Cuenta la historia que por 2010, en El Alfarcito, Quebrada del Toro, el padre Sigfrido Moroder, conocido por todos como "Chifri", soñó y motorizó una fiesta que tuviera como centro a la papa andina, producto de gran producción en la zona.

Claro que el sueño no podría ser en soledad, y las comunidades que se agrupan más o menos cerca de El Alfarcito donde se erigió la obra de Chifri, acudieron al llamado y lo enaltecieron con sus nutritivas y coloridas producciones de papa andina, herencia milenaria de los pueblos que habitan la zona.

En esta festividad, los habitantes de la Quebrada del Toro ofrecen sus productos labrados en el campo entre los 3000 y los 4500 metros de altura sobre el nivel del mar. Muchos de ellos suelen bajar en mula para ofrecer las variedades de papas andinas, un producto característico de la Puna de Argentina, Bolivia y Perú.

Debido a las frías temperaturas que se dan en la zonas de cultivo, estas papas (que pueden confundirse con papines) no llegan a desarrollar un gran tamaño, pero sí concentran una gran cantidad de nutrientes propios de la tierra donde surgen. Las hay de pieles rojas y moradas, coloreadas, bicolores, y de distintos sabores, en una gama que va desde las dulces hasta los neutros.

La fiesta

Para llegar a El Alfarcito hay que comenzar a trepar por la ruta nacional 51, donde la localidad de Campo Quijano es el punto de partida para ingresar a la Quebrada del Toro e ir sumergiéndose en la vegetación que comienza a mutar, al compás del recorrido.

Maciel, productor de la localidad de La Mesada.

Yungas, ríos y tupida vegetación comienzan a dar paso a una fiesta de colores pintados en los magníficos cerros, donde los minerales son la paleta del pintor y la erosión del viento, el agua y los años, descubre formas maravillosas que no dejan de asombrar a cada instante. En este contexto, aparece el paraje El Alfarcito, y la obra de Chifri.

Si bien el sacerdote falleció poco después de la primera fiesta, la tradición se instaló y se repite cada año, estando ya en la onceava edición, y convirtiéndose en una parada obligada en el calendario de julio para Salta, pero sobre todo para la zona de la Quebrada del Toro y sus comunidades de influencia.

La festividad comienza temprano en la mañana con un desayuno comunitario, para luego dar inicio a la tradicional ceremonia de agradecimiento y convite a la Pachamama, donde productores y organizadores del evento agradecen una vez más las bondades de la tierra.

El sacerdote Walter, continuador de la obra de Chifri en El Alfarcito, quien ya se había acercado a las comunidades antes del fallecimiento de quien es referente de aquella obra, comenta: “Empecé a venir visitándolo, y él me pedía que venga. Pero en ese momento era cura villero en Buenos Aires y tenía muchas cosas allá, sin embargo, él decía que yo iba a venir. Cuando muere, me quería venir, pero me pidieron que espere. Al año y medio finalmente puedo llegar y abrazar algo muy fuerte que hay acá, y que tiene que ver con el arraigo, con la educación, y con revalorizar la cultura del cerro, porque este es el proyecto”.

El padre Walter presentando a uno de los conjuntos que participó de la fiesta. 

La obra a la que hace referencia Walter es una escuela secundaria, proyecto que pone el centro en la educación de las comunidades cercanas a El Alfarcito, donde se erigió un colegio secundario al que asisten 130 alumnos y alumnas, que en muchos casos se quedan de lunes a lunes, y a través de la educación buscan revalorizar su cultura, acompañando con proyectos apuntados desde y para la comunidad.

“La importancia de esta fiesta es que muchas veces el progreso se lo toma como irse del lugar de origen a una ciudad, a una supuesta vida mejor, y lo que el padre Chifri buscaba era un progreso distinto, un progreso desde el arraigo. Entonces la fiesta lo que busca es revalorizar lo que ya está en el cerro y cómo hacer para que la gente puede vivir con dignidad con la vida que tiene, quedándose en el lugar. Eso es lo principal”.

