Con el título Couturier Du Rêve, -diseñador de ensueño-, una muestra grandilocuente celebra en el Museo de Artes Decorativas de París hasta enero desde 2018 los setenta años de la casa de modas creada por Christian Dior. En el vestíbulo y a modo de altar al New Look (un apodo esgrimido en febrero de 1947 por la crítica de modas Carmel Snow), se exhibe la silueta  en blanco y negro creada por Dior en 1947 y que pasó a definir la silueta de Posguerra con abundancia de metros de tela y la cintura acentuada. La exhibición se complementa con ilustraciones, bocetos, accesorios -de carteras a zapatos Dior- sin eludir los maquillajes de Serge Lutens en sus preciosos packagings, ni los perfumes emblemáticos.

De modo tal que algunos de los sectores del Museo simulan componer las vidrieras de una gran tienda departamental Dior. Agrupadas por colores remixan trajes, chaquetas, vestidos, zapatos y un rouge agrupados según colores, pero también traza un recorrido historicista por los diseñadores que pasaron por la firma luego de 1957, el año en que Dior murió de un infarto -algunas versiones indican que su defunción coincidió con la internación en una clínica para adelgazar donde intentaba redimirse de la gula-. Lo sucedió el joven Yves Saint, cuando tenía 21 años y la firma con el logo CD en dorado continuó años más tarde con la dirección creativa de Marc Bohan, con  Gianfranco Ferré, John Galliano, Raf Simons y desde 2016, celebra el arribo de la primera diseñadora mujer en su historia: la italiana  María Grazia Chiuri. 

A diferencia de Cristóbal Balenciaga -que también en 2017 celebra su aniversario con otra saga de muestras en París, Londres y Guetaria-, Dior no vaciló en que sus diseños se instauraran en una escala más comercial que las de sus contemporáneos en la moda. En 1948, durante un viaje a Nueva York, descubrió copias de sus diseños en las vidrieras de la Quinta Avenida y desde entonces diseñó una estrategia revolucionaria y visionaria en relación al marketing de moda: la venta de sus ideas y licencias a subsidiarias de todo el mundo. Sin duda esa carencia de prejuicios fue exacerbada por los curadores de la muestra Florence Müller y Olivier Gabet, al no vacilar en disponer un rouge junto a una ilustración del  dibujante italiano René Gruau. Antes de abocarse a la moda y luego de estudios de Ciencia Política, debido a un mandato familiar, Christian Dior dirigió una pequeña galería de arte de 1928 a 1934, pero la bancarrota lo llevó a vender sus figurines por escasos francos. La actividad complementaria de galeristas se evoca a través de pinturas, esculturas y documentos de sus favoritos: de Giacometti, Dalí, Calder, Leonor Fini, Max Jacob, Jean Cocteau a Christian Bérard. Muchos de sus trajes tuvieron  alusiones explícitas a la  pintura, la escultura, las telas y las porcelanas.

La muestra recrea además de una caja blanca donde dispuso maniquíes níveos, una vitrina con trajes negros sobre cuerpos de maniquíes esculpidos y pintados en el mismo tono. Asoman además senderos que recrean jardines, con plantaciones que caen desde el techo para cobijar vestidos de fiesta, asoman también seis galerías que reflejan el espíritu de sus sucesores, de la extravagancia de Bohan y de Ferré al punk barroco y desopilante de John Galliano, la mirada minimalista y con telas de alta tecnología del belga Raf Simons y recientemente, el espíritu girl power y feminista de María Grazia Chiuri (nos remitimos a la colección de remeras ya reseñada en el suplemento). La pompa del aniversario Dior remite además a una muestra consagrada a su cartera Lady Dior, celebrada en Taipei; contempla una exhibición llamada Art of color, que enfatiza los maquillajes de la firma así como también sitúa en el calendario de festejos “Dior et Granville”, un recorrido por la casa de la infancia del diseñador, y no vacila en trasladar el imaginario Dior Parfums al Museo Internacional de la Perfumería, en Grasse.