De todos los escritores es quizá Sarmiento quien desde Santiago de Chile estampa la frase más icónica de la literatura argentina: “Las ideas no se degüellan”. La sentencia es traducción criolla de ON NE TUE POINT LES IDÉES, un graffiti (algo pedante hay que decir) que el propio Sarmiento estampa en los baños de El Zonda durante su retirada de San Juan. En ella se vierte el ideal de civilización y la denuncia del estigma de la barbarie como figura intolerante ante la presencia del otro. Sarmiento, se sabe, es figura compleja. Pariente lejano de Facundo Quiroga a quien atacó en cuanto pudo, no dudó en hacer uso de la barbarie que denunciaba cuando consideró desde su cargo público que los fines lo justificaban. En 1863 uno de sus lugartenientes asesina delante de su familia al sexagenario general Vicente “Chacho” Peñaloza, quien se había entregado sin ofrecer resistencia. Irrazábal corta la cabeza del Chacho, la cual es exhibida en Olta, un pequeño pueblo de La Rioja. Juan Hunt, teniente de Irrazabal, corta a su vez una de sus orejas y la remite a San Juan para que sea admirada en las reuniones de la sociedad provincial. La esposa del Chacho, Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la misma ciudad, atada con cadenas. Al recibir la noticia de que sus hombres habían encontrado y eliminado al general Peñaloza, Sarmiento escribió al presidente Mitre:

"No sé qué pensarán [en Buenos Aires] de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".

Y con ánimo telúrico agrega: Cortarles la cabeza a los caudillos es un rasgo argentino”. Para cerrar la elipsis su famosa frase podría haber sido: “Las ideas no se degüellan, las cabezas sí”.

Ral Veroni, un amigo y poeta argentino, escribió un interesante poema sobre los lemas que campean las tensiones de la Historia local. En el texto aparecen dos entidades telúricas: Al Pedín, dios de las causas inútiles, muy reconocible en el aleteo sobre la superficie de nuestras demandas, y La Chiripa, la suerte que todo lo impregna. Veroni inventa en esta y otras piezas un país en paralelo a la Argentina llamado Platinia y un gentilicio para sus habitantes, los argiros:

¿Qué hacer con estas frases?

Cuando los hermanos Al Pedín y La Chiripa levantaron Platinia

encontraron cruzadas en una de las paredes de la casa

dos hojas de acero. Una, el sable corvo, rezaba en letras grabadas:

“Seamos libres que lo demás no importa nada”.

Se dice que la frase fue dirigida a los esclavos que hacían

el grueso de la tropa bajo promesa de ganar su libertad

una vez que la lucha concluyera.

Y muertos en la guerra los consideraron libertos.

El otro era el facón del Chacho, con hermoso mango de hueso

y una inscripción campeante y protocomunista:

“Naides más que naides ni menos que naides”.

El mostro del aula ya había escrito en la medianera de la República

“Las ideas no se matan”. Aunque hay que aclarar que

no tuvo problemas en aceptar el corte de cabeza del Chacho

portadora de una diferencia de opinión que celebraba

al gauchaje igualitario. Por último, un afiche constitucional,

expresa en letras de molde “Gobernar es poblar”.

Alguna vez se señaló con perspicacia que su autor no tuvo hijos

y que tampoco gobernó.

—¿Qué hacer con estas frases? preguntó Al Pedín.

—¿Qué hacer con estas hojas? dijo La Chiripa.

—Cortemos con ellas el Chinchulín de la Concordia. Espiralado,

crocante, bañado generosamente en limón, y ecuánimes otorguemos

una mitad a cada lado de la Grieta. Una mitad a la banda justa

y otra mitad a la banda recta. Pero Chiripa se encontró

con que en la misma forma de la achura yacía la desigualdad.

Siempre hay en esta una curva de más. Y aún cuando la línea

se divida por peso la trampa de la percepción hace que una parte

semeje ser más grande que la otra. El propio Chinchulín de la Concordia

lleva en sí la semilla de la desavenencia. ¿A quién darle tal y cual porción

sin que se sienta beneficiado o desfavorecido?

Mientras Chiripa y Al Pedín saboreaban el tentador presente

para insatisfacción de los argiros la pregunta resonaba constante:

¿Qué hacer con estas frases?

El vaporoso y la escurridiza decidieron entregarle cada una

a un tótem de Platinia. A la Vaca Sorura le iba bien, sin duda,

la de “Las ideas liberales no se matan y benefician

nuestra economía agroexportadora”.

La de “Nadies más que naides” se la podían dar sin ofender a nadie

al Bagre con el cuello bajo el agua.

“Gobernar es poblar” para la anónima Lombriz.

“Seamos libres…” para el grácil Hornero.

¿Pero qué hacer con los argiros a los que nada les contenta?

