“Sin embargo, decidí sepultar a Atilio en el pasado y, todo el día, vestiría como Peona. Evitaría hacerlo las tardes que iba a la farmacia y de ninguna manera lo haría frente a mi papá”, dice el narrador, Atilio Cupertino, y es justamente el giro inicial, a medio camino de la tragedia, el que contiene la esencia de Risas de mujeres desnudas, la reciente novela de Héctor Jacinto Gómez que surge de una historia cuyo asidero estuvo en la realidad: una mujer separada, con su padre y dos hijas chicas, se muda a Luján y, para subsistir, abre una confitería en los salones delanteros de su casa. Es un completo fracaso y, por una circunstancia casual, un grupo de travestis lo vuelve su refugio y su lugar de encuentro con gauchos, gays y hetero flexibles. Surgirán conflictos con la policía, las autoridades municipales y la iglesia. “Pero como diría Fielding, los ingredientes eran buenos, pero no alcanzaban para hacer un buen plato. Debía operar lo literario y transformarlo en una novela. Ese es el trabajo del escritor: hacer del universo, literatura”, sostiene el escritor Héctor Jacinto Gómez, guionista y productor televisivo, autor de La agitación. 

“Hubo que crear personajes, necesitaban una voz particular, un escenario que los uniera y un tono al texto, lo más difícil. La palabra “risas” en el título ayudó a encontrarlo. Debía ser una novela irónica, sarcástica y, a la vez, narrar un drama. La tragedia era el destino de esas almas que se reunían en ese bar, a pocas cuadras de la basílica. Así surge la voz y el tono de Peona, la protagonista. Su manera particular de ver el mundo y de entender lo que le sucede”. Y lo primero que entendió al decidir escribir Risas de mujeres desnudas es que no quería una historia de víctimas y victimarios, de un grupo más poderoso que maltrata y humilla a otro. “Puede ser muy tentador porque hay conflicto fácil, pero no era lo que me interesaba. La misma protagonista lo enuncia. “Ella, víctima jamás”. Y así se mueve y se desplaza por los escenarios”. Peona se enfrentará a sus compañeros de la escuela secundaría, a su padre, a sus clientas de la farmacia y al grupo que en Luján le prometen palizas. “Y no porque sea inconsciente o no sepa de la adversidad que la rodea. Lo que sucede es que Peona es travesti porque lo decidió. No porque no le haya quedado otra. Ella y su amiga la Christian quieren que se note lo marica. Desprecia y demuestra ese desprecio a quienes quieren humillarla”, dice Héctor Jacinto Gómez. Puesta en diálogo con La agitación, su anterior novela, la actitud de Peona se parece a la de Polaquito, no se somete, enfrenta e intenta torcer ese destino inexorable. El ámbito en la que ambas suceden es parecido. Bares nocturnos en donde se montan espectáculos baratos y en los que, detrás del divertimento y de esa alegría prefabricada, se esconde la tragedia. Pone en evidencia la hipocresía del mundo que lo rodea y parece no ver la realidad que los envuelve.

La organización de una fiesta por parte de Peona en el Café del Almas, cercano a la Plazoleta Antigua Basílica podría pensarse al principio, desde la perspectiva de la gente puritana y moral intachable, como una provocación deliberada; pero la intención no tiene ninguna relación con eso sino con algo mucho más complejo que se irá develando poco a poco por medio de un logrado trabajo estructural en la trama, sus capítulos intercalados se enfrentan a modo de espejo hasta reflejar finalmente la verdad de Peona, esa notable capacidad que tienen ciertos seres de traducir el dolor en amor en el lugar donde debiera nacer el rencor. “ Y él tampoco es el padre que yo hubiera querido y vos tampoco sos el tío que me merecía. Y mis compañeros de colegio tampoco fueron ni lejos los amigos deseados y mucha gente de Luján se ha comportado como una verdadera mierda conmigo. Así que no me jodas más con eso de que soy una vergüenza para todos, porque ustedes fueron una gran decepción para mí. Siempre fui buena y generosa con todos los que me rodearon y ustedes, mezquinos y egoístas y mala gente. Son la mierda de mi vida y sólo supieron causarme dolor y tristeza”, dirá Peona cuando es necesario. La prematura muerte de su hermano será fundamental en su aprendizaje introspectivo porque afuera sólo pareciera existir la hostilidad y violencia. Llegarás a ser lo que debas ser o no serás nada. No hay que pedir permiso ni sentir culpa. El límite es moral, cierto; pero no desde la hipocresía de la sociedad. El límite es no hacerle daño a nadie. Hay otra cuestión para resaltar en esta novela y es la capacidad que tiene Héctor Jacinto Gómez para narrar situaciones durísimas desde el humor, potenciando la ironía o el sarcasmo hasta su límite.

“Me preguntaron muchas veces qué opinaba de la ‘literatura gay’. No es gratuito. Supongo que hay una razón. Mis personajes están atravesados por una experiencia homosexual. Es un concepto donde a algunos los tranquiliza ubicar determinado tipo de historias. No existe la literatura gay, me pregunto a qué se refieren con eso. ¿A autores o a personajes LGBTIQ? ¿Se supone cierta irreverencia en la escritura? ¿Hay un tipo de historias que puede inscribirse con ese rótulo? Yo cuento historias. Lo único que existe es la literatura. Me resulta absurdo pensar que la escritura está determinada. Ni los que editan la supuesta literatura gay saben definir a qué tipo de novelas le dan ese nombre. ¿El resto de las novelas es de género heterosexual? ¿Cuáles son? Suena ridículo. Ni la vida real se manifiesta en compartimentos tan estancos” dice Héctor Jacinto Gómez.

Risas de mujeres desnudas es una de esas novelas que deslumbra por su sensible profundidad. Invierte el orden aparentemente natural de las cosas para volver a pensar sobre la lealtad, la amistad, la ignorancia y los prejuicios, entre otros temas que van más allá de la sexualidad. “Por eso yo creo en esto de escribir historias. Escribir y reírse, a pesar de todo”. Hay una gran diferencia entre el desnudo y la desnudez, acaso la misma distancia que hay entre la risa y sonrisa. Se paga un precio alto por ser hijas e hijos de nuestro propio tiempo, ya lo supo Oscar Wilde.