La lectura de El grupo, una de las grandes novelas de Mary McCarthy, más de cincuenta años después de su fecha de publicación, no solamente genera placer al leerla como un clásico moderno que es, sino que sigue interpelando al presente del mismo modo en que lo hizo cuando se publicó en el año 1963

¿Quién fue Mary McCarthy? Una buena manera de presentarla es recordar la anécdota que Tomás Abraham reproduce en Situaciones Postales. En ese libro fogoso, repasa dos amistades intelectuales célebres: la que se dio entre el crítico norteamericano Edmund Wilson y el escritor ruso Vladimir Nabokov, y el vínculo epistolar entre Mary McCarthy y Hannah Arendt. Cuenta Abraham que las dos mujeres se conocieron en uno de esos cócteles entre literatos, profesores y poetas que se daban en los departamentos del Upper West Side, en Nueva York. McCarthy era una crítica de teatro picante y locuaz, atrevida y bella, que había sido criada por sus tíos y había nacido en una ciudad con muy poco glamour como puede serlo Seattle. Ahí estaba esa chica, riéndose de medio mundo, hasta que hizo un comentario desafortunado sobre Hitler. Hannah Arendt la cortó en seco. Dijo que decir una cosa así era de pésimo gusto. Porque, según se sabía, Arendt se había salvado de la cámara de gas. McCarthy pidió unas sentidas disculpas y al salir a la calle, Arendt le confesó que nunca había estado presa en un campo de concentración.

La novela El grupo está llena de personajes así. Chicas que se van de boca y se dan la cara dan contra una pared. Dicen lo primero que se les viene a la cabeza sin perder la elegancia ni la retórica. La novela abre con un casamiento y termina con un funeral. El relato se apoya en una serie de situaciones cotidianas que McCarthy analiza apelando a una forma coral, y se abre como un abanico. En cada capítulo se observa cómo ha crecido un grupo de chicas egresadas del Vassar College, una academia (una preparatoria, para nosotros sería una secundaria), prestigiosa y de clase media alta, en donde las mujeres se forman para salir a la vida. En el Vassar las chicas reciben una excelente base cultural, las vuelven expertas en literatura inglesa y las convierten en mujeres propicias para competir en las más altas esferas de la sociedad. Y por supuesto para tener buenos maridos.

El matrimonio que abre la novela es entre Harald y Kay Strong, la chica estrella, la que tiene todo por ganar. Es la más popular que se une en santo matrimonio con una promesa del teatro de Broadway. Ambos irradian futuro y esperanza. El resto de las chicas la miran asombradas y embelesadas. Ahí están Dottie, una chica ingenua que terminará casada con un hombre de Alabama, Lakey, Polly, la más retraída y distante (quizás la que no viene de una buena cuna), Priss, Libby, Corinne y Helena, la más independiente y sagaz de todas. Cada una tiene su propio arco y sus matices. McCarthy, conforme pasan los años, les dedica capítulos para analizarlas. La lectura de El grupo demanda tiempo. El grupo se tiene que leer de un largo saque, como Bajo el Volcán de Malcolm Lowry o El mundo según Garp de John Irving. Si no, no tiene sentido. Porque se pierde la sensación de cercanía que se genera con los personajes. Esa empatía con la que McCarthy las construye, gracias a su mirada feroz y tierna, manteniendo siempre la distancia justa para no reírse de ellas y sin caer en moralismos triviales. Hay que leerla así, de corrido, porque en sus 450 páginas, no solo se encarga de construir y desamar el carácter de sus nueve protagonistas, sino que lo hace sin perder el ojo en la época.

