A esta altura del siglo, ya es demasiado evidente que Charlize es una lesbiana que lucha por salir del armario para declararse como hétero, pero la pobre no se anima. Todos nos damos cuenta de que detrás de ese tortón sublime acecha una señorita histérica, pero no se lo vamos a decir. Tiene que cargar con su culpa hétero cuando sabe perfectamente, que a ese cuerpo sólo lo puede conmover el de otra chica. Sus caminatas de gata en celo, su vestuario “over the top” (aún para una película ambientada en los ochenta) y su cara de constante borde del orgasmo no nos confunden. 

Qué siga con su tema, porque hacer de lesbiana en Monster, Mad Max (clóset de cristal) y esta blonda Atómica la delatan, pobrecita, como le pasaba al pobre de Dirk Bogarde el siglo pasado, que a veces hacía de gay escondido para ocultar que no estaba ocultando nada y que no tenía nada que esconder…

Lo cierto es que más allá de juegos especulares, Atómica, es una gran película trans. El género, película de espías, de hecho, pide la bisexualidad, porque el secreto, el último de los secretos tiene solamente dos formas: cuerpo y dinero. Grave problema de nuestro presente. Con el estado digital y el orgullo trans, se terminó el secreto en nuestra sociedad. Por eso Atómica nos traslada a ese tiempo de ensueño y pesadilla en el que había secreto de género, guerra fría, amenaza atómica, y dominio masculino. Para que veamos qué lindo que era cuando estábamos fuera de la ley. Ser espía siempre tiene ese costado maravilloso: para defender el estado más recalcitrante (los intereses de “la corona” o de la “Unión”) los espías tienen la única vida interesante que se puede tener siendo súbdito de la corona o ciudadano de la Unión: se va más allá de la ley. Así es el derecho, diría otro alemán: no es que no quiere nada, sino que quiere que no queramos nada. 

En este caso, la partenaire en el crimen y la salvación del mundo de Charlize es la argelina Sofía Boutella, lo que le da al film un toque aún más queer porque nos muestra un cortejo sentimental de lesbianas entre dos africanas (una del norte y otra del sur) peleando en una Berlín con muro. Y lo hacen mientras atraviesan un mundo de leyes, normas, convenciones y tratados como si fueran adultas jugando el juego infantil, trivial, pero potencialmente letal de los varones. Más raras y desubicadas, imposible.  

Atómica es una película casi perfecta; y no porque se trate de una versión mejorada de un Bond perfeccionado. Sino porque contiene en su núcleo esa verdad que todas sabemos y que hace que siempre tengamos que dejar boquiabierto al mundo de la heteronormatividad. Lo que toda trans sabe desde El mago de Oz en adelante y que nos hace videntes y sobrenaturales: mi cuerpo no es de este lugar ni de este tiempo; es de otra parte y viene del futuro. De más allá del arcoíris, de cuando se termine esta tormenta.