El video es de esos que te hacen pensar en la obsolecencia inmediata de toda tecnología, un pastiche sin detalles y de colores virados. Hay un escenario que se ilumina, hay instrumentos, hay una banda y hay una figura pequeña, de rulos, de camiseta musculosa, de calzas medievales, una pata de cada color. Tiene guantes rojos sin dedos, brillitos en los ojos. Estira los labios carnosos, sonríe, hace trompita. Levanta un brazo, patea con un pie. Es frágil y musculoso.

Y ahi empieza a cantar.

Nadie en el rock escribió eso de que sobre la palma de mi lengua vive el himno de mi corazón, porque para eso hay que hacerse íntimo de los románticos alemanes, que eran los más románticos de todos. Nadie citó nunca a Holderlin y le agradeció por lo gratis. Ese era Miguel Abuelo y sólo Miguel Abuelo, el más literario de nuestros rockeros.

En eso de las biografías hay cosas fundamentales que quedan borrosas. Se sabe que Miguel Angel Peralta nació en Munro en 1946, de madre muy humilde y de padre desconocido. Se sabe que su madre lo dejó en un orfanato hasta los cinco, cuando ocurrió algo realmente raro, que el director de la institución se lo llevó a su familia y lo crió.

¿Qué vio, antes de que viéramos todos?

El siguiente hito iniciático es en 1966, cuando el todavía Miguel Angel se aparece por la pensión Norte, donde ensayaban Los Beatniks, y se hace amigo de Pipo Lernoud, de Moris y de Pajarito Zaguri. Pero hay quince años entre la adopción y la pensión, y los recuerdos son apenas de un veinteañero que cantaba bagualas y ya escribía poemas. ¿Lecturas? Nadie se acuerda de alguna tapa.

Miguel pasa a La Cueva en la avenida Pueyrredón y sigue conociendo gente como Lito Nebbia, Tanguito y Javier Martínez, con lo que ya está el elenco del primer rock argentino. Enseguida aparece el primer título de la bibliografía de Miguel, El Banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal. Lo sabemos porque en 1967 se forma el primer Los Abuelos de la Nada.

Ahi anda Miguel, ahora Abuelo, con la compleja resistencia nacional, popular y metafísica de Marechal bajo el brazo. Ahí encuentra la maldición bíblica de llamarte padre de los piojos y abuelo de la nada. A quién se le ocurre...

Hay un simple, hay discusiones con Pappo, hay un efímero grupo llamado El Huevo, y ya es 1970, el año final de Juan Carlos Onganía como dictador y su año más chupacirios y asfixiante. Miguel Abuelo se va a Europa, donde se transforma en un nómade multilingüe. En 1972 nace en Londres su único hijo, Gato Azul Peralta, un nombre espectacular que a los funcionarios ingleses no les decía nada.

La pequeña familia, Miguel, Gato y su madre Krisha Bogdan, va y viene de España a Francia, y puntos diversos de la red ferroviaria europea. ¿Ya estaban los románticos alemanes o aparecen ahora? ¿En qué idioma? Vale la pregunta, considerando la cabeza de este Abuelo, pero uno sospecha de un amor adolescente y en castellano.

En esta historia hay demasiados músicos como para enumerarlos y un incidente con la policía española -la de Suárez, químicamente hablando, un órgano franquista- y la idea de volverse a comienzos de 1981. Antes de Malvinas, con Galtieri "majestuoso", con la policía que andaba buscando "putitos" a falta de subversivos creíbles.

Renacen los Abuelos de la Nada y de la mano de Charly García y Daniel Grinbank graban, tocan y la rompen. A fines de 1982 Miguel Abuelo está en el centro de las cosas y por primera vez es popular, reconocido. Y ahi se sienta y escribe el Himno de mi Corazón.

Sobre la palma de mi lengua
Vive el himno de mi corazón
Siento la alianza mas perfecta
Que en justicia me une a vos
La vida es un libro útil
Para aquel que puede comprender
Tengo confianza en la balanza
Que inclina mi parecer

Claro que también está Mil horas, con ese gamulán que hay que explicarle a los chicos. Y Lunes por la madrugada y Costumbres argentinas. Y está la cosa liberadora que era verlo a Miguel Abuelo en el primer año de democracia tan suelto, tan completamente acostumbrado a ser él y no un freaky. 

Pero está el lenguaje elegante y clasicista, la música lenta y de tempo marcado, la vocecita al límite, el bretel de la camiseta que se cae, lo majestuoso de alguien que en ese momento no está actuando sino poniendo el cuerpo. Hay algo especial en todo esto de ser frágil como un argentino.

Miguel Abuelo murió en 1988, todavía un pibe, de una infección general por una operación. Tenía sida y no le quedaba con qué defenderse. Era algo innombrable: al editor de turno de Clarín que publicó la nota incluyendo ese detalle casi lo echan por usar la palabrita de cuatro letras en el texto.

Murió en Munro, como había nacido. Los suyos le dieron sus cenizas al mar en Mar del Plato, como él pidió.

Y uno sospecha que dentro de muchos años, cuando todos seamos cenizas y ya no haya modas, va a ver un canon de clásicos donde todavía se brinda por lo gratis y se habla de Holderlin.