El grupo está ambientado en los años 30, pocos meses después de la caída de Wall Street. La novela, en cambio, fue publicada en 1963. Las fechas en ambos casos son importantes. En los años treinta, el contexto para las mujeres era muy distinto a los años sesenta, en donde se vivía un clima de liberación sexual, un auge potente del movimiento feminista, la aparición de la píldora anticonceptiva, y los primeros escarceos entre el feminismo y la política. El grupo se puede leer en tándem con El cuaderno dorado de Doris Lessing, y el big picture estaría más cerrado. Mientras que a Lessing le interesa bucear y revelar la interioridad de su personaje, McCarthy busca confrontar a sus mujeres con la época. En ese sentido, ha leído y ha aprendido de las grandes escritoras inglesas. De las hermanas Brontë, sobre todo de Charlotte, toma el tratamiento de las pasiones, la locura y el ritmo narrativo. De George Eliot, esboza una mirada social con un análisis minucioso de las actitudes de los personajes cuando son condicionados por el entorno (Middlemarch es una de las grandes novelas corales de todos los tiempos, y un claro eco presente en El grupo).

De todas ellas, es con Jane Austen con quien más le interesa dialogar. Si en Orgullo y Prejuicio y en Sensatez y Sentimientos, las heroínas se debatían entre la racionalidad y las emociones, entre casarse con un adinerado o un duque, o seguir sus ambiciones, formarse y abrazar la libertad como el bien más preciado de todos, las amigas del Vassar tienen un conflicto similar entre la racionalidad y el entorno social. Entre lo que se espera de ellas y lo que ellas esperan del mundo. McCarthy repasa los temas de agenda de los años sesenta para ponerlos en perspectiva: la maternidad (en muchos casos no deseada), la locura (siempre asociada, desde una mirada masculina, a lo femenino) y por supuesto, el sexo y sus derivas; las relaciones matrimoniales y extramatrimoniales, los casamientos por conveniencia, la rutina y la pérdida del deseo, el amor romántico y el amor práctico, el aborto y los anticonceptivos.

¿Cuál es la experiencia que adquieren una vez que tiran las togas al aire del Vassar y se enfrentan con el mundo? Podríamos pensar que la novela es un bildungsroman invertido. Kay y sus amigas terminan la secundaria y deben enfrentar la vida. Pero la vida no tiene nada que ver con lo que han aprendido. Es más dura. Nadie les explicó cómo evitar un embarazo no deseado, cómo es la profilaxis ni para qué sirve. Nadie les dijo que un matrimonio puede fallar y que en ese caso, el divorcio es una opción posible. Y sobre todo, nadie les dijo cómo son los hombres. Así que los personajes de El grupo se entregan, día a día, página a página, a desaprender lo aprendido. Es interesante leer en paralelo, el ensayo de Mary McCarthy llamado “Ideas and the novel” de 1980. Para ella (en resumidas cuentas) la novela había entrado en una franca decadencia de la mano del modernismo literario. Desde Henry James hasta T. S. Eliot, las ideas que habían infectado a la literatura la habían convertido en un arte estéril. Los personajes de James discuten temas que a la sociedad no le interesa discutir. A los escritores les interesa experimentar para demostrar cuan genios son. Los personajes de James, dice McCarthy, no hacen más que decirse los unos a los otros lo inteligentes que son. McCarthy quiere devolverle a la novela el estatuto de información decimonónica. Restituir el peso de lo que se cuenta. Convertirla en un arma potente cargada de presente. Y para lograrlo, había que llenarla de datos y darlos vuelta, investigar y analizar, poner todo en perspectiva. Hacer de la novela una realidad (sin caer en el realismo).

“¿Piensas de verdad que nuestra educación fue un error?” le pregunta Priss hacia el final de la novela a Norine, quien responde: “Totalmente, me ha dejado imposibilitada para la vida”. La historia culmina en los años 40, pero ese “desaprendizaje” (¡qué tentación la de escribir “deconstrucción”!) se vuelve efectivo en los años sesenta, con la fecha de su publicación. Es ahí donde radica su potencia dramática. El humor lacónico explota con su doble sentido. El drama de estas mujeres se convierte en una experiencia, un aprendizaje que sirve para las lectoras y los lectores venideros. Y McCarthty logra que cada nueva lectura se transforme en un nuev lector.