Desde Cannes

Como toda institución, el Festival de Cannes tiene sus tradiciones, pero -parafraseando a Groucho Marx- “si no les gustan éstas, tengo otras”. En la noche del martes pasado, la gala de apertura de la edición número 77 fue lo más parecida a una ceremonia del Oscar de lo que Cannes haya hecho nunca antes, con el inglés como idioma predominante y el star power de Hollywood a toda máquina. Ya se sabe: si no puedes vencerlos, únete a ellos.

Después de 35 años de ausencia del festival, Meryl Streep volvió a la Croisette para recibir una Palma de Oro de Honor de manos de Juliette Binoche (“la belle Binoche”, como la llamó Meryl, habló y lloró en inglés) y ver cómo la inmensa sala del Grand Théâtre Lumière la aplaudía de pie como si fuera el Dolby Theatre de Los Angeles. Y todo eso luego de haber recorrido a velocidad crucero la trayectoria de la actriz con una serie de clips de sus films más famosos, desde Kramer vs. Kramer (1979) hasta su participación especial en Mujercitas (2019).

No fue una casualidad, por cierto. Este año, la presidenta del jurado oficial de Cannes es la directora de Little Women, Greta Gerwig, que se hizo mundialmente famosa como cineasta por su versión de Barbie. La Gerwig también tuvo su festival de clips –como actriz y realizadora- y hasta le cantaron especialmente, como si fuera su cumpleaños, una versión de “Modern Love”, de David Bowie, la canción que ayudó a hacer justamente famosa la mejor escena de Frances Ha (2012), la película que la lanzó al estrellato.

Fue una velada deliberadamente femenina y esa sororidad entre pares vino a atenuar en Cannes el impacto del #MeToo francés, que tal como se preveía ya está dando a conocer sus primeros nombres, como el del productor francés Alain Sarde, que según se supo en las últimas horas deberá enfrentar cargos por acoso sexual a nueve mujeres. “Las reuniones profesionales nocturnas en habitaciones de hotel con hombres poderosos ya no forman parte de los hábitos y costumbres de la vorágine de Cannes tras la adopción de #MeToo, y lo celebramos”, dijo desde arriba del escenario la actriz Camille Cottin, maestra de ceremonias. Mientras tanto, desde la terraza del Palais y frente a las escalinatas del festival se hacían escuchar algunos trabajadores precarizados, que pelean por su salario y su estabilidad laboral.

Sin embargo, el auténtico acontecimiento de la apertura del martes del Festival de Cannes fue estrictamente cinematográfico y correspondió a una película francesa hasta la médula, protagonizada por un hombre que fue nada menos que emperador. La primera proyección pública en casi cien años de la versión definitiva del Napoléon vu para Abel Gance (1927), reconstruida por la Cinemateca Francesa después de infinidad de versiones anteriores, vino a demostrar que el cine del pasado tiene todavía mucho para enseñarle al del presente, en su ambición artística, en su derroche de ideas y en su capacidad para hacer de la Historia con mayúsculas un campo de debate y de agitación política.

A partir de un trabajo inmenso, de una épica a la altura del film, que llevó más de 15 años de investigaciones y búsquedas en archivos del mundo entero y contó con un presupuesto de cuatro millones de euros, la Cinémathèque Française presentó lo que el director Costa-Gavras –presidente honorario de la institución- consideró en Cannes “una de las mejores películas de la historia del cine francés y también del cine mundial, un auténtico poema cinematográfico”.

No exageraba el director de Z y de Missing cuando introdujo el film en la repleta Salle Debussy: el de Abel Gance (1889-1981) no es un relato histórico stricto sensu sino una visión lírica del derrotero del personaje al que le dedicó una película de más de siete horas, de las cuales en Cannes se acaban de ver solamente las primeras cuatro (la versión completa se verá en París en la previa a los festejos del 14 de julio). Este “aperitivo” sin embargo fue suficiente para dar una idea de lo que era capaz el cine cuando todavía no había incorporado el sonido y los realizadores se sentían libres de inventar un arte nuevo.

Contemporáneo del Octubre (1927), de Sergei Mijáilovich Eisenstein, el Napoléon vu para Abel Gance confirma a su vez de qué modo el cine de la época ayudó a configurar los distintos imaginarios nacionales. El héroe del film de Gance es un héroe puramente cinematográfico, un aventurero de capa y espada, un Napoleón que todavía es el impulsivo Bonaparte, suerte de leyenda ya desde su primera juventud, cuando defiende a su Córcega natal de los intentos de “vender” su isla natal al mejor postor, entre ellos los ingleses, a quienes ya entonces aprende a odiar.

Una extraña, fascinante paradoja habita en el film de Gance. Se trata de un film a priori políticamente reaccionario, en tanto exalta el patriotismo desaforado de su personaje y su temple militar, pero el director hace un cine tan revolucionario en sus formas que terminan impregnando su contenido. Si hubiera que dar un ejemplo, ahí está el episodio en el que el montaje paralelo sigue a Bonaparte mientras lucha él solo contra un mar embravecido, a bordo de una embarcación que tiene como única vela la bandera francesa que arrebató en Córcega a los filo-británicos, mientras en la Asamblea Nacional los revolucionarios Danton, Robespierre y Marat (interpretado por un joven llamado Antonin Artaud) agitan a unas masas a las que la cámara -siempre móvil- las compara con una olas gigantescas, como si fueran fuerzas de la naturaleza.

“Se supone que es un biopic, como decimos hoy, pero en realidad, no lo es en absoluto”, afirma el director de la Cinemateca Francesa, Frédéric Bonnaud. “La de Gance es una especie de odisea experimental, increíblemente atrevida en términos de edición y escritura. Gance tiene muchas ideas, las aplica todas y todas son buenas”. En esta apertura de la sección Cannes Classics hay una tradición propia que el Festival de Cannes hace muy bien en sostener: como en el 2022 fue la proyección de La Maman et la Putain (1973), de Jean Eustache, y el año pasado L'Amour fou (1969), de Jacques Rivette, ahora el Napoléon vu par Abel Gance pone la vara bien alta para todo lo que vendrá de ahora en más en los próximos diez días. No será fácil.