En esta Argentina donde la velocidad de la política pulveriza los acontecimientos, la enorme movilización nacional en defensa de la educación pública sigue ocupando buena parte de los análisis a pesar de la semana transcurrida. Desde entonces se pronunció Javier Milei, que también hizo un stand up en un encuentro de CEOs y partidarios de LLA, habló Cristina Fernández de Kirchner en Quilmes y el escenario de la política estuvo atravesado por negociaciones legislativas, acusaciones cruzadas e internas tan interminables como estériles, en el oficialismo y en la(s) oposición(es). La marcha educativa no deja, sin embargo, de resonar.

Se escucharon muchas consideraciones sobre la movilización en defensa de la educación pública. Casi todos los aportes son válidos para ponderar el hecho: la multitud que marchó en Buenos Aires y en muchas ciudades del país, la transversalidad de esa participación (generaciones y opciones políticas), la espontaneidad (se vio en las consignas y en las características de las mismas). Quizás el argumento más contundente es que la arremetida contra la educación pública pegó en un sentimiento sumamente arraigado en la sociedad y, en particular, en la clase media. Quienes se manifestaron lo hicieron porque se sintieron directamente agredidos en sus derechos. Salieron a la calle en defensa propia porque, quizás por primera vez desde que asumió Milei, se generó en la sociedad una conmoción colectiva y mayoritaria de la que participaron también parte de los votantes de LLA. El Gobierno lo sabe y, aunque no lo admita, acusó el golpe.

Y, por supuesto, se trata de un hecho político porque toda demanda colectiva naturalmente lo es, aunque el Gobierno intente darle una carga negativa a esa “politización”. Distinto es pensar que esa movilización pueda ser capitalizada para sí por alguna fuerza en particular. Difícil que así sea.

Dicho lo anterior habría que reflexionar con cautela para ponderar en justa medida lo sucedido. Junto a las y los estudiantes, trabajadoras y trabajadores de la educación, estuvieron también las organizaciones obreras, los movimientos sociales sumándose solidariamente al reclamo que consideraron legítimo.

Sin embargo, asumiendo que el ataque contra la educación pública es una cuestión de extrema gravedad, vale indagar si la falta de alimentos en los comedores populares, los despidos en el Estado o la pérdida del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones no tiene el mismo o mayor nivel de criticidad que lo que sucede en el plano educativo. Y la pregunta consecuente es si una convocatoria similar en defensa de quienes padecen hambre por bajos ingresos o por desempleo recibiría de la sociedad argentina una adhesión similar. No es necesario un estudio demasiado riguroso para responder casi con certeza que ello no ocurriría. En primer lugar porque tanto la dirigencia social como la sindical siguen estigmatizadas pero también porque (todavía) una parte de quienes movilizaron por la educación consideran que la pobreza de otras y otros no es su causa, al menos por el momento. Aunque la economía impacta en sus bolsillos siguen pensando (lo dicen las encuestas) que “no había otra alternativa” y que la situación se encamina para mejor.

Lo que se pueda observar en la concentración obrera prevista para este 1º de mayo dará indicios para evaluar lo dicho antes.

De confirmarse esta percepción será también consecuencia directa de una grave carencia de la política y de lo político en la Argentina. La dirigencia partidaria sigue sin hacerse cargo de esto, mientras continúa enfrascada en estériles disputas internas que, por otra parte, no giran en torno a diferencias de proyectos (por ahora inexistentes) sino a rencillas por egos o disputas de espacios. Milei aprovecha para profundizar sus ataques contra “la casta” y el DNU 70 sigue vigente con todas sus consecuencias y sin que nadie le ponga límites.

Mientras, la deficiencia en la gestión estatal queda en evidencia paso a paso. A Milei poco le interesa. Muchos cargos importantes siguen sin cubrirse, se demoran procesos indispensables y no hay ejecución. Más de una veintena de funcionarios ya fueron despedidos del gobierno de LLA. El Presidente desprecia la gestión porque no cree en el Estado y en eso es coherente… tanto como en la insistencia y en la obstinación respecto de algunos de sus planteos económicos puestos en duda hasta por sus propios colaboradores. Contra toda evidencia intenta convencer de que “los salarios comenzaron a ganarle a la inflación”. Nada lo hará cambiar de rumbo. Lo mismo sucede con la política, aunque esto le genere crisis en sus propias filas con la consecuente dificultad para llegar a acuerdos incluso con los opositores light.

La oposición (toda… desde la más “blanda” hasta la más “dura”) sigue perdida en su propio laberinto. Milei les cambió el escenario y ni unos ni otros encuentran la forma para posicionarse, responder… y ser creíbles para la ciudadanía.

Los partidos políticos dejaron (hace tiempo) de ser una herramienta útil para la construcción política que atienda a las necesidades de las personas. Los frentes sirvieron a los fines electorales, pero tampoco ofrecieron alternativas fiables.

El radicalismo y el peronismo, las dos grandes fuerzas históricas que sirvieron de sostén a la democracia recuperada, carecen de liderazgos pero, sobre todo, de proyectos que convenzan y se ofrezcan como alternativas viables y plausibles para las mayorías.

La sociedad con el PRO terminó haciendo trizas al radicalismo. El peronismo no termina de digerir el fracaso de la gestión encabezada por Alberto Fernández y la derrota electoral. No se sabe por qué pelean y qué disputan sus dirigentes. Y, por cierto, no basta que la ex presidenta sostenga que “hay que dejar de salir a discutir pelotudeces, discutir para cambiar la vida a los dirigentes y hay que estudiar para cambiarle la vida a la gente”. Es insuficiente y tampoco condice con la conducta de algunos de los dirigentes más cercanos a ella.

El gobernador Axel Kicillof además de tener que gestionar con magros recursos a la provincia más importante del país, sufre embates difíciles de comprender que provienen de las filas del peronismo y, en particular, del kirchnerismo.

Este es el escenario.

Parte importante de la ciudadanía habló en la calle y todo indica que se inició un camino que no tiene vuelta atrás. Más difícil es adelantar quiénes lo protagonizarán y las formas que adquirirá de aquí en más la protesta. La situación pide respuestas no solo del Gobierno, sino también de la oposición. La dirigencia política continúa entreverada en su propio laberinto, carece de respuestas institucionales pero también de ideas para salir del atolladero.

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