Por razones históricas, también políticas y culturales, en nuestro continente existe una tradición ligada al concepto de integración de los pueblos y de las naciones. Así lo pensaron Bolívar, San Martín y Artigas, pero también se ha ido recreando la misma idea en diferentes períodos históricos y políticos. La noción de la “gran nación latinoamericana” asomó con fuerza y como propuesta política durante la reciente etapa de gobiernos de raíz popular. Pero también desde antes por necesidades de orden económico que, en algunos casos, dieron lugar a los acuerdos o mercados subregionales como el Pacto Andino o el Mercosur.

La cuestión no desapareció nunca de manera absoluta de las agendas de las izquierdas y de los partidos populares y progresistas en general. Sin embargo muchas de las iniciativas resultaron frustradas por inoperancia propia o por los obstáculos permanentes y el asedio constante de los poderes imperiales en esta parte del mundo. Aun en estas circunstancias, las raíces históricas y culturales comunes, reforzadas también por los movimientos migratorios internos, mantienen latente un nuestros pueblos el sentido de la unidad latinoamericana y caribeña.

Recientemente –y seguramente asociada a las crisis recurrentes y globales- la idea de que “nadie se salva solo” ha vuelto a reinstalar también el debate acerca de la necesaria integración regional que contemple sintonías tanto para el acuerdo como para el disenso frente a los poderes hegemónicos regionales, políticos y económicos. Pero cuando se habla de ello se piensa casi exclusivamente en términos políticos y económicos, y poco se dice –o se hace- respecto de la integración cultural y comunicacional de nuestros países como si estos aspectos fueron autónomos de aquellos o –lo que puede ser todavía más grave- como si comunicación y cultura pudieran separarse de la política y de la economía.

Hoy resulta prácticamente imposible pensar una sociedad democrática, más justa y con vigencia integral de derechos, sin políticas públicas que -con fuerte papel protagónico del Estado- contribuyan a equiparar posibilidades y generen condiciones más equitativas de vida entre ciudadanos y ciudadanas. Por ese motivo pensar en términos de integración regional también lo es de coordinación y complementación de políticas públicas aún por encima de las fronteras nacionales. Poco se ha hecho sin embargo en ese sentido. Un buen ejemplo es el Mercosur donde los avances de integración en términos culturales se limitan a acuerdos de reducido alcance a nivel de las universidades de los distintos países. En otras instancias nada supera la gestualidad protocolar, el intercambio siempre escaso de información y las declaraciones de buena voluntad.

¿Y qué pasa con la comunicación?

Nada distinto a lo que sucede con la política y con la economía. Por las mismas razones por las que no se avanza en materia de integración en otros campos y disciplinas, pero además porque la dirigencia política sigue sin prestarle la debida atención a la comunicación como un espacio que hoy es indisociable de la política. Aun quienes se quejan del sistema corporativo de medios y de sus efectos sobre el sentir ciudadano siguen impulsando estrategias de comunicación –en los pocos casos que éstas existen- que no compaginan, tampoco soportan y complementan, con la labor política y de gestión.

En los años setenta y comienzo de los ochenta del siglo anterior, al amparo de los debates sobre Nuevo Orden de la Información y la Comunicación (NOMIC) y por impulso de la UNESCO, nacieron en la región iniciativas integradoras -sobre todo informativas- en el campo gubernamental. Así creció ASIN (Acción de Sistemas Informativos Nacionales) para vincular en red a las agencias de noticias y oficinas de prensa gubernamentales de la mayoría de los países. A la sombra de UNESCO se creó ALASEI (Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información) y ULCRA (Unión Latinoamericana y del Caribe de Radiodifusión). La crisis de la UNESCO y la derrota político cultural del “nuevo orden” fue la sentencia de muerte para experiencias de poco alcance en el tiempo y escasa penetración en el sistema de medios. En el campo privado y no gubernamental en el mismo tiempo se había creado el “grupo de los ocho” integrado por organismos regionales de comunicación de la órbita de las universidades, del mundo académico, de organizaciones comunitarias y populares dedicadas a la comunicación y radios, televisoras y productoras audiovisuales de las iglesias. Hoy si bien persisten algunas experiencias desaparecieron las articulaciones.

Tanto en el Mercosur como en el Pacto Andino, dos bloques regionales que con limitaciones operativas siguen en pie, nunca se logró plasmar efectivamente redes o mecanismos de integración efectivos para la comunicación y la cultura.

“Nadie se salva solo” y la comunicación es uno de los pilares básicos de la construcción de lo social en cada uno de nuestros países en la necesaria integración de los mismos. En el momento que nuevos gobiernos populares se instalan o comienzan a aflorar en América Latina y el Caribe también es necesario pensar la comunicación como parte esencial del proyecto democrático y de la unidad latinoamericana. Sin comunicación y cultura integrada y transversal la idea de la Patria Grande seguirá siendo un objetivo cada vez más lejano.

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