Cuando empezó su carrera, PJ Harvey era una joven cruda y con toda la sexualidad en la boca, con su guitarra rabiosa y su voz baja en canciones minimalistas y brutales como un puñetazo en la nuca. Hablaba de sus amantes y cómo sabía de los engaños y les daba la bienvenida, tal era su pasión (aunque su voz desgarrada desmintiera esa afirmación). Hablaba de masturbarse hasta sangrar. Cantaba sobre un hombre que en el sexo no lograba humedecerla. Ella, delgada y de ojos astutos, bajita, gritaba rabiosa y llena de deseo. Toda una generación se fascinó con esta guitarra rockera que no se parecía a nada de la música “británica” ni al brit pop pero tampoco al punk, una especie de género en sí misma, con algo de folk pero podrido, de blues pasado por su sensibilidad que se atrevía a aullar: “Me dejás seca” una y otra vez.

PJ Harvey siempre sintió horror de repetirse, así que sus siguientes discos continuaron en la línea de exploración femenina pero cambiaron: To Bring You My Love de 1995 fue al mismo tiempo más oscuro y más accesible, con la lentitud desesperante del tema del título y el jugueteo extraño del ¿hit? “Down by The Water”, una canción violenta, sutil murder ballad. No parecía casual que tuviese un corto e intenso romance con Nick Cave del que saldría mucha música, en el caso de ella algunas canciones de Is This Desire? (1998), un disco narrativo con momentos de sadismo y amor triste. Fue sofisticada y neoyorquina en Stories From the City, Stories From the Sea (2000, con el recordado dúo con Thom Yorke “This Mess We’re In” y referencias musicales a The Patti Smith Group), se volvió rockera punk en Uh Huh Her (2004) y personaje de las Brönte en White Chalk (2007) que venía con otro cambio: el de la voz. Harvey decidió que cantaría en su registro más alto y fantasmagórico, la presencia de blanco en la casa abandonada. Este disco era el inicio de un cambio que la encontraría años después en un enorme momento de su carrera, una segunda venida inesperada y radicalmente diferente, pero que empezó con ese disco introspectivo, una mujer cantando sola contra la pared.

En 2011 todo cambió con Let England Shake. Ella contó que había tenido conversaciones con Captain Beefheart y con Mick Harvey, ex Bad Seeds y uno de sus colaboradores más estrechos y ambos, de distintas maneras, le recomendaron un movimiento en su mirada, que consideraban necesario para ampliar su registro. Ella estaba de acuerdo pero, ¿hacía dónde?

Empezó por casa. Le hizo escuchar Let England Shake a un grupo de productores y gente de la industria y músicos en su casa de Dorset, sur de Inglaterra y los dejó ahí con el disco mientras se iba a regar las plantas. Se fascinaron pero sobre todo por el cambio de punto de vista: el disco es sobre su país, sobre la Primera Guerra Mundial, tiene dos referencias a la batalla de Gallipolli, es sobre el imperio muerto, es sobre un nacionalismo yermo, es sobre la humedad y la magia y la decadencia; sobre las masacres y las rosas. Desde entonces, PJ Harvey saca discos con menos frecuencia, como si ejerciese una curaduría minuciosa, ya sin urgencias. The Hope Six Demolition Project de 2016 es una maravilla nacida de sus viajes por Washington, Afghanistan y Kosovo con el documentalista y fotógrafo Seamus Murphy. Incluso la grabación fue diferente: se hizo en Somerset, Londres, en forma de perfomance en vivo. El público podía ver a los músicos mientras trabajaban (Flood, Mick Harvey y John Parish estaban con ella) pero las ventanas no los reflejaban y la comunicación era imposible. De todos modos la mirada de los otros estaba presente. 

El album, que habla de situaciones dolorosas como los proyectos sociales inútiles para la comunidad negra en Washington o una mujer anciana en Kosovo que dice que mataría con sus propias manos a quienes exterminaron a su gente, es increíblemente vital. Como si estuviera contagiada de esa salida al mundo, de esa resiliencia, de esos sobrevivientes: después de todo la vida de una estrella que vive en provincias con sus canciones y su belleza puede ser una jaula vanidosa. La salida al mundo de Harvey nunca parece calculada y eso tiene que ver con la belleza de estas canciones y sus instrumentos inesperados –para ella, de viento–, tradicionales, coros que suenan comunitarios y marciales y rituales. El disco tuvo algunas críticas duras del tipo “ella diagnostica y señala los problemas pero no propone soluciones”, una crítica de las más tontas hacia un artista, como si fuese capaz de cambiar algo que necesita voluntad política.

