además una canción con letra de Jorge Marziali definiendo su partida unos años antes de que ocurriese”, detalla Falú. “Y como siempre hay espacio para versiones libres de obras no previstas. Nunca pienso en un repertorio total y previamente definido, porque también me gusta tocar lo que me sugiere el momento y la situación”, asegura.

En épocas de playlists, algoritmos y otras formas de fiscalización del gusto, la ceremonia del concierto en vivo resulta más que nunca vital e irremplazable. En ese ritual, el folklore se revitaliza y se resignifica. “Es cierto que no es lo mismo escuchar un programa festivalero que un recital intimista. Casi son opuestos, cada cual con su valor. Pero en la intimidad se entra en contacto con la música, la poesía, el silencio y la palabra. Lo que vibra es diferente y es más adecuado para encarar repertorios menos visitados, donde a menudo están las verdaderas joyas”, asegura Falú. “Es natural que haya diferentes segmentos de públicos, con expectativas diversas acerca del folklore, pero lo importante es que se lo siga abrazando. Es tiempo de redoblar la apuesta para alcanzar esa ecuación de excelencia y masividad que tanto anhelamos, para que el folklore deje de ser manipulado mediáticamente y se recupere el entramado de pueblos, sonidos, poesías, memorias y destinos. Como un bagaje cultural, más que como un valor de mercado”.