Los productores como protagonistas

Los productores se ubican como protagonistas de la fiesta con sus papas andinas, trabajadas durante largos meses inmersos en un clima frío y ventoso, hostil para el ser humano, pero necesario para el producto.

Uno de ellos es Maciel, productor del paraje La Mesada, quien cada año llega a la feria desde su primera edición, “como productores lo más importante es la venta de la papa, que es un producto cien por ciento natural. Es una papa que producimos con arados tirados a mula. Lo sembramos en diciembre y lo estamos cosechando en mayo”.

En cuanto a la particularidades de los colores que poseen las diferentes variedades, Maciel comenta, “indican sabores diferentes y son muchas. Por ejemplo la papa oca mayormente se la utiliza para comida dulce, en cambio el resto se lo cocina para comida salada”.

Burros, mulas y caballos en el traslado de la producción hasta la feria (Imagen: gentileza de Alejandra Burgos).

“Es muy lindo para nosotros llegar a esta fiesta, a este encuentro alrededor de la papa andina”, comenta Maciel con alegría por el encuentro, pero sobre todo por lograr vender sus papas directamente del productor al consumidor.

En otro de los puestos de la feria, que se ubica pegada a la escuela secundaria, se encuentra Paulino Sulca, habitante del paraje La Capilla. “Venimos desde que empezó la feria, ya que somos productores de papa andina”, remarca y agrega: “Nosotros trasladamos el producto a lomo de mula por más de ocho horas para llegar a venderla”.

Ponemos la papa en diciembre y la cosechamos recién en abril. Después tiene un proceso de selección por tamaños, y luego lo traemos a lomo de mula desde La Capilla hasta Santa Rosa de Tastil o hasta Campo Quijano”, cuenta el productor.

No se ve el sacrificio que la gente hace en los cerros”, opina Alejandra Burgos, esposa de Paulino y también productora, "para nosotros significa mucho esta feria, a pesar del trayecto largo que tenemos que hacer, porque además venimos 3 o 4 días antes a preparar todo, porque el resultado está hoy, que podemos vender linda la papa”.

Es importante que la gente sepa y conozca el lugar de donde venimos. Yo no miento, tengo que trasladar durante horas a lomo de mula para estar hasta acá. Tenemos ocho horas desde donde vivimos, que está a 3600 metros sobre el nivel del mar. Allí es una zona donde cruza el camino del Inca”, describe con orgullo Paulino para graficar aún más su terruño.

“Detrás de cada una de estas papas hay mucho amor, porque este producto lleva un proceso de cinco meses, y tenemos que cosechar en el tiempo mas frío y con mucho viento, y para que la cosecha salga, tenemos que estar con la mano en la tierra”, comenta Alejandra.

“Como productor aconsejo a toda la gente del campo que debemos producir esto, porque nos estamos yendo a la ciudad por la falta de venta de los productos. Entonces nuestros hijos se van a la ciudad y estamos dejando caer nuestra cultura de siembra, producción y ganadería, estamos abandonando el campo”, reafirma Paulino Sulca en consonancia con el sentido de la obra del padre Chifri en El Alfarcito, que al mismo tiempo es el motivo del inicio de esta feria y fiesta de la papa andina.

Las palabras de Walter, religioso continuador de Chifri, resuenan en los micrófonos de la festividad como un mensaje que intenta atravesar cerros y tiempos. “Tenemos que animarnos a no tener un único discurso, animarnos a ser distintos pero caminar juntos y buscar el progreso de todos. Ese es el desafío, hacer comunidad. No importa si sos católico, si no sos católico, si sos cura, si sos originario o criollo, lo que importa es que podamos caminar juntos estando todos en una misma unidad”.

El radiante sol que acompañó la jornada comienza a esconderse tras los cerros. Es julio y en la Quebrada del Toro el frío comienza a helar los huesos. Hubo venta, baile, comida, recordación, y todos los condimentos que una fiesta debe tener. Pero sobre todo, cientos de personas que se acercaron a colaborar para que el sueño del arraigo en el lugar donde la vida quiera ser vivida, no se convierta en un imposible para los habitantes de los cerros salteños.