Hace diez años el cómico Tristán le pegó una cachetada a Cinthia Fernández en una obra de teatro. En los medios la destrozan, todos la acusan de busca fama y su victimario le hace una denuncia por calumnias e injurias. Hace unos días aparece un nuevo testimonio de la mano de Rita Pauls a quién le decía guarangadas al oído, ¿Con 40 años más que ella? ¿50 años más? ¿Cuántos años tiene esa peste? En fin, ahora les creemos, tanto a Rita como Cinthia. Cambiaron las cosas, pero no tanto. Yo recuerdo haberle creído a Cinthia en su momento, recuerdo pensar “obvio que pasó, pobre mina”, y fin, no reflexioné más sobre eso, hace diez años es posible que muchas personas hayamos pensado que eran gajes del oficio de la vedette. Esas son cosas que suceden en ese ambiente, ese es el temperamento de los capocómicos. Si le pasó eso a Cinthia es porque no supo manejar la situación adecuadamente, eso creíamos hace diez años y muchas personas aun lo creen. Hace unos días Araceli González hizo unas lamentables declaraciones sobre el feminismo, y discúlpenme pero me voy a tomar la licencia de no reproducirlas, hoy no puedo volver a escribir la definición de feminismo, no me da el alma. Pero quizás lo más doloroso fue escuchar: “A mí no me pasó nada porque yo sé poner un límite”. No creo que haya maldad en el corazón de Araceli, creo que no se ha detenido a pensar sobre el tema, a leer, a preguntar, a debatir. Creo que tuvo las buenas intenciones de pronunciarse sobre un tema, quizás inspirada en Hollywood, sin saber demasiado qué iba a decir. En cualquier caso, la culpa siempre recae en la víctima, y pareciera tan difícil hacer responsable a los hombres abusadores de sus acciones. Ellos siguen siendo intocables, siguen siendo comprendidos, siguen siendo impunemente ajenos a sus actos, siguen siendo los que no pueden ponerse un límite y necesitan del nuestro, y en estos casos con famosos pareciera que una supuesta trayectoria artística les genera más impunidad. Espero estén escuchando cómo se me ríe el culo con la trayectoria artística de Tristán.

Un amigo periodista siempre me consulta cosas sobre las cuestiones de género que no comprende. Y me manda un audio diciendo “Las mujeres cuentan los abusos tantos años después, como descubriendo ahora que fueron abusadas, si comprendemos que a ellas les llevó un tiempo entender que eso estaba mal, ¿Por qué no podemos entender que los hombres tampoco sabían en esa época que estaban haciendo algo malo?”. ¿Hubo algún momento de la historia en el que estuvo bien visto que un jefe le dijera guarangadas al oído a una empleada como hacía Tristán, o que le pegara una cachetada? ¿Alguna vez no fue grave que un amigo de la familia se masturbara frente a una menor como hizo Cacho? Las mujeres no descubren ahora que fueron abusadas, descubren ahora que pueden hablar de eso sin que las condenen. Los hombres que hicieron esas cosas en el pasado no están sorprendidos de que estaban incomodando a esas mujeres, esas basuras están sorprendidos de vivir en una época en la que las mujeres pueden hablar, están sorprendidos de que los fantasmas de su pasado los vuelven a buscar. Esas caras de cordero degollado frente a las cámaras de televisión no son caras de inocentes descubriendo que abrir la canilla es en realidad un delito, son las caras de los psicópatas cuando les arrancan la careta. Esto es una revolución y el miedo de los reaccionarios se percibe, los que no quieren el cambio están enojados. Y yo tengo miedo también, como nunca, de que un católico fanático me haga algo, de que un machito resentido me agarre en la calle, sobre todo cuando un periodista acosador como Hernan Firpo pone mi nombre en títulos de notas con otras personas en le diario más leído del país. Tengo miedo, claro, pero saben qué, soy mujer y estoy acostumbrada a tener miedo en la calle, estoy curtida papá, vos machito, tenés miedo por primera vez, de que como en un cuento de Dickens tus fantasmas abusados te vengan a buscar. Pero en el cuento de tu vida, que ya se está terminando, no hay redención, porque tus fantasmas están vivos, los vemos todos y no paran de hablar.