Una melodía tanguera, silbadita, de esas que le gustaban a Osvaldo Bayer, abre la historia. Es de Pablo Bernaba, que supo acompañarlo musicalmente, como da cuenta el disco Tangos libertarios del Quinteto Negro La Boca. La música dura unos segundos. Luego se esfuma y deviene un intenso vaivén de palabras entre el escritor y Norma Fernández. Ella es Licenciada en Letras y cinematografía. Realizó Los gritos del silencio y Camila, desde el alma, documentales traccionados por un marcado interés ideológico y social. 

Por este carril transitan también las charlas entre el escritor y Fernández que pueblan El testigo (Conversaciones con Osvaldo Bayer), cuyo estreno en público será este jueves 16 en el Cine Gaumont (Rivadavia 1635). “Creo que con Osvaldo nos unió una sensibilidad parecida, dada por los valores, la manera de sentir el mundo, las preocupaciones, cierto énfasis en la austeridad, la melancolía, y obviamente, la militancia en Derechos Humanos. "

"Me siento parte de todos los que aportamos a divulgar el legado ético de Osvaldo”, introduce la directora, posada en el motor –humano- inicial de esta charla lograda en de cuatro entrevistas que mantuvieron durante tres décadas. “Conocí a Osvaldo en 1991”, evoca. “Yo acababa de entrar como periodista a un diario de Córdoba, y me encargaron la nota sobre su conferencia en el Instituto Goethe. Hacía tiempo que quería conocerlo y, como intuía que no era ocasión para desperdiciar porque hacía poco había caído el Muro de Berlín y él había estado allí, fui con un amigo camarógrafo, con quien estaba empezando a hacer documentales sobre movimientos sociales. Aquella entrevista estuvo muy buena, y marcó el comienzo de una larga amistad”.

La amistad desembocó en un documental no solo poblado por la conversación sino también por una música afín, imágenes de revueltas mundiales, fotografías comentadas por Bayer en clave de largos epígrafes, y videos históricos. “El material de archivo nos llevó mucho tiempo y nos enfrentó a un problema contemporáneo para el cine documental: la mayoría de los archivos internacionales está en manos de empresas privadas que cobran fortunas. Fue muy duro conseguir excepciones, a través de apoyos institucionales, intermediaciones diplomáticas, negociaciones de precios… un calvario. Si no se resuelve pronto esto, las producciones independientes y de bajo presupuesto serán inalcanzables”, advierte la cineasta.

Norma Fernández.

La mayoría de las conversaciones tuvo lugar en “El Tugurio”, la guarida de Belgrano donde Bayer vivía y trabajaba. Un lugar superpoblado de libros, plantas, papeles, cuadernos, documentos, cuadros y objetos, que le impedía a ambos encontrar un hueco donde apoyar las tazas de café. ¡”No había lugar”!, ríe Fernández, sobre el sitio en que ocurrieron las entrevistas. La segunda, vinculada a la obsesión de Bayer por la Patagonia y los anarquistas; la tercera, cuyo título va por otra veta (“Una novela perturbadora”), y una final, a manera de balance y despedida. “El tercer encuentro narra sobre algo muy diferente a su imagen pública: una novela perturbadora y su profunda relación con el romanticismo alemán. Y el último es muy breve, luego de su cumpleaños número 90. No hubo una frecuencia organizada… se daban como podíamos”, destaca Fernández. El documental ya se vio en los festivales de La Habana y de Nápoles; tras el estreno en el Gaumont, iniciará un largo camino por centros culturales.

-¿Cómo estructuraste esas conversaciones, para adecuarlas a lenguaje cinematográfico?

-En realidad, se trata de una serie documental de cuatro capítulos. Veré más adelante si lo armo de esa manera, lo que permitirá al espectador tener el tiempo necesario para reflexionar sobre lo que Osvaldo larga como una ametralladora de ideas y datos. Pero en este caso, tuve que presentarlos en una sola película, porque pude hacerla con el apoyo de un programa del Incaa, que justamente era para documentales unitarios. Y para estructurarlo, bueno, respeté la secuencia cronológica de las conversaciones, pero intenté establecer un "diálogo de archivos" entre múltiples filmaciones y fotografías nacionales e internacionales ligadas a cada época y situación que a veces ilustran, y otras aportan miradas complementarias. Luego, intenté unir los capítulos con alusiones personales que dieran cuenta del paso del tiempo en nuestras vidas. Me importaba mucho rescatar la intimidad de los encuentros, y la presencia protagónica de El Tugurio en las reflexiones, sin el tiempo acotado de las entrevistas periodísticas.

-Decís que en esos encuentros, y en los que no fueron filmados, “se peleaban bastante”. ¿Por qué?

-Como siempre en Argentina, por el peronismo. Yo era - soy – peronista “de izquierda” para simplificar, y él siempre fue un “gorila de izquierda”. Su problema no era el proceso histórico, sino la figura de Perón en la época de la posguerra. No registré nada de
eso para el documental, porque no quería distraer la atención de los temas fundamentales que él tocaba.

-¿Cuál es tu mirada personal sobre Osvaldo?

-Admiré profundamente su coherencia imbatible, nadie pudo “comprarlo” nunca. Y su
sencillez ¿no?... su casa era un peregrinar constante de intelectuales, militantes y estudiantes. Y sin su investigación histórica, por ejemplo, nadie conocería la masacre de los peones rurales patagónicos en los años 20.

-¿Por qué El testigo?

-Se me ocurrió desde el principio, cuando imaginé a Osvaldo en su ventana de la casa de

Berlín, mirando estallar el mundo conocido. Él siempre estuvo ahí, en acontecimientos históricos de la segunda mitad del siglo XX, y comienzos del XXI en Europa y el Tercer Mundo, en forma presencial o a distancia, pero siempre profundamente involucrado.