“GOBERNAR MENOS QUE NAIDES”

“NO SE MATAN ES POBLAR”

“LAS IDEAS NO IMPORTAN NADA”

“SEAMOS MÁS QUE LIBRES”

Así pensó Al Pedín en repoetizar lo politizado.

Son varias las calles y avenidas que honran al sanjuanino en la Provincia de Buenos Aires. No se si damos cuenta de todas, pero hasta donde sabemos ornan la toponímia de Jose C. Paz, Villa San Luis, San Vicente, Matheu, El Pato, Villa Celina y San Martín. Hasta hace treinta años tenía un Partido bajo el nombre de General Sarmiento. Lo de general no es un escalafón que haya ganado en los campos de Marte sino que lo reclamó a la institución durante la presidencia de Avellaneda. La revista El Mosquito gustaba de caricaturizarlo con charreteras sobredimensionadas y un enorme bicornio para subrayar la autoestima del primer mandatario.

En 1880, años después de haber terminado su mandato presidencial, Sarmiento es acusado en el Senado por crímenes de guerra, a los que su acusador, el sanjuanino Guillermo Rawson, menciona como “irregularidades”. No obstante, la causa iniciada no buscaba defender a pobres y ausentes. Era, más bien, un ajuste de cuentas. Sarmiento había apoyado la candidatura de Avellaneda en detrimento de Mitre y ahora los mitristas le hacían un ajuste de cuentas. Estas causas, en el tema que nos compete, podemos reducirlas a dos: la carta al presidente Mitre de 1863 en que celebra la decapitación de Peñaloza, siendo Sarmiento Director de Guerra en La Rioja, y una orden de 1868 al general Arredondo en que le ordena dar alcance y cortar las cabezas de unos soldados del entrerriano López Jordán. Durante varias sesiones Sarmiento se defiende de manera curiosa, y por momentos estrafalaria:

“No se me haga cargar con la responsabilidad de actos en que no tengo nada que ver. Se me ha dicho que he celebrado en una nota la forma de la ejecución del Chacho [su carta a Mitre]. He dicho que es inocente la forma; es la forma que la nación más culta de Europa usa en los tiempos modernos. La Francia usa la decapitación. Ahora eso de poner la cabeza en un palo, lo hicieron [aquí Sarmiento se desliga de la responsabilidad] siguiendo una tradición de nuestro país, originada en nuestras propias leyes, que se han aplicado así hasta tiempo en que yo he podido ver todavía ejemplos de ello”.

Solo que, como señala Rawson, la carta de Sarmiento a Mitre no solo aplaude el corte de cabeza “a la francesa” sino también su exposición “a la argentina”:

"...he aplaudido la medida —escribe Sarmiento— precisamente por su forma.

En cuanto al telegrama al general Arredondo, enviado en 1868, reza así:

“Sr. General D. José M. Arredondo. Buenos Aires, Diciembre de 1868. Mi estimado General: Se dice que una diligencia ha sido asaltada. A grandes males, grandes remedios; trate de capturarlos. –Corteles la cabeza y déjelas de muestra en los caminos. Su affmo. Domingo F. Sarmiento.”

Aquí el ex presidente opta por reprender al Senado. Y en referencia a esa orden escrita dice:

“No se si dije tanto. Pero esta medida de rigor empleada contra salteadores de camino es legal, y lo único vergonzoso es estar hombres serios discutiéndolo.”

Hay que decir que la expresión sarmientina “¡Bárbaros, las ideas no se matan!” [otra de las tantas traducciones con la que su frase pasó a la historia escolar] tiene un peso relativo cuando se conoce el contexto en que fue emitido. En 1839 a un Sarmiento, aislado y enfermo, le es permitido regresar de su exilio por intercesión de su madre y de su tía ante el gobernador de la provincia de San Juan general Nazario Benavídez. ¿Por qué estaba exiliado Sarmiento?, porque había participado ocho años antes en el lado unitario como capitán en el ejército del general Paz. Benavídez, federal, no solo le permite regresar al joven Sarmiento, lo pone a su vez a cargo de la Imprenta del Estado de la Provincia. Sarmiento recurre entonces al establecimiento estatal para publicar un periódico llamado El Zonda de San Juan en el que el mismo colabora con varios seudónimos: García Román, Pinganilla, Zamora de Adalid, Benjamín Zacarías, Anima del diente largo, A. Tourist, Un teniente de artillería de Chacabuco, Un argentino, Un chileno, Un yanqui, Don Serio, Un Rudo, Un Burdo, Un Zurdo, Un Gurdo. Además, participaban —en los contados espacios que dejaba vacantes— sus amigos Manuel Quiroga Rosas y Antonino Aberastain. El periódico no duró mucho, seis semanas, seis números. El tono del semanario, liberal y afrancesado, aparece en un momento políticamente áspero dentro de las provincias del Plata. Francia apoyaba al general boliviano Andrés de Santa Cruz en su guerra contra la Federación Argentina. Realizaba además —la Francia— desde 1838, un bloqueo al puerto de Buenos Aires. En el Sur de esa provincia, un grupo de estancieros, aprovechando la participación del estado europeo organiza una revuelta en contra del gobierno de la capital porteña. Desde la frontera con el indio el coronel Zelarrayán se conjuraba en acuerdo con los franceses. Lavalle, también con el apoyo de Francia y del general uruguayo Fructuoso Rivera, coordina desde la Banda Oriental su desembarco en Entre Ríos para retomar así, diez años después, su frustrada revolución decembrista. La isla de Martín García es invadida por una fuerza combinada de orientales, franceses, italianos y argentinos en el exilio. El coronel Ramón Maza dentro de la misma ciudad de Buenos Aires pergeñaba su conjura contra el gobierno. La crispación, el estado de beligerancia y las represalias estaban a la orden del día.

