El exjuez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni analizó el ascenso de Javier Milei en  la escena política Argentina, explicó por qué representa un riesgo para la democracia y aseguró que no cooptó un voto “irracional”, sino atravesado por las emociones.

Una oleada de sentido común

Una oleada de elemental sentido común parece recorrer nuestro país en momentos en que desde todo el mundo nos están mirando con curiosidad. Desde todo el mundo, pero desde nuestra propia América, se preguntan qué nos pasa a los argentinos. Muchas veces miramos a los otros, pero creímos que no nos podía pasar lo mismo. Pero nos llegó un outsider. Quizás es más curioso que algunos.

Es verdad que después del domingo respiramos otros aires, aunque queda todavía la segunda vuelta. Pero sabemos que no va a tener mayoría en el Congreso ni que va a tener la Provincia de Buenos Aires. No es poco. No debemos cantar victoria, porque en nuestro país un mes puede ser un siglo. Pero es verdad que el mayor peligro parece obviado, aunque no del todo.

Ahora, con un poco más de calma, es cuestión de preguntarse por qué llegó nuestro outsider. De la nada no sale nada. Y los outsider tampoco. Al que se lo considera fuera de juego en un deporte es el que entra al juego y si no gana, le pasa raspando. En la política es lo mismo. Alguien entró al juego y le pasó raspando la posibilidad de provocar un completo desastre.

El ascenso de Javier Milei

Para eso es obvio que alguien tuvo que franquearle la entrada. Porque el que se queda en la tribuna no puede jugar. Alguien lo debe haber metido en la cancha. Y sí, le abrieron el juego los medios. Sin trabajo territorial, sin partido, sin candidatos. Rodeado de una serie de personajes raros. Algunos zombies dignos de películas.

Creyeron que era un juego, que lo subían y lo bajan. Que era demasiado desentonado para crear un problema. Jugaron con fuego y se equivocaron. Pero, por otra parte, si un outsider entra a jugar en serio y da un gran susto, es porque los otros no estaban jugando bien. Y aquí nuestra política, ¿estaba jugando bien? La respuesta es negativa. Porque no pueden dar un susto los outsiders si los otros juega bien. Algo sobre lo que habrá que reflexionar muy seriamente.

Cómo se explica el voto a Milei

Muchos se preguntan cómo es posible que estudiantes, jubilados, trabajadores, pobres, voten a alguien que les promete dejarlos desamparados con un discurso insólito.

Que voten a alguien promete acabar con nuestra moneda, dejarnos sin política monetaria, destruir el Banco Central, volver al negociado de las jubilaciones privadas, vender órganos humanos, acabar con la enseñanza y la salud pública, la investigación científica, suprimir los subsidios, regalar las Malvinas, matar a un movimiento político y otras cosas inauditas e irrealizables. ¿Cómo es posible que lo voten sus futuras víctimas?

El outsider nuestro dice que hay que acabar con todo lo que se hizo desde 1916. Con todo lo que en un siglo hicieron el peronismo y el radicalismo. Porque dice que la justicia social es una estafa. Que la doctrina social de la iglesia es una aberración. Que no hay calentamiento global. Y si lo hay, es fenómeno de resultados naturales.

Y dice que todos los que sostienen algo contrario a él son todos comunistas. Sí, comunistas. Aunque el mundo bipolar se haya acabado hace 30 años. Y así nos enteramos de que son comunistas el Papa y que también lo fue Roosevelt.

Un voto emocional

Los que se preguntan cómo es posible, es porque se quedaron en el discurso. No se dieron cuenta de que gran parte del pueblo se mueve por el sentimiento y no por el discurso. Esto no significa que gran parte del pueblo sea irracional. Todos somos en parte irracionales. No somos meras máquinas de pensar y nada más. Si bien tenemos una esfera intelectual, tenemos una esfera afectiva.

Y esa esfera afectiva es donde pega el discurso del outsider. Y esto es porque falló la política. Esto es porque económicamente estamos en serios problemas. Hay amplios sectores de nuestra población en situación precaria. Se cometieron errores graves en ese ámbito. Pero el outsider no tiene los votos porque promete algo mejor, sino porque promete acabar con todo.

Sabemos por qué lo votan los energúmenos del gorilismo y los zombies, pero los otros lo votan porque los que estaban en la cancha no supieron hablarle al sentimiento del pueblo. Lo votaron porque eso que descalifica como populismo, perdió su capacidad de ruptura. Abandonó su votación de cambio, su creatividad. Tampoco faltó un espectáculo de juegos mezquinos en la cancha. Se creó el escenario ideal para el outsider que se apoderó del rupturismo al que había renunciado la política.