¿De qué estarán hechas ciertas clases de personas que hacen todo lo posible por evadir su dolor para ayudar a otras? “Salgo y me tomo un taxi, me meto en casa, me sirvo varios whiskies -esta vez sin hielo- y leo, finalmente, después de semanas de burocracia, la carta de Guadalupe: Querido Simón: no puedo, ni quiero, seguir viviendo con tu silencio ni viendo cómo te destruís con el alcohol cada día”. 

No se debiera abandonar a nadie en su momento más crítico, no si la muerte puede irrumpir de pronto para dejarlo todo inconcluso, eso lo sabe Simón y no lo aprendió justamente en la facultad de donde se recibió de psicólogo y ejerce ahora acompañando a pacientes adolescentes internados en hospitales. Aprendió, sí, entre otras muchas cosas, a desentrañar lo que hay detrás de los silencios de los otros; pero una cosa es utilizar el conocimiento como un frio cirujano de la psiquis y otra muy distinta es ligar el saber a cierta clase de experiencias personales que acercan de una manera inefable al sufrimiento de los otros. Pareciera que no hay elección ahí y tal vez el precio sea un postergarse a sí mismo luego de haberse asomado tanto al borde del propio precipicio que la mente construyó un salto imaginario, constantemente detenido en el tiempo, amenazando con hacer de la resignación un suicidio cotidiano. 

Quizás ayudar a los demás sea una forma velada de ayudarse a sí mismo. Pero en todo caso será parte de un recorrido, una búsqueda; y es uno de los temas en Se espantan los peces de Matías de Rioja, que viene construyendo una obra poética sólida y, por primera vez, da un salto hacia la novela. “El pasaje de la poesía a la novela fue casi un ejercicio de respiración”, dice Matías de Rioja, autor, entre otros libros, de Tal vez esperabas otra cosa, La pausa del mundo y Después del viento. “Tuve que aprender a regular el oxígeno. De la brevedad -e intensidad- de un poema a la constancia de la novela. Otra economía del aire y del lenguaje. Quiero decir, mientras la poesía siempre me encontró, a la novela la tuve que ir a buscar. Esa diferencia entre narrar y decir. Y ese proceso al principio no fue fácil. Por eso me puse en contacto con Luis Mey, de quién había leído un par de novelas que me encantaron y sabía que daba talleres de escritura. Luis me ayudó mucho en esa gimnasia. Como siempre le digo, me mandó a hacer guantes y lagartijas, y me alejó de ciertos vicios que arrastraba. Ahí fue apareciendo esta historia. Y digo apareciendo porque durante la escritura yo no tenía en claro dónde iba, pero el mismo ejercicio de escritura iba alimentando la historia. Y una vez que encontré ese ritmo, esa respiración, lo disfruté muchísimo. Quizás en ese sentido sea opuesto a la poesía en que por lo general parto desde alguna idea predeterminada"

A partir de breves capítulos como retazos de una vida que hay que reconstruir, Se espantan los peces propone distintas tramas a modo de recorrido interno, existencial, para un Simón que se fue de Cipolletti hace quince años para vivir en Buenos Aires y no vio a su madre más de tres veces “A mi hermano no lo vi más. Sé que tuvo dos hijos, mis sobrinos, pero los conozco sólo por foto. Y a mi viejo, menos. Está viviendo en Chaco desde antes de que yo viniera para acá. No sé qué hace de su vida. Ni me interesa, por eso nunca lo nombro”, dice Simón, y como nadie se aleja sin acercarse al mismo tiempo todo lo pendiente por comprender girará en torno a lo más logrado de la novela: el modo en que la amistad puede salvarte.

“Hay un capítulo, Prender fuegos los manuales, que está sobre el final de la novela que lo escribí en un café al salir del hospital Garrahan después de ver un paciente oncológico. Sobre ese capítulo empezó a girar la trama, pero yo no me propuse un tema en particular. De hecho, creo que es una historia que aborda diferentes temas: el desarraigo, la salud pública, el desamor, el duelo, las adicciones y la amistad que quizás es el tema que mejor la defina. Pero eso fue un descubrimiento de Paola Adler, la editora de Hojas del Sur. Yo no me propuse escribir sobre la amistad. La historia fue construyéndose así". Quizás porque Simón, el protagonista de la novela, necesita de los amigos para sobrevivir. En ese sentido no hay distancia entre el narrador de esta historia y su autor.

Matías de Rioja, al momento de reflexionar sobre la escritura, dice que una de las grandes luchas internas que tuvo fue evitar su tendencia a la reflexión. Contar los hechos y dejar las reflexiones para el lector. “Lo que sí fue apareciendo, a medida que la historia crecía, fue mi necesidad como autor de poner a Simón en tensión con cierta literatura de la época. Quiero decir, hoy pululan infinidad de libros donde los psicólogos aparecen como personajes llenos de sentencias, tira postas, dueños de la verdad. Entonces acá nos encontramos con Simón, un psicólogo que está roto, alcohólico, que no se acostumbra la ciudad en la que vive hace quince años, que detesta a su jefa y tiene un perro deprimido. Solo un puñado de pacientes adolescentes oncológicos lo sostienen. Eso que Merleau Ponty llamó pensamiento operativo, o vida operatoria. El protagonista no encuentra relación entre las decisiones que fue tomando a lo largo de los años y sus emociones. Pero de eso me di cuenta a medida que se construía la historia, cuando empecé a bucear en la infancia de Simón para tratar de entenderlo. Después si tuve mucho cuidado de que sea una historia equilibrada, que si bien toca temas difíciles, también tenga mucho humor. No caer en el golpe bajo. Había un límite muy fino para no hacerlo. Me interesaba mucho el lugar de la amistad como formadora de subjetividad. Creo que es un lugar poco reconocido, incluso dentro de la psicología. Se habla de los padres, del Edipo, del complejo fraterno y poco se dice de que los amigos de la infancia pueden ser -y la mayoría de las veces lo son- lugares muy significativos en nuestra constitución psíquica”. 

Se espantan los peces problematiza aquello de que el conocimiento es poder y retoma de manera magistral la necesidad de los propios mitos fundacionales como otra manera de acercarse a lo más esencial de uno mismo.