Tras los resultados del ballotage, el proyecto político de la Libertad Avanza llevará a la Argentina a una nueva experiencia neoliberal, la cuarta luego de la última dictadura militar, el menemismo y el macrismo.

Tal vez lo más novedoso y preocupante de este experimento sean dos cuestiones. Por un lado, el grado de violencia con el que se presenta discursivamente el neoliberalismo de la Libertad Avanza y al que la alianza Cambiemos no le fue esquivo, ni aún en la derrota. Los llamamientos a “exterminar” al otro, los insultos, los gritos, la revalorización de la dictadura y las descalificaciones, lejos de ser exabruptos, son la muestra de una derecha, cada vez más cerca de posturas fascistas y autoritarias tan ajenas a sus principios liberales. Como bien enseña la historia, las ideas fascistas nunca “caen del cielo repentinamente” sino que se van construyendo a lo largo del tiempo a través de la naturalización de los discursos de odio. Por ello, no puede abandonarse la tarea de su permanente visibilización y denuncia. 

Por el otro, desde la vuelta a democracia, es la primera vez que el discurso neoliberal se presenta ante la sociedad crudamente y sin tapujos. Las políticas públicas de privatizaciones, ajuste fiscal, eliminación de subsidios económicos y de todo control sobre los precios básicos (tarifas, tipo de cambio y salarios) dejándolos a su determinación a través del mercado, la eliminación de los derechos laborales, el ataque sistemático a los sindicatos y el libre flujo de capitales y mercancías, se enuncian, avisan y promueven sin utilizar eufemismos, pero, claramente, escindiéndolos de las terribles consecuencias que su implementación conlleva para la mayoría de la población.

La dolarización inevitable

Uno de los aspectos centrales del gobierno entrante es su visión sobre el dinero en general, y el peso argentino, en particular, incluyendo la excentricidad histórica y mundial de la propuesta de eliminación del Banco Central.

Ante la propuesta de dolarización y su “precuela”, el eufemismo de la “libre competencia de monedas”, es importante recordar que la actual escasez de dólares tiene su fundamento profundo en el sesgo bimonetario de la economía argentina (como se desarrolló en un reciente artículo en este mismo espacio), signada por la restricción externa, el endeudamiento y la dolarización de excedentes. Esta situación se agravó el presente año por una sequía que redujo un cuarto de las exportaciones, y los discursos mediáticos que actúan sobre las expectativas materializando comportamientos de los actores sociales que, de otro modo, no hubiesen existido.

La transición hacia el nuevo gobierno viene signada por un presidente electo que días antes de las elecciones generales se refirió a los pesos como “la moneda que emite el político argentino, por ende, no puede valer ni excremento, esas basuras no pueden valer ni para abono”. Voces como la que se transcriben puestos en la boca del presidente electo, no hacen otra cosa que llevar el valor del tipo de cambio al infinito. 

Claro está que, lejos de ser un error en el fragor de la campaña, la crisis (en especial la cambiaria) es parte del plan de Milei y no ahorrará esfuerzos para incentivarla y agravarla. Como decía Milton Friedman, padre de neoliberalismo norteamericano, hay que insistir con las ideas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable. En el contexto al que quiere empujar el líder de la Libertad Avanza al país, lo políticamente inevitable será la dolarización.

Soberanía nacional 

Los ataques al peso no son ingenuos ni espontáneos. Bajo el discurso de la libre competencia de monedas, “que los argentinos elijan la moneda en la que quieren comerciar y ahorrar” lo que se pretende es acentuar la actual debilidad de la moneda local para, megadevaluación e hiperinflación mediante, darle su golpe final a través de un “inevitable” proyecto dolarizador que, bajo esas circunstancias, ganaría mucho consenso y legitimidad (más allá de la obtenida en las elecciones) como la única salida posible.

La pretendida dolarización, no es un fin en sí misma sino un medio para lograr un propósito mayor que se puede resumir como una cesión de parte de la soberanía nacional, entendida como la capacidad que una sociedad tiene para auto determinarse a través de un Estado que la organiza y la representa. La soberanía no se pierde, no desaparece, sino que se cede a otros actores sociales que, a partir de la dolarización, comienzan a tener más poder e influencia en la vida de la comunidad imponiendo sus intereses sectoriales como intereses comunes.

Tal cesión de soberanía sería a favor de los Estados Unidos (país emisor de la moneda que reemplazaría a la moneda local), de los sectores exportadores locales (dado que por definición serán capaces de aumentar o reducir la circulación monetaria ante la pérdida de la capacidad de emisión del BCRA), el sector financiero internacional y sus nexos locales (que podrán hacer lo mismo mediante la concesión de préstamos) y los inversores extranjeros o los residentes locales tenedores de dólares en el exterior (quienes podrán traer su riqueza sin riesgo devaluatorio, en un contexto de libre flujo de capitales y comprar riqueza local muy barata gracias a la megadevaluación previa necesaria para hacer factible la dolarización)

El gobierno local, sin capacidad de financiar sus políticas con emisión monetaria, deberá someter al escrutinio del “mercado” (los actores que se nombraron precedentemente) cada política pública que quiera implementar por fuera de las que su recaudación le permita. Claro está que cuanto más intervención y protección se necesita por parte del Estado (los momentos de crisis económicas) es cuando menos recaudación se obtiene. No hace falta mucha imaginación para ver la contradicción entre los intereses sectoriales de los actores nombrados con los de las clases populares de un país.

El gobierno entrante (y los que vendrán) y los actores locales (empresas y trabajadores), habiendo renunciado a su soberanía monetaria y atado su destino a la evolución de la moneda de un país (Estados Unidos) solo podrán compensar las diferencias de productividad internacional con flexibilización laboral y sindical (pérdida de derechos) y reducción de salarios medidos en dólares.

Defender el peso, fortalecer el acuerdo social que lo sostiene (como a cualquier moneda), construir las condiciones macroeconómicas (en especial las externas) que son condición necesaria pero no suficiente para lograr la estabilidad monetaria, es una cuestión de soberanía y ciudadanía a la que no podemos renunciar si pretendemos ser un pueblo libre y justo. 

*Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU)