Fue una rutina –mejor dicho, un ritual- que ayudó a combatir el sopor físico y psicológico en tiempos de cuarentena estricta: Teresa Parodi armaba una playlist en el celular, se calzaba los auriculares y caminaba por su casa. Yendo de la cama al living, por decirlo de alguna manera, ambulaba y escuchaba música. Lejos estaba de aislarse. Por el contrario, esos trayectos puertas adentro configuraron una paradoja que delineó la idea de un álbum. El encierro la proyectó mentalmente a paisajes de su origen; más fuerte apretaba la tenaza de la claustrofobia, más cielos y esteros se abrían en su mente. Las canciones surgieron, una tras otra. Aquí está entonces Después de todo, el álbum de pandemia de Teresa Parodi.

El disco salió el viernes y la confirma como una de las más lúcidas e inspiradas cantautoras argentinas. Va de la raíz hacia una modernidad sonora que no cae en el gesto afectado. Si el anterior Todo lo que tengo fue un homenaje a la poesía (con musicalizaciones de poemas de Francisco Madariaga, Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, Elvio Romero, Julio Cortázar, Manuel Castilla y más), Después de todo es el rearmado de una trama amorosa en la devastación. Parafraseando los títulos de esos dos discos, lo que tiene Teresa Parodi después de todo es la palabra. Es su arma: desde ahí se pertrecha.

Acá está, en su casa, rodeada de libros y cuadros. Su mirada trasluce tristeza: la entrevista ocurre días después de la muerte de Horacio González. “Me pegó en pleno pecho. Me sentía muy unida a Horacio. Gran amistad con él y con Liliana, claro. Lo primero que hice cuando asumí en el ministerio de Cultura fue ir a verlo. Armamos una rutina de encuentros al mediodía, cada uno con su equipo de trabajo, para pensar. Horacio fue un pensador, una fuente de ideas, de luz, de conocimientos. Y tenía experiencia en la gestión. Sus criterios amasados en casi una década como director de la Biblioteca Nacional fueron clave en el armado del ministerio”.

Años más, años menos, comparte con González una generación que se dedicó a pensar el país. La militancia de Teresa se erige en la capacidad de construcción. Su tarea es gigante, aún desde el llano. Pero cuida que lo artístico no se mezcle con lo político. “Son cosas diferentes. No está bien mezclar. Cuando fui ministra dejé completamente lo musical”. Cuenta detalles de su compromiso con el Instituto Patria y más ampliamente con el peronismo, pero tiene ganas de hablar de los movimientos internos –y externos- que derivaron en este Después de todo. “Tomo la pandemia como un naufragio mundial. Nos dejó desolados, al borde del abismo. Creo que en los momentos más críticos, los pueblos se aferran a su identidad, y resisten. ¿Y dónde encuentran el nudo de lo que son? En el arte. El arte funciona como un ave fénix. En este naufragio, es la tabla que nos va a salvar”.

Foto: Cecilia Salas

Precisamente Después de todo es un disco que tiene que ver con tu identidad. Describe paisajes y personajes litoraleños y se puede escuchar como un viaje.

-Sí. Caminaba en círculo por el departamento como forma de hacer algún ejercicio físico, y mientras escuchaba música. De pronto advertí que ese círculo por un lado escondía algo rítmico, una forma musical, y por el otro reflejaba una manera de ir hacia mi raíz. Me dejé llevar. Era como un remolino. De chica me enseñaron que si te sorprende un remolino en el río hay que dejarse llevar. Si te resistís, te cansás y te ahogás. Si te dejás llevar, el remolino te lleva a lo más hondo y después te suelta. Sentí eso.

Fuiste a lo más hondo y emergiste.

-Sí, me relajé. No cuestionaba lo que salía. Escribía y escribía: que el torbellino me llevara donde me tenía que llevar. Empiezo con historias más rurales y al final tiro una botella al mar y me reconcilio con lo urbano.

De principio a fin, el disco tiene algo narrativo.

-Yo creo que tiene una estructura narrativa, sí. Qué bueno que lo ves así. Se pueden tomar como canciones aisladas, pero si te fijás bien esconde un relato.

