"De todos los problemas que nos dejó la gestión anterior, hubo una bendición.  Argentina tiene hoy niveles de endeudamiento bajísimos, tanto a nivel de gobierno, de las empresas, como a nivel de las familias". Nicolás Dujovne, ex ministro de Economía. Junio de 2016

El megaendeudamiento ejecutado por el macrismo impuso severas restricciones al manejo soberano de la economía local. En términos cuantitativos, la deuda pública aumentó del 52,6 al 89,9 por ciento del PIB entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019. Pero eso no fue lo más grave.

El incremento del ratio deuda/PIB fue acompañado por un aumento de la proporción de la deuda en dólares; la sustitución de deuda intraestatal, más manejable, por privada; el acortamiento del perfil de vencimientos; la elevación de la tasa de interés promedio; y la reintroducción del FMI como auditor de la política económica. En síntesis, la desmejora no sólo fue cuantitativa sino también cualitativa.

La pésima política de administración financiera comenzó apenas asumió Mauricio Macri. El bajo nivel de endeudamiento heredado que celebraba Dujovne fue revertido con rapidez. En 2016, Argentina emitió el 60 por ciento de la nueva deuda externa tomada en conjunto por todos los países emergentes. La orgía de endeudamiento se profundizó en 2017. Eso incluyó la emisión del bono a cien años acordada con cuatro bancos internacionales (HSBC, Citi, Santander y Nomura), operación elegida como el acontecimiento financiero más delirante del mundo por los lectores del Financial Times.

La última colocación importante en los mercados internacionales fue el 4 de enero de 2018. Ese día, el Ministerio de Finanzas recolectó 9000 millones de dólares. A partir de ese momento el mercado voluntario de deuda quedó clausurado. El jugador que ingresó a “salvar las papas” fue el Fondo Monetario Internacional. En tan solo trece meses (de junio de 2018 a julio de 2019), el prestamista de última instancia desembolsó 44.871 millones de dólares para apuntalar las chances electorales de Mauricio Macri, tal como reconociera luego el ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo Mauricio Claver Carone. En el mismo período, la fuga de capitales alcanzó los 45.100 millones de dólares, drenando las reservas del Banco Central.

La magnitud del préstamo no tiene antecedentes en la historia del FMI. Para tener un punto de comparación, el organismo desembolsó 105.529 millones de dólares a 85 países para financiar los gastos extraordinarios provocados por la pandemia del Covid. En otras palabras, el préstamo total otorgado a la Argentina (57.100 millones) representó más del 50 por ciento de lo destinado a 85 países para afrontar las gravosas consecuencias de la emergencia sanitaria.

Sin perjuicio de eso, el macrismo se reservó otro “logro” más para su despedida: el default de la deuda en pesos emitida por su propia gestión. El “reperfilamiento” de deuda en moneda doméstica, anunciada por el entonces ministro Hernán Lacunza, fue un acontecimiento inédito en la historia argentina.

El episodio Cavallo

Aún con esos antecedentes, la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio emitió un comunicado atacando el manejo de la deuda pública comandado por el ministro Sergio Massa. La conducción opositora se expresó "en contra de la utilización de instrumentos financieros en pesos ajustados en dólares con tasas de interés imposibles de pagar o en dólares a tasas usurarias. Con esto, el Gobierno Nacional no hace más que especular con dejar una bomba de tiempo al próximo gobierno”.

Esa declaración desestabilizadora no hizo otra cosa que blanquear públicamente un discurso propalado por economistas opositores en ámbitos privados. Algunos dirigentes se ocuparon de echar más leña al fuego. En declaraciones radiales, el gobernador radical correntino Gustavo Valdés sostuvo que la deuda en pesos "no es una bomba sino una bomba atómica". En cambio, el ex miembro de los equipos económicos de los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa, Pablo Gerchunoff, tuiteó: "No entiendo cómo radicales que vivieron la campaña de Menem y Cavallo en 1988 y 1989 terminaron firmando el comunicado bombástico de la mesa política de Juntos por el Cambio".

El contundente triunfo electoral de Raúl Alfonsín en 1983 se tradujo en una mayoría oficialista en la Cámara de Diputados. El mapa político se modificó luego de las elecciones legislativas celebradas el 6 de septiembre de 1987. La victoria peronista, con el 41,5 por ciento de los votos, se extendió por todo el país con excepción de la Capital Federal, Córdoba y Río Negro.

En esa elección, la lista de candidatos a diputados por el peronismo cordobés incluyó a Domingo Felipe Cavallo. Esa decisión generó fuerte rechazo en algunos sectores peronistas. Por caso, el mítico dirigente sindical estatal Germán Abdala sostuvo que la presencia del economista de la Fundación Mediterránea en la boleta justicialista era un síntoma de muerte del peronismo.

Por el contrario, José Manuel de la Sota argumentó que Cavallo representaba “un pensamiento económico productivo y de crecimiento que ha calado hondo en el espíritu de los sectores empresarios federales del interior de la Argentina, en quienes no viven a costa del Estado, sino que quieren crecer en una sociedad pluralista, libre, como fruto de su esfuerzo, de su iniciativa y de reglas de juego económicas claras que apunten a la imaginación y a la vocación productiva”.

En su trabajo “El peronismo de Córdoba en los ochenta: la democracia entre las elecciones y el mercado”, el investigador Juan Manuel Reynares explica que “para la Renovación cordobesa, ésta no significaba solamente la consolidación institucional mediante el voto de los afiliados, sino que incluía también reformas de mercado que aparecían como necesarias dentro de una argumentación económica pretendidamente científica. De este modo, la dirección renovadora del peronismo cordobés reconfiguró a este actor político a partir de una progresiva identificación con el discurso neoliberal, ya en 1987”.

El arribo de Cavallo a la Cámara de Diputados incrementó su nivel de exposición pública e influencia en el debate económico. En mayo de 1988, el gobierno radical anunció la imposibilidad de seguir cumpliendo con el cronograma de pagos de la deuda externa. Estados Unidos, por sugerencia de Secretario del Tesoro James Baker, toleró esos incumplimientos mientras presionaba por privatizaciones y reducción del déficit fiscal.

Mientras tanto, el diputado Domingo Cavallo “operaba” para que los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional  interrumpieran los préstamos a la Argentina. El “golpe de mercado” se desencadenó cuando el Banco Mundial suspendió, en enero de 1989, un desembolso acordado de 350 millones de dólares. La devaluación del 6 de febrero de 1989 marcó el final del Plan Primavera.

El periodista Horacio Verbitsky relató en su nota “Cavallo de calesita”  publicada en este diario en julio del 2001 que "en 1989, Domingo Cavallo aconsejó a Carlos Menem que no ayudara al agonizante gobierno de Raúl Alfonsín a frenar la hiperinflación. Entonces, el Poder Ejecutivo imaginaba retóricas fórmulas de acuerdo y concertación para apaciguar el temblor. ‘Que le estalle en las manos. Después será más fácil aplicar las medidas necesarias’ dijo Cavallo”. Cualquier parecido con la realidad no parece pura coincidencia.

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