Después PJ Harvey volvió a casa, pero ella ya era otra. Editó un libro de poemas –o una novela en forma de poesía–, llamado Orlam, que presentó en giras y festivales literarios casi siempre junto al escritor Max Porter, que la entrevistaba antes de la lectura. Era una puesta muy sencilla: ella con un vestido precioso confeccionado por una amiga, leyendo como una autora más. Sus textos, que incluyen mucho del dialecto de Dorset y tratan sobre su infancia pero imaginada, como un cuento de hadas oscuro en el pueblo ficticio de Underwhelen, cercano a un bosque. Unas pocas referencias sobre Dorset: tiene el primer registro de presencia vikinga en la isla, se sabe que la Peste Negra entró por el puerto local, más de 4000 soldados locales murieron en la batalla del Somme y sufrieron el primer ataque de la Primera Guerra con gas mostaza. Allí nació Thomas Hardy, Douglas Adams lo consideraba su hogar. Y es un lugar hermosísimo. Así como el garagero Hope Demolition... acompañaba un libro de poemas y fotos, Orlam tiene ahora su disco inspirado en ese mundo y en Dorset, Inside The Old Year Dying, recién editado. Lo más notable de PJ Harvey en 2023 es lo lejos que está de aquella joven directa musical y líricamente. Este es un disco de ensoñaciones y hechizos, intrincado, intencionalmente de difícil acceso. Adapta en letras doce poemas de Orlam y las letras conservan el dialecto de Dorset, donde ella vive (y donde nació). El libro de poemas venía con glosario, el disco no, pero por supuesto no es necesario, porque esas palabras desconocidas son parte de la musicalidad. Reddick, puxy, quién sabe qué quieren decir pero suenan increíble. Y esta propuesta no es para entender sino para acompañar el viaje.

La narrativa más o menos clara es la de una figura espectral que aparece en el fin de la infancia de la protagonista. Wyman-El Soldado-Elvis, diferentes nombres para una misma entidad que tiene algo mesiánico. “¿Sos Elvis? ¿Sos Dios? ¿Jesús te mandó para ganar mi confianza? ‘Ámame con ternura’ son sus palabras” canta en “Lwonsome Tonight”. Usando su registro alto, como en los discos anteriores, con ese estilo banshee que empezó en White Chalk, deliberadamente no quiere sonar como la PJ Harvey de la mitología rockera. Se escuchan vacas, el campo aparece como un lugar tenebroso y atractivo: hay muchas grabaciones a campo abierto manipuladas, guitarras acústicas, distorsiones electrónicas y ruidos extraños pero las canciones están ahí, nunca las tapa el experimento. Muchas de ellas fueron improvisadas con Flood y John Parish, ya regulares inamovibles. Los nombres nuevos son Colin Morgan y el gran Ben Whishaw, sus amigos actores, cuyas voces se escuchan en todo el disco, aquí y allá, emisiones del otro mundo. “El libro, y el álbum, trabajan en un espacio liminal, entre la vida y la muerte, entre el sueño y la vigilia, ese lugar que todos podemos encontrar, donde el tiempo y el espacio desaparecen. Eso quería replicar en el sonido y en las palabras”, dijo ella en una entrevista con Front Row. “El libro lo escribí en ocho años. Yo estudio e investigo y trabajo de 9 a 5. Y en algún momento el trabajo se completa y me guía. Y lo sigo. Es un momento de gran alivio. Grabé viento, animales, pájaros, campanas de iglesia, agua. También coleccioné esos sonidos durante años. Todo fue grabado en vivo incluso la voz. Ahí ya el trabajo me dominaba, sabía hacia dónde iba”. Y ese lugar adonde va es un enigma, hermoso y delicado que no invita a ser descifrado, sino a dejarse ganar por lo desconocido.