Las dos canciones finales son el desenlace: “Botella al mar” y “”El amor volverá”. La primera empieza con la frase “Ahora que el mundo ha cambiado…” y habla de la desesperanza, de vivir en la ciudad donde no hay flores ni soles; en la segunda la esperanza volvió, y nacieron flores en el balcón.

-Sí, es un recorrido. Llego a la tierra sin mal, me hundo en el paisaje, en los amores, en los dolores, en los oficios de mi pueblo y salgo para tirar una botella al mar.

Como si entraras al agujero de Alicia en el País de las Maravillas.

-Exacto. Hay una puerta que se abre, las canciones se vuelven urbanas. Las dejé ser, no las cuestioné. Y al final, el amor regresa. En ese último tema canta Cecilia Todd, con toda su sensibilidad, toda la hermosura de su voz.

Hablabas antes de lo circular en lo rítmico.

-Bueno, el ejemplo más claro es el tema que abre y que usamos como primer corte: “Distinto”. Es una canción con un ritmo envolvente. Fue clave el arreglo de Manu Sija y Juan Manuel Colombo.

Foto: Cecilia Salas

Resulta tonificante cómo Teresa Parodi –más identificada por el mensaje, por el impacto de la buena canción popular- busca innovaciones tímbricas. Sabe rodearse. Si en Todo lo que tengo fue Ernesto Snajer quien aportó su mirada de productor –con joyas como la sonoridad mántrica india de “Canciones D.H. Lawrence”, sobre el poema de Madariaga-, aquí Teresa convocó a un viejo conocido como Matías Cella y al joven maravilla tucumano Manu Sija. Multiinstrumentista, Sija va de las coplas más austeras al rock progresivo o al jazz blanco de Pat Metheny. “Hace mucho que lo conozco. Siento una comunidad con él. Entiende lo que le pido, lo toma y le da un vuelo tremendo. Es un músico fascinante”. En la famosa “canción circular”, “Distinto”, entre la percusión siempre creativa de Facundo Guevara y frases como “en el naufragio una canción cruza el asombro” que retoma la idea de la posibilidad de una balsa en la tormenta, Sija mete un violín que es, de alguna manera, su marca. Una firma. Pero también distribuye a lo largo del disco instrumentos como el laúd árabe, la mandolina, el bandoneón, el ukelele, la viola.

El disco despliega ritmos definidos como el chamamé, la milonga y el rasguido doble, pero tocados de una manera siempre un poco corrida de lo esperable. “Intenté deliberadamente tocar los ritmos de una forma diferente. Trabajé mucho con los chicos. Lo percusivo, con Facundo Guevara. Quise tocar la guitarra con un sonido diferente; eso lo elaboré con Colombo”. La conmovedora “Pinandí”, “esa guayna a la orilla del camalotal”, dejar entrever un rasguido doble; “Musicagua” dispara destellos de “la tierra sin mal, reino de la luz”, un chamamé con “fuego en el alma”. “Yo buscaba desesperadamente el sol de mi tierra –dice Parodi-. Ese sol que en los esteros parece que no se pone nunca. En las letras, pero también lo busqué en la música. Por eso el arte del disco tiene que ver con la luz, el sol y el paisaje”.

¿Estás cansada de Buenos Aires?

-No. Hace mucho que vivo en Buenos Aires, es cierto, pero siempre vuelvo a Corrientes. Y vuelvo cuando quiero, porque Corrientes está adentro mío. No necesito viajar. Un día le pregunté al poeta correntino Juan José Folguerá, que se había radicado en España, cómo hacía para aguantar tan lejos del pago. Me respondió: “Tengo el río en la sangre”. Yo también.

Con “Milonguita compañera” comienzan las guiños afectivos. La canción está dedicada a Alfredo Zitarrosa y a Raúl Carnota. “La construcción del tema es zitarrosiana, pero cuando cambia a los tonos menores es Carnota, esos vigorosos trazos que metía Raúl cuando componía. Hay otra milonga, hecha sobre la base de coplas de don Aledo Meloni. Por supuesto que conocía el trabajo que hizo Coqui Ortiz, pero el que me contactó en su momento con Meloni fue Motta Luna”.

En “Botella al mar” convocaste a dos de tus nietos: Emilia y Ezequiel Parodi.

