Es la primera vez que un aniversario redondo de la democracia recuperada después de la más sangrienta dictadura militar (también cívica-empresarial y eclesiástica) va a coincidir con un traspaso presidencial.

En 1993, Carlos Menem festejó la primera década en un Luna Park donde la Orquesta Sinfónica Nacional tocó La Marsellesa para acompañar, en el video que se proyectaba, la parte en que se ve la icónica foto del Pacto de Olivos -Menem y Raúl Alfonsín en una caminata a solas por la quinta presidencial-, la entrega de la banda por parte de Raúl Alfonsín al entonces actual mandatario y una mano que llega a la urna para depositar el voto.

En 2003, cuando podría haber coincidido el traspaso presidencial con el aniversario, el estallido del final de 2001, los cinco presidentes en una semana y la asunción anticipada de Néstor Kirchner el 25 de mayo separaron los festejos. Como acto principal del día, NK anunció la creación del Archivo Nacional de la Memoria. Este diario se permitió entonces un chiste en la tapa, imaginando que Fernando de la Rúa le ponía la banda al nuevo presidente y se iba en helicóptero para no quitarle protagonismo. Tal era el alivio después de la traumática -y también sangrienta- salida de más de una década de convertibilidad, gobierno de los mercados e impunidad para los genocidas.

En 2013, Cristina Fernández de Kirchner festejó con shows musicales en la Plaza de Mayo los 30 años de democracia cuando promediaba su segundo mandato. El trasfondo fueron los auto acuartelamientos de las fuerzas policiales de varias provincias, con epicentro en Córdoba, que acaban de apaciguarse después de haber favorecido o provocado saqueos y desestabilización. La extrema polarización dominaba el país y el odio contra la primera presidenta mujer electa dos veces era tan fuerte como el amor que le prodigaba la mitad del país.

Los 40 años de democracia ininterrumpida que se festejarán el domingo serán anudados a la asunción de un presidente anarcocapitalista que asegura que va a desmantelar el estado, tiene una fe ciega en los mercados, dice que la justicia social es una “aberración”, promete “sufrimiento” por al menos dos años, niega el plan sistemático del Terrorismo de Estado de la última dictadura y alienta a sus amigxs neoconservadorxs en su voluntad de derogar la ley de aborto, anular la Educación Sexual Integral, entre otras, y agitan violencia política para quien se oponga.

Hasta 1983, cuando el presidente Alfonsín inaugura este periodo democrático, habían pasado 50 años desde el primer golpe de Estado en 1930; durante la mitad de ese medio siglo gobernaron presidentes de facto, para decirlo más sencillamente, dictadores. La democracia tuvo sus vaivenes en estas cuatro décadas, pero aun así el Congreso de la Nación nunca dejó de funcionar, las crisis se resolvieron dentro de los mecanismos contemplados en la Constitución; con la lengua afuera por los cada vez más asfixiantes números de pobreza y exclusión, si estos 40 años se sostuvieron es también por un pacto social y popular a veces silencioso, otras cargado por los ruidos de la calle que siempre le marcó el ritmo a los gobiernos, que hizo de la memoria de los crímenes del Terrorismo de Estado un piso mínimo sobre el que seguir construyendo otros acuerdos que fueron modificando o reconociendo los cambios en las vidas, la convivencia y las expectativas de ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes que se expresaron a través de la protesta, otro mecanismo democrático por excelencia, y los diversos conflictos sociales que siguen demandando al estado como espacio común donde disputar desde la distribución de la riqueza hasta la existencia misma de identidades y formas de vida, el equilibrio para inequidades estructurales como las de género, el racismo o los derechos de los pueblos originarios arrasados por un genocidio que lamentablemente está en la base de la misma constitución del estado argentino.

Los transfeminismos modificaron también las vidas y las expectativas de las infancias.

En este vuelo rasante por cada década acumulada sin golpes de estado, también se advierten los vaivenes de dos movimientos que van de la mano: un neoliberalismo que ahora se nombra a sí mismo como “libertad” y el intento de dar vuelta la condena a los crímenes de lesa humanidad. Y de la mano de ese acuerdo social por la defensa de los derechos humanos que alternativamente se quiso modificar -en el gobierno de Menem con el indulto, en el gobierno de Mauricio Macri a través del negacionismo y la denostación del “curro de los Derechos Humanos, en el gobierno entrante otra vez un negacionismo que llegó el nuevo presidente expresó directamente copiando la defensa en juicio del genocida Emilio Massera-, también se ampliaron otros derechos que organizaron sus demandas desde la calle y que, paradójicamente, desde las derechas liberales se ponen en juego. Dos ejemplos claros son el derecho al aborto y la Educación Sexual Integral. El gobierno entrante va más lejos todavía: niega la inequidad de género, niega el trabajo no pago que todavía significan las tareas de cuidado, hasta ha llegado a insultar, en boca de la vicepresidenta electa a Estela de Carlotto y con ella a todas las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, esas mujeres que con su persistencia, coraje y politización de su dolor fueron socavando el poder que en algún momento pareció absoluto de la última dictadura.

 

En este número de Las12, elegimos hacer un recorrido por las leyes que a lo largo de estos 40 años recogieron las demandas construidas desde los feminismos como movimiento social que fue creciendo, expandiéndose y radicalizándose a la vez en sus conversaciones, consignas, manifestaciones, Encuentros y también en sus experimentaciones afectivas y políticas. Un movimiento social como este en sus alianzas con los movimientos sociales, lgbtiq+, sindicales, artísticos, estudiantiles, políticos, antirracistas, de defensa de los pueblos originarios y de la tierra no cabe ni se circunscribe a conseguir leyes. Pero éstas, por estar escritas y ser un punto de acuerdo; también porque las sentimos en riesgo; son un recorrido posible por lo que la democracia ha reconocido en estas décadas. Elegimos en este número algunas de esas leyes para amplificarlas en las voces de quienes participaron en su construcción desde el llano. Estos cuatro años que empiezan el domingo son un desafío que nos encuentran bajo amenaza y con los cuerpos dolidos y cansados por todo lo que parece haberse retrocedido con relación a acuerdos sociales que nos fundan como pueblo. Pero los hilos de organización que se fueron tejiendo están activos y su potencia es la semilla que está plantada para seguir nutriéndose y creciendo en el convencimiento de transformarlo todo hasta que la vida en común sea tal como la deseamos: digna de ser vivida. Como se dice en las calles, Nos tenemos, y esa es la certeza que nos va a seguir sostiendo.