¡Abuela, vení a ver las estrellas que colgamos del cielo! --me dijo mi nieto visiblemente entusiasmado en plena tarea de idear iniciativas creativas en tiempos de pandevirus.

Cuando entré a la habitación, varias estrellas de cinco puntas colgaban de una serie de hilos pegados al techo. ¡Qué hermosas estrellas! ¡Y son un montón! --le dije, festejando su alegría.

¡Contalas abuela, contalas! --me intimó orgulloso. Conté once. Padre e hijo habían colocado diez; la undécima era el reflejo de una de ellas en la pared por su ubicación respecto de la luz.

La imagen me llevó directamente a la alegoría de la caverna, de Platón. En donde la pregunta es precisamente por el conocimiento y cómo se puede captar la existencia de dos mundos: el mundo sensible, el que se conoce a través de los sentidos y el mundo inteligible que queda más del lado de la razón. El filósofo parte de la situación de un grupo de prisioneros encadenados que, encerrados en la profundidad de una caverna, sólo acceden a ver las sombras de objetos que se proyectan en las rocas. La distancia entre el mundo real y su imagen a través de las apariencias de las sombras de los objetos se desvanece. ¿Qué es lo real y qué su representación? En el relato, es Sócrates quien explica a Glaucón las etapas del acceso al conocimiento, para llegar finalmente, liberado de las cadenas, al mundo superior, el de las ideas, las estrellas, la luna y el sol.

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Hace unos días transitamos un nuevo aniversario del golpe del 24 de marzo de 1976. La lucha histórica por Memoria, Verdad y Justicia, de vanguardia en nuestro país, nos reunía siempre en esa fecha en calles y plazas, marchando entre reencuentros amigables, rodeados de las imágenes detenidas en el tiempo de nuestros seres queridos. Este 44º aniversario fue distinto. Una pandemia recorre el mundo. Un fantasma de muerte --invisible, inédito y desconocido-- nos acecha. Y esta vez, por eso, la cita del 24 fue otra. No marchamos, pero en una convocatoria masiva y plural, nos concentramos en nuestras casas, rodeados de pañuelos, de consignas, de treinta mil aplausos a aquella generación que comprometió sus ideas y su acción con la realidad de su tiempo. Es llamativo cómo en este aniversario de la peor noche que viviera nuestro pueblo, muchos y muchas se referenciaron en la capacidad de las Madres y de su lucha desigual y solidaria para hacer frente a algo hasta entonces desconocido. Es enorme la distancia entre una y otra experiencia histórica. E incomparable. ¿Cuál es entonces el hilo conductor? La condición humana. La capacidad del ser humano para construir un saber hacer aun en las situaciones más adversas, por oposición a la capacidad también de destruir el mundo en el que vivimos y no tener ningún límite a la hora de tutelar riquezas e intereses mezquinos.

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Las sombras de la caverna me evocaron irremediablemente otra experiencia. El submundo de lo que fue el centro clandestino de detención “Club Atlético”, en esa Argentina de la dictadura, sembrada a lo largo y a lo ancho de cientos de campos de concentración que fueron el soporte material de una represión diseñada para sentar las bases de un acelerado proceso de concentración económica en beneficio de muy pocos. Lastimados, sucios, hambrientos, encadenados y con los ojos vendados esperábamos el turno para ingresar al baño en un “trencito” de horror que ponía de relieve precisamente lo peor de la condición humana y la pregunta por ella. Recluidos en ese subsuelo, enterrados vivos en el infierno, era allí donde justamente ese interrogante se imponía. En esa situación, fui llevada a la enfermería, en donde un pequeño ventiluz en la intersección entre el techo y la pared dejaba ver a mis pies, debajo de mi vientre embarazado de vida, la sombra de camiones y transeúntes que pasaban por la calle. “Sacate la venda y mirá la luz del sol”, me dijo el médico, también secuestrado. Como al prisionero de Platón, la luz hirió lo más hondo de mis pupilas, esas desde las que, cuando uno enfoca bien, se puede vislumbrar el alma.

Tan cerca y tan lejos de “la civilización” el mundo continuaba andando. Nadie sabía dónde estábamos, enterrados en vida. ¿Cuál era la realidad entonces? ¿La rutina cotidiana de una ciudad y un país en el que los dictadores declamaban que “los desaparecidos no están, no existen, no tienen entidad, no están ni vivos, ni muertos”? ¿Las cavernas en donde estaban recluidas treinta mil personas? ¿O las sombras que irrumpían en silencio por los resquicios, enceguecidas, introduciendo siluetas éxtimas, mientras otras tantas, multiplicadas por otras tantas, las estaban buscando?

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¿Cuál entonces el hilo conductor? La condición humana, decíamos. La que puede poner en juego lo peor y también lo mejor. Esto último expresado en la imprescriptible ética de las Madres que emergieron desde las tinieblas a poner luz en una sociedad diezmada, arrasados sus lazos sociales por lo peor de aquella. O, mejor aún, que mimetizadas en sombras, se metieron por los barrotes de la sinrazón, a inventar algo sin precedentes.

Dos experiencias históricas absolutamente distintas, incomparables, insistimos. ¿Cuál entonces el denominador común?, reiteramos: la condición humana.

La necesidad de restitución de las redes solidarias, del lazo al otro. La comprensión de que la dignidad de la vida es la que nosotros y nosotras, en tanto sujetos de la historia que protagonizamos, le otorgamos.

Otra vez una Argentina de vanguardia es reconocida en el mundo por priorizar los Derechos Humanos, por hacer de su respeto el contrato social. Resumido éste en la #ArgentinaUnida, #QuedateEnCasa, #NadieSeSalvaSolo, apelando --en ese acto de cuidado del otro, de la otra-- a la conciencia solidaria. Y todo ello en un país arrasado por la lógica del mercado que primó durante cuatro aciagos años en donde la prioridad fue el antiderecho. Por eso enfrentarse a este enemigo invisible es una ardua tarea, porque los recursos para hacerlo son desiguales y por eso la importancia de que los Derechos Humanos sean enunciados como columna vertebral de la Argentina, construyendo un sujeto de la inclusión social en consecuencia, donde todos y todas tengan acceso a derechos. Por eso es justo y necesario, entre otras determinaciones, que parte de las riquezas de los que se beneficiaron de las políticas económicas que devastaron al país sea devuelta al Estado en beneficio de los más necesitados.

Por una sociedad distinta luchaba esa generación que quiso cambiar un mundo que hoy pide a gritos ser cambiado y que pone de manifiesto el fracaso del capitalismo para resolver el problema de la gente y su vida en dignidad.

Estamos asistiendo a una situación inédita. Y la comunicación responsable es fundamental hoy nuevamente, en salvaguarda de la existencia humana. Pensar en la industria del conocimiento y la responsabilidad de implicarnos en idear modos de transmisión que contribuyan a deconsistir las operaciones mediáticas que, en última instancia, atentan contra la vida, es un desafío de la hora. Para echar luz sobre las sombras de las cavernas.

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A la mañana siguiente conté otra vez las estrellas. Eran diez. La undécima ya no estaba. No me inquieté, a la noche, iluminada nuevamente la pared, iba a volver a aparecer mi estrella. Al fin y al cabo, y en un cielo que nos comprende a todos, son treinta mil.