Pasaron casi diez años de aquel 30 de junio de 2007 cuando Cristina Fernández de Kirchner fue consagrada candidata a Presidenta. “Por ahí vuelvo como Presidente y por ahí como primera dama”, provocaba Néstor Kirchner. “¿Será pingüino o pingüina?”, era la pregunta que buscaba respuesta en cientos de análisis. Ese día se develó la incógnita y se reforzó el protagonismo de esa mujer que, diez años después, sigue siendo el centro de atracción y rechazo más potente de la política argentina. 

Doce años como legisladora nacional antecedieron el paso que la ubicaría en un lugar único en la historia mundial: un presidente le pasaría el mando a su mujer en un proceso democrático. 

La primera mujer elegida por el pueblo para conducir el país. Una mujer que no renegaba de su condición femenina pero desafiaba desde sus convicciones y frontalidad. Un cóctel intolerable para las buenas maneras de la hipocresía reinante. Un convencimiento que a veces también distanciaba y descarriaba en un hermetismo intolerable, aún para los aliados. 

Estrategia 

“Hay que sumarle votos a Cristina”, repetía Kirchner arquitecto de la audacia de la Concertación Plural, el acuerdo con los radicales que lo llevó a Julio Cleto Cobos a la vicepresidencia. El 19 de julio, en su primer acto como candidata en el Teatro Argentino de La Plata, CFK reivindicó la reconstrucción de la autoridad presidencial, la renovación de la Corte Suprema, la inconstitucionalidad de las leyes y decretos de impunidad, el desendeudamiento externo y la recuperación de “esa autoestima que los argentinos habíamos perdido”. 

El 4 de agosto fue detenido en aeroparque Antonini Wilson, un empresario venezolano-estadounidense que quiso entrar al país, en un vuelo privado con funcionarios del Gobierno, una valija con 800 mil dólares sin declarar. Wilson terminó colaborando con el FBI. Fue el primer indicio de un proceso de desgaste que no tendría fin. Un proceso en que el alineamiento internacional del kirchnerismo serviría de excusa para las acusaciones más descabelladas.

La fórmula CFK-Cobos obtuvo el 45,29 por ciento de los votos. Aventajó a Elisa Carrió-Rubén Giustiniani por más del 22 por ciento de sufragios. El tercer puesto fue para Roberto Lavagna-Gerardo Morales (representante del radicalismo que rechazaba la concertación) con poco más del 16 por ciento. Alberto Rodríguez Saá llegó cuarto y Ricardo López Murphy arañó el uno por ciento. Mauricio Macri acababa de ganar en la Ciudad de Buenos Aires y optó por un tibio apoyo al economista radical que sedujo poco más que a su familia. El oficialismo mantuvo la mayoría en el Senado, la consiguió en Diputados y consolidó su poder en 19 provincias.

En ese 2007, dos mujeres por primera y única vez en la Argentina encabezaron las fórmulas más votadas. CFK duplicó a Carrió. Fue el fin de las aspiraciones presidenciales de la dirigente de origen radical y el comienzo de su obsesión por desacreditar a su rival.

El 10 de diciembre de ese año al recibir el bastón de mando de su marido, CFK repasó los mojones de su gestión. “Restituyó la política como el instrumento válido para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos”, destacó y mencionó como asignaturas pendientes la renovación del resto del Poder Judicial, la necesidad de acelerar los juicios por delitos de lesa humanidad y la igualdad tributaria. 

“Yo no he venido a ser presidenta de la República para convertirme en gendarme de la rentabilidad de los empresarios, que se olviden. Tampoco he venido a ser Presidenta para convertirme en parte de alguna interna sindical o política. Tampoco, tampoco”, advirtió en ese discurso inaugural en el que recordó: “No somos marcianos, ni Kirchner ni yo, somos miembros de una generación que creyó en ideales y en convicciones y que ni aún ante el fracaso y la muerte perdimos las ilusiones y las fuerzas para cambiar el mundo”. En esas palabras pueden entreverse los conflictos con el establishment que signaron su mandato y tuvieron como punto de partida la resolución 125 que recortaba ganancias a las patronales agropecuarias. Meses de esmerilamiento político-mediático que culminarían en el voto “no positivo” de Cobos y el prematuro fin de la Concertación.

Ante los entonces presidentes Lula Da Silva (Brasil), Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Tabaré Vázquez (Uruguay), CFK destacó la necesidad de “reconstruir el multilateralismo. Un mundo unilateral es más inseguro, más injusto” y señaló que “no por luchar contra el terrorismo global incurriremos en la violación global de los derechos humanos”. 

Militante

El repaso de los diarios de hace una década desata añoranzas, broncas, frustraciones y obliga, si uno desea otro cambio, a renovar esperanzas.

Llegó al poder duplicando los votos que Kirchner había sacado en 2003 cuando la decisión de Carlos Menem de no exponerse al ballotage lo colocó en el sillón de Rivadavia. A los dos días de asumir como Presidenta, uno de los acompañantes de Antonini Wilson declaró en Miami que los dólares de la valija habían sido para la campaña electoral de ella. En marzo de 2008 estalló el enfrentamiento con el poder agropecuario-mediático, un año después perdió las elecciones legislativas y redobló los desafíos. La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la reestatización de Aerolíneas Argentinas, el matrimonio igualitario, la recuperación de las AFJP, el doble aumento anual a los jubilados, el Bicentenario fueron hitos de ese primer mandato que alcanzó un clímax inesperado e indeseado con la muerte de Néstor Kirchner.

Cristina Fernández de Kirchner militó cada medida. Quizás, militante sea la palabra que mejor defina a esta mujer dispuesta a dar batalla siempre: dentro y fuera del poder.