Entrar al vacío. Esa fue la única ruta que encontró el escritor Kike Ferrari para descifrar, en sus propias palabras, "qué pasó con el hijo de puta de Machi". Diez años atrás había creado a ese personaje despreciable, exponente de una nueva burguesía que destilaba odio por todos sus poros. Un villano con BMW, una colección de trescientas corbatas y diez millones de dólares en el banco, que se encuentra con un cadáver en el baúl de su auto. Y que puso a Ferrari en el centro de la escena policial latinoamericana, con su novela Que de lejos parecen moscas (Alfaguara, 2011). Pasaron diez años en los que, finalmente, el vacío que dejó Machi se le hizo insoportable. Y empezó a escribir lo que se convertiría en la flamante novela que acaba de publicar Alfaguara: El significado del fuego.

Que de lejos parecen moscas era pura presencia, la mirada desquiciada y paranoica de un único personaje. Entonces la contrapartida lógica era la completa ausencia, lo fantasmal –adelanta Ferrari sobre el origen de El significado del fuego–. Una novela que se haga con los bordes, las siluetas que dibuja la yuta en el piso. Un lugar donde no hay contenido, solo hay frontera del personaje”.

Luego de que Machi fuera visto por última vez saliendo del country donde vivía, en su BMW y a toda velocidad, Kike Ferrari vuelve a adentrarse en esa profusa red de corrupción, mafias y poderes subterráneos que ahora se agita ante la desaparición de uno de sus alfiles. Ahora son las voces y las miradas de aquellos que se enfrentan –quieran o no– a la desaparición de Machi, las que se hacen cargo del relato. Jueces, prostitutas, comisarios, guardias de seguridad del country, la propia esposa de Machi, sus hijos, sus secuaces, su suegro, un escritor que investiga los hechos y funciona como alter ego del propio Ferrari. Un abanico de personajes “inolvidables, reales y poéticos a la vez”, en términos de la escritora Claudia Piñeiro. Personajes que reflejan las distancias sociales desde las que se observa –o se esquiva– lo siniestro.

“Quería bordear a Machi alrededor de lo que queda, de los vidrios que fue rompiendo. Le doy voz a más gente y eso es un montón de laburo. Muchas voces en primera persona que deben ser identificables. Para escribir capaz una sola página, tengo que construir un personaje entero”, dice Ferrari sobre el proceso de trabajo. “Uno de los grandes aprendizajes de Paco Taibo II, uno de nuestros grandes maestros, es que no existen los personajes secundarios. Todos tienen que tener una razón de estar ahí. Ninguno está para abrir la puerta”.

En los puntos ciegos de ese entramado de voces es donde el misterio de Machi se vuelve vertiginoso. “Es importante lo que cada personaje sabe, pero mucho más importante lo que no sabe”, señala Ferrari. “La gente se acuerda de las cosas mal. Evocás un recuerdo y las cinco personas recuerdan todo distinto. Ni en el día se ponen de acuerdo a veces. Esas diferencias me interesan mucho y así trabajé los personajes. Si todos recuerdan lo mismo, nadie lo recuerda”.

Entre la pura presencia y el vacío que deja Machi en las dos novelas, lo que se sostiene es una velocidad endemoniada. Si en Que de lejos parecen moscas los hechos suceden en un lapso de seis horas, parece pensar Ferrari, ahora tampoco hay demasiado tiempo. El significado del fuego se revela aquí en un puñado de días: dentro de un auto incendiado a las puertas del restaurante de Machi, en las llamas internas que devoran a una familia patricia, en la luz mala que envuelve un cadáver en medio del campo, en las brasas envenenadas de un país en decadencia.

A medida que avanza, el texto se va enrareciendo por una bitácora que muestra las propias reflexiones y cavilaciones del narrador, en las que Ferrari escribe: “Me interesa conseguir una forma porosa. No quiero que sea pura ficción pero tampoco me interesa ser fiel a los hechos. Quisiera construir una novela de la ausencia con los materiales de la presencia. Un relato híbrido que borronee las fronteras entre géneros”. Una zona opaca del texto que se altera aún más con materiales legales, manuales psiquiátricos, pequeñas historias que van desde dealers del conurbano hasta una estirpe de artistas marciales proveniente de Okinawa.

“Corría varios riesgos, porque las Moscas es la novela con la que mejor me fue, donde los personajes y mi literatura habían funcionado. Podía cagarla”, dice Ferrari sobre las dificultades de volver sobre esa novela que ya tiene en marcha su serie audiovisual y con la que ganó el premio Silverio Cañada a la mejor ópera prima del género negro de la Semana Negra de Gijón, escrita a un ritmo frenético mientras trabajaba por las noches como maestranza de la línea B de subtes. “En esa época bebía la mayor parte de mi tiempo fuera del trabajo y eso hizo que sea un libro tan acelerado”, recuerda Ferrari. “Ahora casi no bebo y la experiencia fue aún más embravecida”.

-¿Se escribe “mejor” de una u otra forma?

-Tengo la sensación de que todas las tareas se hacen mejor sobrio. Y que el mundo es mejor borracho. Pero en las tareas que hacés en el mundo, sos mejor, más eficaz, si estás sobrio. Es como manejar: nadie maneja mejor borracho. Lo que sucede es que te sentís escindido y el mundo es menos hostil. Creo que en la escritura se disfruta de dos maneras distintas. Sos más eficaz sobrio, te perdés menos. No tenés que parar porque te tomaste media botella de whisky… Siempre las últimas páginas del día son horribles y estúpidas, y uno bebe y se excusa diciendo "en esas páginas de mierda hay una gema". Pero esa gema seguramente estaba igual si escribías sobrio y encima dentro de páginas decentes. No aparecen mejores ideas porque uno está borracho. A mí me agarró un cagazo fuerte que hizo que bebiera menos y me pude parar frente al mundo sin cabezal. Pelear sin ese cabezal que es el escabio.

-El hecho policial, en ambas novelas, es el camino que permite develar una sociedad en ruinas. ¿Lo pensaste así desde un principio?

-Escribí las Moscas pensando que era una de tiros, después vi el componente social. Y acá lo vi de entrada. Si había retratado a un representante de la nueva burguesía, la burguesía iletrada de Macri y sus amigos, ahora lo que aparece es la vieja burguesía patricia. Los Peña Braun, condensados en el suegro de Machi. Siempre es mejor ser consciente. Como dice Piglia, uno escribe siempre con un programa. Si sos consciente,  podés matizarlo. De lo contrario, el programa escribe por vos. Yo quiero que en todos los relatos que hago hable la clase trabajadora en algún momento. En las Moscas están los mozos, en Todos nosotros (Alfaguara, 2019) los imprenteros. Acá los que laburan en el country. Me resulta importante darnos siempre un ratito de voz.