Los mitos, dice Rolan Barthes, son un habla excesivamente justificada. No intentan ocultar nada, muy por el contrario, su efectividad radica en mostrarse. No buscan la explicación ni la argumentación sino la comprobación. Verificar, por ejemplo, que existen personas que hoy no desean trabajar alcanza (y sobra) para pensar (y naturalizar) al desempleo como una problemática meramente individual y meritocrática. Ya lo explica muy bien el presidente Macri cuando en sus discursos menciona que “lo que te hace feliz no es lo que te regalan” sino “lo que conseguís con tu trabajo”. 

Mitos 

La Alianza Cambiemos, como parte de una avanzada neoliberal y neoconservadora regional, inscribe su proyecto político en grandes mitos económicos instalados en el sentido común. 

Como en sus orígenes (el auge del monetarismo en la década del setenta utilizó a grandes rasgos el mismo discurso), el caballo de Troya del neoliberalismo 2.0 vernáculo es la lucha contra el “mayor de los flagelos”: la inflación. 

Hay que hablarle con la verdad a la “gente” (la palabra “pueblo” todavía les suena muy populista pero no tardarán, si se los deja, de apropiársela como lo han hecho con “la República”) dice el presidente. 

La “herencia recibida” que traía consigo el avance sobre las libertades individuales que imponía un cuasi totalitario “cepo cambiario” (marchas incluidas), unas ansias por “integrarnos al mundo” (advertencia de “vamos camino a ser Venezuela” mediante) y el “nos estamos quedando sin energía”, alcanzaron para que buena parte de la población y, por qué no decirlo, del arco político y sindical, legitime, por acción u omisión, dos años y medio de brutal ajuste disfrazado de “sinceramiento”, versión local del “there is not alternative” británico de los ochenta. 

El ajuste se materializó en una devaluación que, según el equipo económico de aquel entonces, no se trasladaría a los precios (desde el comienzo de la gestión macrista los precios han aumentado arriba del 90 por ciento), una quita “gradual” de subsidios y un fuerte techo a las paritarias, provocando una caída abrupta del salario real arrastrando, como era de imaginar, al consumo.  

En los pasillos de Casa de Gobierno, en los estudios de TV y en el Congreso, se escuchaba (y se escucha) una y otra vez, como en los coros gregorianos “es lo que tenemos que hacer, no hay otro camino”, pero a la luz de las últimas corridas cambiarias, parece que no alcanzó. La liberalización de los flujos de capitales y del mercado cambiario, la eliminación de la obligación de liquidar las exportaciones y altas tasas de interés en pesos, motivan y alientan movimientos especulativos de capitales financiados con deuda externa, iniciando un nuevo ciclo de endeudamiento y fuga. 

Lo que muchos anticipaban se anticipó y un “nuevo” Fondo Monetario Internacional llegó con la “vieja” receta del ajuste. 

A casi dos años y medio de asumir el gobierno hay que resignificar sentidos y el mito de la pesada herencia devino en el mito del déficit fiscal. En nuestras casas “no podemos gastar más de lo que ingresa”, en el Estado tampoco, afirman como si se tratase de un axioma matemático. El mayor problema argentino, insisten y persisten, es la financiación de dicho déficit con emisión monetaria, que deriva de forma “natural e inevitable”, bajo el manto de la alquimia neoliberal, en inflación.

La solución es sencilla, dice el FMI, hay que bajar el gasto público, prohibir que el Banco Central financie al gobierno y otorgarle la “independencia”. Ahora sí, libre del lastro populista, el flamante e independiente presidente del Banco Central, decide, basado en argumentos “técnicos y apolíticos”, que lo que le corresponde hacer a la institución es mantener las tasas de interés por los nubes hasta que la “expectativas” de los actores y la inflación se adecuen a las metas fijadas por el FMI (por el gobierno) para los años venideros. 

Ya habrá tiempo (y nuevos mitos) más adelante, para atribuirle los “costos sociales” de tales medidas (recesión, caída del consumo y la inversión, aumento de la desocupación, concentración económica, entre otras) a la falta de capacidad de “reconversión” y la poca actitud “emprendedora” de pymes y de los y las trabajadoras y a la obstinada actitud de “sindicalistas del pasado” que se empeñan en defender “privilegios” disfrazados de derechos laborales.   

Verdades 

Se derrumba el mito del déficit fiscal. Según la publicación Monitor Fiscal de abril de 2018 del propio FMI, dentro de las economías avanzadas (según la propia clasificación del organismo) han registrado déficit fiscal durante el 2017, Estados Unidos (-4,6 por ciento del PIB), Francia (-2,6), Japón (-4,2) y el Reino Unido (-2,3). En los mercados emergentes la historia no es muy diferente, China (-4,0 por ciento del PIB), India (-6,9), Rusia (-3,7), Brasil (-7,8) y Arabia Saudita (-9,0). 

A pesar del latiguillo liberal de que ninguna familia puede gastar más que lo que le ingresa, parece ser que los Estados no son familias y que el déficit fiscal no conlleva necesariamente un proceso inflacionario como los apologetas neoliberales nos quieren hacer creer y las inflaciones de dichas economías niegan. 

Como se ha escrito una y otra vez en las páginas de este diario, el verdadero problema de la Argentina no es el déficit fiscal, que se puede financiar con emisión monetaria (sin pedir un solo dólar), sino el déficit externo de la cuenta corriente, motivo principal de las crisis de los últimos 40 años y que, de la mano de las políticas desregulatorias macristas, ha llegado a ser de 30.000 millones de dólares anuales, casi duplicando el existente hacia fines del 2015. 

No está de más recordar que dicho déficit no ha vaciado las arcas de las reservas del Banco Central solo merced a un extraordinario endeudamiento, que transcurridos dos años y medio asciende a 90.000 millones de dólares, verdadera pesada herencia para las futuras generaciones. 

A pesar del relato de la Alianza Cambiemos y por más que los medios adictos lo oculten, las verdades llegan, deben ser enfrentadas y el gobierno lo sabe. 

Desde un proyecto neoliberal sólo se tienen cuatro herramientas para hacerlo: el endeudamiento, el ajuste recesivo, una creciente devaluación y la necesaria represión a la protesta social. El gobierno va por las cuatro.

* Docente UNLZ FCS. ISFD Nº 41 CEMU.

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