El corcel de fibra de vidrio está laminado en oro en polvo. En las dunas de sus crines estalla el big bang, estampida y estribillo: Kylie Minogue galopa montada en “Say something”, heroína épica del pop, renaciendo entre el caos de las pistas de baile hogareñas a las que este año nos hubo de confinar. Como un alud de alimento balanceado para gays, Minogue anunciaba en agosto último la edición de un nuevo álbum, titulado simple y hasta absurdamente “DISCO” e inspirado, claro, en el género de música bailable homónimo. Se presentaba ante nosotres algo así como un milagro en formato de salto cuántico después del oprobio de su anterior álbum, “Golden”, un capricho country-pop editado en 2018 sin una canción memorable pero cuya gira, según la propia Minogue, le sirvió como impulso para decidir el rumbo del disco que finalmente editó a comienzos de noviembre y que hoy bailamos. Del establo a Studio 54, y a velocidad crucero.

LA VIDA ES DISCO 

2020 fue un año plagado de homenajes a la música disco. Ya en abril aparecía una de las primeras reinterpretaciones cuando Dua Lipa, la popstar omnipresente del momento, editaba su segundo disco, “Future Nostalgia”; Jessie Ware haría de las suyas con “What’s your pleasure?”, una osadía bailable basada en calcos de Tom Tom Club y Grace Jones; también Róisín Murphy, la menos ortodoxa del cosmos, se atrevería a desencajar algunos de los cánones de la música disco al entreverarla con proto house y new wave en “Róisín Machine”.

Con Kylie, menos mal, no hubo ni segundas ni terceras lecturas, ni tampoco ironías -ni siquiera razones para abrir wikipedia-. Ronroneos, glitter, lásers, lúrex. Suficiente. A sus 52 años ya nos conoce en detalle y nosotres a ella. En una de las canciones del álbum la preocupación es saber a dónde va a parar lx dj cuando la fiesta termina (Raffaella, ¿estás ahí?); en otra, los días pesan como anclas y el lunes es castigo pero ¡ay! siempre llega el finde; hay también viajes galácticos, seducciones pisteras, melancopasos y susurros. “Cuando era joven estaba obsesionada con ABBA (y todavía lo estoy)... ¿Se nota?”, twiteaba la Minogue en un ida y vuelta detallando el proceso compositivo de cada una de las canciones. Y sí que se nota, amiga Kylie, sobre todo en canciones como “Miss a thing” y “Last chance”, aunque más que ABBA lo que retumba es el griterío agudérrimo made in Bee Gees de falsetes en gloria y efervescencia milimetrada.

Como complemento a la edición del álbum, Kylie presentó un concierto pregrabado en formato de streaming pago que sació abundantemente las ansias de tenerla nuevamente en el centro de una discoteca hecha escenario, o viceversa. El especial, llamado “Infinite Disco”, funcionó amplificando por primera vez en vivo muchas de las canciones flamantes, además de integrar al nuevo universo de la Disco Kylie algunos de sus hits formateados a tono. La siempre increíble “Slow” incluyó sampleos de cuerdas y gemidos de “Love to love you baby”, de Donna Summer; el estribillo de “In your eyes” pasó de ser el punto cumbre del tema a convertirse en el respiro cuando las luces se atenúan; aquel homenaje a Giorgio Moroder de “Light Years”, a casi dos décadas de su aparición, seguía -sigue- sonando absolutamente futurista.

Entre su troupe de baile, repartida a modo de público tangible sobre el final del espectáculo, Kylie se arrodilla y besa el piso de leds. El atuendo dorado con firma de Alexandre Vauthier es un derrame metálico y ella quizás deje escapar unas lágrimas. Estamos acá, querida Kylie, aplaudiendo. Nunca pero nunca nos faltes.