La cosa empezó como una vía de escape. Los padres no sabían qué hacer con él: había pasado por deportes de todos los calibres y estilos. A Juan Iñaki lo tomaron de blanco, en épocas donde no se sabía qué era el bullying, y su timidez lo aislaba de la tribu infantil. Se apasionó por el karting, algo que por rama paterna conocían en destacadas habilidades automovilísticas. Pero no hubo caso, y el pequeño Juan solía deambular triste por las calles de Córdoba capital sin encajar en ningún lado.

Hasta que su madre, aficionada de la música, subió a la plataforma de un bar y cantó a Armando Tejada Gómez. “Si lo verte tuviera otro nombre...”, soltó en una frase que retumbó en el niño de once años. Enseguida tironeó el brazo de su papá. “Quiero estudiar canto”, le dijo, con aire definitivo. Al poco tiempo, copó los escenarios y se sintió querido por los demás. Algún viento comenzaba a soplar a favor. “Recuerdo una sola cosa: algo, por primera vez, se me hacía fácil y fluido”, dice hoy Juan Iñaki, con sus 37 y su voz de tenor lírico “ligero”, como denominó su maestro Ariel Paltrinieri.

“Y, curiosamente, en este momento que me apropié de mis herramientas y posibilidades –la composición, la producción artística, los instrumentos y pedales–, en que me siento bastante más que un cantante... justo ahora la voz, mi propia voz, se me revela como el gran poder con el que me toca atravesar el viaje. Ahora puedo darme cuenta de que siempre fue así, desde aquella percepción infante de que cuando cantaba, me aceptaba”, se expande en el pensamiento quien compartió escenarios con artistas como Lila Downs, Kepa Junkera, Raúl Carnota, Uxía, y abrió los shows de Caetano Veloso en dos oportunidades.

Editado por el sello Los años luz, Vórtice es el séptimo disco del maduro joven cantautor, con invitados como Paola Bernal, Mono Banegas, Mery Murúa, Susy Shock, Diego Marioni, Franco Dall'amore, Jenny Náger y la Murga del Desasosiego, y el cual está presentando en las principales ciudades del país. “Un vórtice es el centro de un torbellino, un refugio de silencio en el medio de la tormenta. Esa imagen era recurrente durante la grabación. Precisaba una palabra que, en su sonar, sintetizara todo ese rollo”, escribió Iñaki en las notas del disco, anclado en la potencia de la música latinoamericana con reflejos del jazz, lo afro y lo electro, la música brasileña y destellos corales.

“En el centro de un torbellino/ se encuentra mi alma/ en el núcleo del aire enreverado/ la ebullición de la calma”, canta el cordobés en la obertura “Adentro”. Cada canción llevó una orquestación diferente: el disco como un gran collage. “Fue una excusa para retomar papel y lápiz”, dice el ecléctico compositor. “Aprender a usar Pro Tools, para pasar muchísimas horas aprendiendo el quirúrgico trabajo de la edición. Fui tras algo que no sabía hacer, pero sí sabía cómo quería que sonara”.

En su nuevo álbum Iñaki habla de la necesidad de conservar la paz, del rescate de la intimidad ante un mundo en llamas, del dejar atrás todo lo que aferra y ya no tiene sentido, de resistir el cambio climático y los desastres de sequía, incendio y tormenta y, sobre todo, de no pisar la memoria en la vertiginosa “Hojarascas”, con un poema de Susy Shock en tiempo de chacarera bajo un grito travesti sudaca: “¿Cómo se mata a una sola de nosotras, sin matarnos a todas?”.

También se escucha un bellísima versión de “Luz do Sol”, de Caetano, interpretada en portugués con Flor Sur Cello Trío que en el conjunto deriva en el éxtasis murguero de “Desnudez”, tema inspirado en el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Y brillan el tono caribeño de “Plegaria para que llueva”, condimentado por la languidez coral en samplers de “La llorona”, el anónimo popular mexicano.

Foto: María Eugenia Verón

Las voces de cantantes y compositores LGTBIQ+, con sus hitos y quiebres, son protagonistas de la música popular de los últimos años. En 2021, en efecto, se presentó el primer cancionero trans travesti no binarie de la Argentina. Al año siguiente, Ferni de Gyldenfeldt fue la primera cantante trans no binaria que participó en el Pre-Cosquín. “Me imagino futuros de más libertad para expresarme y ser. El gran aprendizaje en este tiempo consistió en eso: ningún género musical, ningún pre-concepto, nada que sea estático y venga de afuera, puede oficiar de policía creativa”, dice Juan Iñaki, atento a los cambios de la escena y la creciente persecución a los colectivos disidentes, aunque a la vez crítico de los espacios progresistas que suelen etiquetar su arte.

Años ´90. Soledad revoleaba el poncho en Cosquín, moda de niños y niñas cantando música folklórica en todos los medios de comunicación, sellos multinacionales hambrientos por cazar talentos infantiles. En ese contexto Juan Iñaki fue desplegando una personalidad escénica que hoy es comparada con Ney Matogrosso, el gran cantante brasileño. En su familia nadie se había dedicado al arte, pero había una sensibilidad musical como la de su abuelo, que cantaba en reuniones de amigos un repertorio de folklore, tangos y valses.

Absorbió como una esponja a los poetas del Nuevo Cancionero, Leda Valladares, Suna Rocha, Cuchi Leguizamón, dio sus primeros pasos en las peñas universitarias de Córdoba, aprendió coplas en viajes al noroeste argentino. De su padre, el jazz y el pop romántico, desde Bill Evans a Phil Collins pasando por el amor a la música brasileña. En 2002, grabó con EMI bajo la producción de Eduardo Spinassi Yo soy Juan, un disco que abrió las puertas en Buenos Aires. Había llegado el sacudón.

Fue entonces que hubo un punto de inflexión, una suerte de mirar hacia adentro y suspender el camino mainstream. “Viví un impasse de cuatro años que precisé para una larga lista de cosas: acomodar el bocho y el corazón, terminar el secundario, ingresar a la universidad y al Coro Polifónico del Teatro San Martín, iniciar los estudios de canto lírico. Lo más difícil fue comprender que lo que me tocaba encarar era en soledad, y que debía hacerme de todas las herramientas que hasta ese momento proporcionaba la estructura laboral: ser mi propio manager, prensa y director”, repasa, y dice que su carrera solista se afianzó en 2008 con el disco De la raíz a la copa; cuando conoció a Lila Downs y Caetano; protagonizó Los miserables en Ecuador durante dos temporadas; y una gira de varios años por Europa con su propio repertorio.

La música como un caramelo en la boca. Algo dulce, ligero, fresco. Eso es lo que ahora siente con Vórtice, a la vez celebración de la voz humana, “gran madre sonora de la palabra hablada y cantada”.