-Sí, los hijos de Camilo, que en el disco toca el bajo. Emilia tiene 31 y Ezequiel 33. Han crecido musicalmente y están muy comprometidos con el oficio. Quise darme el gusto de tocar con ellos. Me resultó muy hermoso levantar la vista en el estudio, y verme acompañada por ellos. Tengo el plan de hacer un trabajo sólo con nietos. Vamos qué pasa con la pandemia. Tengo nietos para todos los gustos: Lautaro es guitarrista, Joaquín toca saxo y bajo, Luciana canta, Octavio hace algo más ligado a las músicas urbanas actuales… Evidentemente tiene que ver con la sangre. Aunque yo fui la primera de la familia que desarrolló el oficio de música. Se ve que mis hijos algo recibieron. Había música en casa, y se criaron así. Con mis nietos se replicó la escena.

A esta altura, ¿te sentís una folklorista o una cantautora? ¿Desde dónde escribís? ¿Desde el pago chico, desde la región?

-Soy de una generación que se siente parte de la Patria Grande. Nos formamos escuchándonos los unos a los otros. Aprendimos entre todos. Qué decirte: Violeta Parra fue central en mi vida. O Alfredo. O los brasileños, especialmente Chico Buarque. Yo siento que hago una música de una región cultural muy amplia. No solo la de mi zona, la guaraní, con sus riquezas, sus leyendas, sus lenguas. Me siento emparentada con la América toda. Hay que arroparse en esos sonidos que te pertenecen, apostar a lo que corresponde geográficamente pero sumarse para pensar América en toda su diversidad. La tarea es grande: no hemos hecho ni la cuarta parte de lo que hace falta.

Teresa insiste en una necesidad imperiosa que es personal, pero también colectiva: “Aferrarme a lo que soy. Y, como pueblo, sostenernos en la cultura”. Y vuelve a Horacio González. “Desde noviembre del año pasado nos estuvimos juntando, todo el verano, para un trabajo que se va a llamar ‘Mojones’. Fue una idea genial de Liliana Herrero. Ella estaba fascinada con una canción de Edgardo Cardozo, que hablaba del Martín Fierro. A partir de ese tema se nos ocurrió pensar hitos de la historia argentina, y hacerlos canción. Con la música de Juan Falú y el tramado cultural e ideológico de Horacio, apoyarnos en grandes textos”.

Por ejemplo…

-El texto de Raúl Scalabrini Ortiz sobre el 17 de octubre. Otros sobre los pueblos originarios, sobre líderes populares como Facundo Quiroga, las Madres… Mientras estábamos trabajando ocurrió la muerte de Maradona. Vimos las escenas del pueblo que lloraba, inconsolable… Fue estremecedor. Lo asociamos entonces con otras muertes, como la de Eva, la de Gatica, la de Sandro, la de Néstor Kirchner. Por ahí va “Mojones”. Es sentirse parte de ese pueblo. Lo vamos a presentar en el CCK, pero la fecha depende de cómo evolucione la pandemia. La pasábamos muy bien juntos: Horacio, Liliana, Juan y yo. Como la casa de Liliana es grande, nos sentábamos bien separados y discutíamos fuerte. ¡Pero muy fuerte! ¡Una pena que esos debates no hayan sido grabados!

¿Qué es lo que más extrañás de la “normalidad”?

-Los abrazos. Extraño los abrazos. Y poder cantar en un teatrito, con mis amigas y amigos. Espero que este bicho invisible se vaya, y que la humanidad empiece a tomar otro tipo de consciencia. No se puede ser indiferente al desastre global. Hay familias diezmadas en todos lados. Los miserables van a seguir siendo miserables, pero confío en que con idas y venidas, con contradicciones, empecemos a construir algo nuevo. Para mí el cambio ya empezó.

Las últimas frases que se escuchan en Después de todo son “… Te espero de pie en el umbral / de un sueño que no morirá./ Yo sé que podremos cambiar / noche por claridad”. Luego del remolino que la llevó a una inesperada hondura donde se enfrentó a sí misma, a su origen, Teresa Parodi exhala en un suspiro la posibilidad de una nueva era. Abre las ventanas de su casa, llena de sentido el día después: lucha y reflexión, palabra y acción. Como siempre, Teresa Parodi sueña en grande.