Esta novela, Espacio negativo, es una de las más oscuras editadas en Argentina en mucho tiempo: un atrevimiento de parte de Caja Negra, que echó mano a un autor como B. R. Yeager, 39 años, de escasa pero intensa producción, que publica en editoriales independientes de Estados Unidos y está escribiendo un horror actual, feroz y muy extraño, con influencias que van de Dennis Cooper a Junji-Ito o, más atrás, de Arthur Machen.

Espacio negativo tiene tres narradores adolescentes: Ahmir, Jill y Lu. Los tres viven en la deprimente ciudad de Kinsfield, en New Hampshire. Dos de ellos, Ahmir y Jill, están obsesionados con Tyler, el verdadero protagonista de la novela. Tyler, un chico frágil, delgado y moribundo como los adolescentes de Dennis Cooper, está enamorado de la muerte y de la posibilidad de abrir portales hacia otras realidades, ritual que le viene de familia, porque lo ejecutaba su padre ausente. Tyler, el cuerpo cubierto de cicatrices porque la automutilación forma parte de sus ritos y de su esencia destructiva, es presentado en el hospital psiquiátrico Sisters of Hope, donde está pasando una temporada y conoce a Jill, su sufrida futura novia. Pero antes lo describe Ahmir, su mejor amigo y amante: “Era la forma en que malgastaba su cuerpo. Como si nada. La forma en que se cortaba el torso y los brazos con un cúter. Los días enteros que pasaba sin dormir, tomando pastillas y fumando en lugar de comer. Todo el mundo sabía que Tyler iba a morir joven”.

Todos, no solo los narradores sino otros protagonistas que entran y salen del relato, viven en este pueblo suburbano que ya no es el idilio de césped y casas bonitas que supo marcar la definición de “suburbia” cuando se hablaba de Estados Unidos en la realidad y en la literatura. Hoy, gracias a la pobreza, las drogas, la expulsión de las ciudades, los suburbios son barrios con mucho de desdicha y adicción, con adolescentes aburridos y desesperados que se drogan y juegan videogames y compran armas por internet. Esto también llega a los libros, ya lejos de Cheever. Así son los chicos en Espacio negativo. Tragan antipsicóticos, tocan en bandas sin expectativas, no tienen trabajo, duermen en sofás mugrientos, tienen padres desquiciados o absolutamente adormecidos y negadores. Los de Jill son afectuosos pero inútiles. Los de Ahmed se enteran de los desastres pero no tienen autoridad. La madre de Tyler da miedo: cuando no está armada, derrama gasolina alrededor de la casa. Los de Lu son afectuosos pero no aparecen entender a ese hije, que tiene genitales masculinos pero se percibe mujer, cosa que algunos entienden y otros no: es nombradx de diferentes maneras. Lu es el personaje más misterioso no sólo por su identificación de género que nunca se aclara del todo sino por su sinestesia, su lenguaje poético, su distancia respecto a Tyler, su futuro entrevisto.

Kinsfield, lleno de dealers y de zonas abandonadas y pantanos vive además una epidemia de suicidios. Los cuerpos aparecen colgados del puente, por lo general, pero la gente también se quita la vida de otras maneras. “El suicidio es eterno”, piensa Jill. “Las muñecas siempre están desangrándose. Los pies siempre saltando del puente. La cuerda siempre se queda corta. Nunca se detiene”. Los chicos mueren y mastican o fuman ESPIRA, una droga inventada por el autor, hojas oscuras parecidas al tabaco, cuyo uso permite abrir esos portales a otros mundos. No se trata de una puerta de percepción psicodélica como las de ácido, sino una partida hacia otra realidad donde habitan entidades imposibles de comprender, otros mundos junto al nuestro. Si uno los visita, hasta puede volver de la muerte. Y no diremos más. Sólo que Tyler es adicto a esta droga y que sus rituales -improvisados, intuitivos, muchos sacados de libros de ocultismo, tratados o manuales esotéricos de diversas calidades-- obsesionan a los demás o les son infligidos, depende de quién hable: la novela está estructurada sobre aquellos tres narradores, que intercalan sus pensamientos, experiencias y a veces incluso visitas a foros de internet. El otro personaje, aunque no habla, es Kinsfield, un pueblo contaminado de paisajes desolados y parajes peligrosos. “Las ciénagas estaban turbias por el hedor de los perros muertos e hinchados. Cuando llovía, todo el lugar apestaba a carne podrida y moscas”. Los chicos viven sobre un metafórico cementerio con sus tumbas abiertas y lo transitan en bicicletas mientras cumplen normas absurdas como, por ejemplo, ir a la escuela. Para qué, se pregunta el lector, si aquí no hay futuro.

Como en el ciclo de George Miles del bravísimo norteamericano Dennis Cooper (autor de las míticas The Sluts, Contact o Frisk), este libro también tiene como inspiración a un chico muerto. Es Jamie, a quien está dedicada la novela, uno de los mejores y más viejos amigos de Yeager. “Vivíamos en una habitación muy similar a la de Tyler y Ahmir. Se mató en 2012 y yo me pasé un año tratando de adormecerme y bloquear mi duelo”, contó Yeager en una entrevista con el blog especializado Dead End Follies.

“En 2013 fui a su tumba… Y ahí tuve la idea de una historia sobre un grupo de veinteañeros que vuelven a la tumba de su amigo y descubren que su esencia y podredumbre cambió todo el pueblo. Escribí el cuento pero lo dejé, era malo. Cuando me di cuenta de que no había hecho el duelo de forma apropiada, supe que tenía que escribir sobre eso. Y Espacio negativo se convirtió en este texto que se trata de crear un mundo que está inmerso en la pérdida y la ruina”.

Yeager también es autor de Amygdalatropolis, una novela cyberapocalíptica sobre un adolescente que se encierra en su mundo de pornografía extrema, dark web, foros ilegales, nihilismo y psicopatía, una radiografía del estado de las cosas con una oscura y bella prosa poética y monólogos extremos. También escribe para videogames y publicó la colección de cuentos Burn You The Fuck Alive. Pero Espacio Negativo, editada originalmente en 2020 por una pequeña editorial de Filadelfia, es una novela de horror con sutiles detalles sobrenaturales, clasificable dentro del weird, pero sobre todo profundamente dolorosa. La indiferencia ante el sufrimiento, la crueldad hacia animales y personas, ese pueblo que se hunde y que jamás nadie ni siquiera piensa en salvar: es la anti-novela de iniciación, estos adolescentes están condenados desde la primera línea, quizá estén enfrentándose al fin del mundo (de hecho, eso parece cuanto más se avanza en la lectura) pero Yeager no explica: así sostiene este clima adictivo e implacable, esta nube tóxica, este coágulo literario. No hay comodidad, no hay redención: Espacio negativo quizá no sea una novela para todos, pero su mezcla de violencia, desolación y estados alterados habla de un desgano vital que consume con más eficiencia que la espira y los suicidios. Hasta la huida resulta no imposible, pero inútil, porque los brazos de la oscuridad son largos, fuertes, y están atentos.