En este caso, no solo se trata de poner en escena una nueva obra y con el talento habitual de sus integrantes, sino también de celebrarlo en el marco de la conmemoración de toda una trayectoria. La compañía Hijos de Roche festeja sus 25 años de teatro en Rosario con No descansa nunca, la obra que interpretan Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado, a partir de la dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro, y que se presentará los sábados a las 21 en Espacio Bravo (Catamarca 3624).

“La sala va a cumplir 15 años también, y lograr ese espacio fue posible a partir de agruparse. En aquella época era algo más común: sostener el grupo era casi como sostener una familia, era algo tan importante como lo que ibas a producir. Y del mismo modo como sucedió con la sala, se fueron dando otras cosas, con mucha más gente que pasó por el grupo. Todo eso es muy gratificante, pero también, pensar en 25 años un poco te abruma, es mucho tiempo”, explica Romina Mazzadi Arro a Rosario/12.

-En este recorrido, ¿qué notás ha cambiado en el teatro local?

-Lo que ha cambiado es el auditorio, el punto de vista, y me complica pensarlo. Nuestra última obra fue en el 2019, Esta máquina no era dios, y después de la pandemia hicimos Siamo fuori; pero cambió mucho todo. Nosotros mantenemos el mismo criterio en cuanto a producción, un teatro con pocos elementos, de escenas vacías, pero lo que me confronta es esta liquidez que se vive, donde quien mira cambió soberanamente. Cambió tanto que no sabés cuál va a ser la recepción. Me parece que el campo de la metáfora, el campo poético y el evocativo, han cambiado; y esta obra tiene que ver con eso. Son dos docentes de la modernidad, del racionalismo y de los libros, confrontadas con las nuevas generaciones. Nosotras, de hecho, somos docentes, y algo de eso hay. Es una obra con humor e ironía, también para enfrentarte con esta posmodernidad desatada, donde a uno le cuesta encontrarse en los nuevos paradigmas, a los que también me resisto, porque no me resultan del todo atractivos. La uniformidad de las plataformas generó cierto aburrimiento. Ahora, tenés al mundo en PDF; podés pasar mucho material y es democrático, porque no gastás plata. Pero no se compran libros. Al final, la plataforma es aburrida. Igualmente, creo que el trabajo docente es el de entrar, comprender, incentivar la curiosidad, y generar un poco de entusiasmo.

-¿De qué manera se dio el proceso de trabajo para la obra?

-Procedemos siempre parecido, primero escribo una obra, que a veces se retoca durante los ensayos, pero de lo que se trata es de salir a buscar el lenguaje, y eso lleva tiempo. Ese es otro paradigma que se ha acabado, porque ya no se ensaya tanto. Por mi parte, yo ya venía con esta problemática de la posmodernidad, y en determinado momento empecé a darme cuenta de que yo había quedado atrás. Así como sucedió durante la pandemia, donde la gente cuestionaba a la ciencia; y yo, que vengo del racionalismo, no lo podía creer. Aquello es un poco la fragua de todo esto. Para la composición de las chicas, tomé como referencia a dos personajes, Coca y Mangacha, dos docentes que no conocí, a quienes mi madre admiraba mucho. Me enamoró la descripción que me hizo de ellas, hablando de su experiencia escolar, cuando me decía que escucharlas era un placer. Al tomar esos personajes, nos dimos cuenta de que nos estábamos salteando una generación, porque están inspiradas en dos señoras de aquella época, docentes de mi madre, que tiene 80 años. Docentes que tenían también otra verticalidad respecto de los alumnos, algo que jugamos desde el humor y la ironía. Por eso, en la obra participan las voces de nuestras tres madres, al inicio y al final.

-¿Desde dónde hablan estas docentes, dónde están?

-A ellas las han sacado, por distintas cuestiones, del aula; están apartadas, en tarea diferentes, en una escuela retirada, de algún lugar alejado. También para que todo esto funcionara como la alegoría de un país. Un poco pelean y luchan con su propia melancolía; sobre todo una de las dos, a quien le cuesta más largar ese tiempo que ya pasó. Son dos personajes entrañables y ácidos. Y son muy incorrectas, tal como se era antes. Yo he ido a fiestas de docentes con mi vieja y con mi tía, esas docentes que pasaban a ser maestras al terminar la secundaria, y en el medio habían hecho danzas plásticas y estudiado piano. Pero, como te decía, lo que me enamoró fue escuchar a mi vieja hablar de sus maestras: “las escuchaba y era como música; no quería que terminaran de hablar nunca”.