Golpeado por el inesperado revés electoral, el antiperonismo exhibe su desesperación y su impotencia. Su sector más orgánico reacciona con una furia incendiaria, y esto alarma a sus pares y los lleva a distanciarse.

La furia es lo que dejó ver por estas horas el llamado de Patricia Bullrich --la tercera excluida-- a que “explote todo antes del 19”, un gesto gravemente irresponsable y, al mismo tiempo, patético.

Es la oposición y su costado psiquiátrico. Pero semejante muestra impresionó a muchos de quienes comparten el rechazo al peronismo y los llevó a distanciarse de aquellos, postulándose entre neutrales y abiertamente votantes de Massa.

Claro que la furia de Bullrich no es un caso aislado. ¿Recuerdan esta frase?:

"Tengo que estar tranquilo, no volverme loco, porque, si me vuelvo loco, les puedo hacer mucho daño a todos ustedes". Lo dijo en 2018 el entonces presidente Mauricio Macri, dejando ver en qué tipo de vínculo de patrón arbitrario y de figura intimidante se para frente a la sociedad.

Por supuesto que tuvimos una dictadura que ejerció todas las formas del Mal, pero no conozco otro presidente de la democracia que amenazara a la sociedad con hacerle daño.

Y no se privó de cumplir con su amenaza: podemos recordar su reacción furiosa al día siguiente de su aplastante derrota en las PASO de 2019, cuando se enojó con quienes no lo votaron, nos mandó a dormir y dejó avanzar una corrida cambiaria argumentando que los mercados se asustaron ante el triunfo del Frente de Todos.

Una mayoría de ciudadanos le negaron lo que han concedido a la mayoría de los presidentes: la reelección. Y Macri es hoy el dirigente con imagen más negativa. Sin embargo, y sin pérdida del juicio, la emprendió contra los liderazgos emergentes de Juntos por el Cambio y terminó licuando la propia coalición que había formado.

Lejos de asumir que fueron sus fracasos como gobernante y su sistemático boicot contra la frágil Patricia Bullrich las principales causas de la caída del domingo 22 de Juntos por el Cambio, Macri se abraza a Javier Milei, decide esa alianza sin consultar a radicales, Coalición Cívica y a su propio partido, y, ante la reacción indignada de sus aliados de la dirigencia UCR, los califica de “traidores”.

Milei es visto por muchos sectores como un loco peligroso, y no les faltan motivos. Pero se pierde de vista que el líder de LLA no es, por ahora, más que prospecto, un personaje que podría o no alcanzar una posición de poder crucial, mientras que Mauricio Macri y Patricia Bullrich ya ejercieron ese poder de daño.

Su gobierno espió a rivales y aliados, manipuló a los tribunales más estratégicos, criminalizó y mandó a la cárcel a opositores y comprometió dramáticamente el futuro del país con un préstamo que pone de rodillas a nuestra economía.

Se lo calificó de “vago”, “mentiroso” y “voraz operador de negocios”, pero nunca de “loco”.

Y, en su ocaso como líder de JxC , se lleva puestos a todos los que asoman como su relevo.

Claro que en su boca la idea de “si me vuelvo loco, puedo hacerles mucho daño” no alude tanto a las incongruencias imaginables de una persona mentalmente extraviada.

De hecho, sucedió hace un siglo con el presidente francés, Paul Deschanel y, según rumores, también con su par norteamericano, Woodrow Wilson, quien decidió la intervención de los Estados Unidos en la Primera Guerra.

Se atribuyen a Deschanel despistes de demencia como haber recibido a un embajador extranjero completamente desnudo excepto por sus condecoraciones, y a Wilson haber desaparecido durante una jornada y haber sido encontrado desnudo y desorientado en las calles de París.

Los dos mandatarios se “volvieron locos” sin causar daños.

La advertencia de Macri, en cambio, alude a que, si lo contradicen, liberarán una parte de él decidida a causar daños impredecibles. Es claramente una amenaza y encaja en quien sabemos que reacciona como un intolerante ante cualquier pregunta incómoda y que consagra la idea de “amigo enemigo” en materia política, con prisión incluida para sus opositores.

La figura del loco dañino quedó instalada en la política argentina. El “brujo” López Rega dejó el trágico legado de haber iniciado el terrorismo de Estado con su creación, el raid criminal de la Alianza Anticomunista Argentina.

Y el expresidente golpista Leopoldo Fortunato Galtieri, el “majestuoso general”, aunque se lo visualice como propenso a las borracheras, nos embarcó delirantemente en la guerra contra una de las mayores potencias de Occidente que costó cientos de vidas y que terminó implosionando la dictadura militar.

Luego declaró fastidiado por las críticas, que moría más gente en accidentes de tránsito. La banalidad del mal encarnada.

Pero los dos casos emergieron en una Argentina a la cual los militares habían sumido en la violencia, bien lejos de la que hoy habitamos, que celebra los 40 años en los que, aun en medio de múltiples traumas políticos y sociales, no se quebró la convivencia democrática.

Estamos lejos de caer en un reduccionismo que simplifique lo complejo en términos de locura. De hecho, aun en medio de mensajes apocalípticos, el estallido de una crisis es funcional a los sectores más concentrados, que en esos casos se llevan premios absorbiendo negocios y disciplinando al resto.

Habrá que investigar por cuáles razones una parte importante de la sociedad se deja seducir por discursos de muerte, confiar en que son muchos más quienes los rechazan, pero quedarnos bien despiertos ante las amenazas, que son muchas y muy reales.