El 22 de junio de 1839 la Comisión Argentina de exiliados unitarios en Montevideo firma una alianza con el cónsul y encargado de Negocios de Francia, Charles Bouchet Martigny. El primer número de El Zonda de San Juan, aparece un mes después, el 20 de julio de 1839. Sin embargo, a pesar de que los columnistas del Zonda expresaban ideas a contrapelo del organismo provincial dentro del cual trabajaban el motivo principal de la censura y cierre del periódico parece más bien doméstico: Sarmiento se metió con la mujer del gobernador, Telésfora Borrego, la cual, se dice, no estaba muy de acuerdo con el contenido de la publicación. Sarmiento, entonces, publica un artículo titulado “Cuidado con el rabioso” donde “guau…guau…guau…una perrita cuzca, lo ase (al Zonda personificado o al mismo Sarmiento) de la pantorrilla, lo zamarrea a su gusto y le encarna los dientes”, “esta perrilla —agrega el cronista— estaba atacada de rabia”. Sarmiento, muy perspicaz, hay que decir, anticipa luego de su libelo el final de El Zonda y de su propio puesto de trabajo en el estado y en un último artículo hace Un Testamento. En él supone la muerte de “su” periódico y solicita justicia a un tribunal, para que juzgue “a la perrilla” dejando por encargo que en la lápida que imagina por la muerte de la publicación se inscriba parte del siguiente epitafio: “Mordido por una perrilla /A quien llaman critiquilla…”

Sabemos de las violencias del siglo XIX argentino y estamos en condiciones de asegurar que por mucho menos a Domingo Faustino Sarmiento le habrían cortado el cuello. Pero el sanjuanino fue afortunado de estar en ese momento en San Juan, y no en Buenos Aires. Tuvo suerte de que Telésfora Borrego no fuera Carmen Ezcurra, esposa del Restaurador de las Leyes, ni que Benavídez se pareciera a Juan Manuel de Rosas en su trato con los rivales. Para fines de 1839 una revolución unitaria estalla en Mendoza. Sarmiento, aún en San Juan es detenido preventivamente por su declarado color político. Diez días después, la soldadesca federal que había sofocado la revolución mendocina entra en la prisión e intenta ajusticiar a Sarmiento. Este, sin embargo, es rescatado por mediación de Benavídez.

El propio Sarmiento tendrá, al respecto, algunas palabras atenuantes en Facundo:

El despotismo de Benavides es blando y pacífico, lo que mantiene la quietud y la calma en los espíritus. Es el único caudillo de Rosas que no se ha hartado de sangre, pero no por eso se hace sentir menos la influencia barbarizadora del sistema actual

No obstante, cuando el ex-gobernador de San Juan sea asesinado veinte años más tarde y su cuerpo cubierto de puñaladas arrojado desde el balcón del Cabildo provincial, Sarmiento escribirá en el diario El Nacional de Buenos Aires: "La muerte de Benavides es acción santa sobre un notorio malvado. Dios sea loado".

Pero, aún, en 1840, el sanjuanino no es degollado, y parte por orden de su empleador a un nuevo exilio. Es aquí cuando en su casa de recreos en los baños termales de Zonda, escoltado para su propia seguridad en su salida de la provincia por el edecán del gobernador, escribe el famoso On ne tue point les ideés. De este modo, escrito en francés, Sarmiento imaginaba —así lo deja registrado en una carta a su amigo Quiroga Rosas— que las masas ignorantes del idioma galo lo transcribirían por: “hijos de una gran puta, montoneros, un día me la pagarán”. Y efectivamente, aquellas masas gauchas un día pagaron por su condición, en La Rioja, en Entre Ríos, y en las vanguardias del Paraguay.

Esta es la novena nota en la serie El cuerpo de Goliat.