Una ciudad donde el tiempo está roto y un hombre se encuentra frente a su propio cadáver. La telepatía en una habitación cerrada, sobre un cuchillo que se hunde en una torta. Un drone que habilita las percepciones alucinadas de su dueño. Tres hombres que cargan el presagio de un tren inexistente. Una persecución entre ingenios azucareros habitados por leyendas rurales. Un hospital público con pacientes que caminan entre misterios. La ciudad de Asunción convertida en un escenario posapocalíptico, entrelazada a un ensayo sobre los esquemas narrativos de las telenovelas. Un mecánico naval que transmuta con los sutiles desplazamientos de la Tierra. La soledad de tres hermanos sumergidos en los ríos del Delta. Un niño de barro que percibe el mundo para su hacedor. La hipótesis no parece descabellada: en ese bestiario de historias anida un género narrativo llamado nueva ficción extraña. La antología Paisajes Experimentales, que acaba de editar Indómita Luz, la pone a prueba.

“Somos demasiado contemporáneos para saber cómo se van a terminar ubicando estos relatos, esta posible categoría. Pero al ver que había autores locales trabajando en zonas enrarecidas de la literatura, en los cruces entre lo fantástico, el policial, la ciencia ficción, el western, el terror, resultaba evidente que algo nuevo estaba sobre la mesa”, dice el escritor y docente Juan Mattio, quien tuvo a cargo la selección de relatos y el prólogo de Paisajes Experimentales, en donde escribe: “Se trata de artefactos capaces de reunir los zombis de George Romero, la prosa de Úrsula K. LeGuin y las técnicas narrativas de Borges. Creo que ese tipo de interferencias son las que interesan a los autores y autoras de esa antología”.

En el año donde la ciencia ficción se derramó sobre la vida cotidiana, Mattio fue atando los cabos sueltos que encontraba en sus lecturas. Venía de investigar el New Weird –Nuevo Extraño– surgido en Inglaterra a comienzos de este siglo (M. John Harrison, China Miéville, Justina Robson) y las simetrías literarias locales habilitaron la experimentación. Puso en marcha una suerte de concilio extraño y reunió a Yamila Bêgné, Kike Ferrari, Claudia Aboaf, Ever Román, Laura Ponce, Ricardo Romero, Dolores Reyes, Marcelo Carnero, Marina Yuszczuk, Leo Oyola y Betina González. “Todos ellos estaban trabajando con una intención, sea programática o no, de borronear las fronteras de los géneros. Eso es lo que podría definir a la nueva ficción extraña”.

El proyecto prendió enseguida en Indómita Luz, el brazo editorial de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), y las cosas fueron un poco más allá. Paisajes Experimentales funcionó como la punta de lanza de la colección Arqueologías del futuro, dirigida por Mattio y el periodista y editor Marcelo Acevedo. Ya publicaron también Territorios sin cartografiar, de Kike Ferrari (“un dispositivo raro, cuentos que pueden ser leídos como una novela, un extrañamiento de la tradición a través, por ejemplo, de una nueva lectura del mito de origen de Batman o de discursos apócrifos de Sarmiento”), y en los próximos meses la novela cyberpunk Habana underguater (“una ucronía donde la URSS ganó la Guerra Fría e internet es una red donde circulan deidades de la religión afrocubana”), del escritor cubano Erick J. Mota. “Para antes de fin de año tenemos previsto un libro de ensayos”, adelanta Mattio. “La apuesta de la colección es un híbrido entre ficción y teoría que abarque estos temas”.

Entre los once relatos de Paisajes Experimentales –a los que se suma una entrevista al escritor M. John Harrison como apéndice–, el extrañamiento se manifiesta en distintas dimensiones. A veces se trata de un elemento disruptivo que amenaza lo real, como en “El Fantasma y la oscuridad”, de Leo Oyola, que abre una hendija en la noche por la que se cuela una presencia monstruosa. O en “Voy a necesitar que me lo expliquen desde el principio”, de Kike Ferrari, donde una anomalía llamada crackle produce simultaneidades entre el presente y el futuro. Pero también lo extraño se manifiesta como una atmósfera, un clima, una incertidumbre que envuelve los cuentos. Así sucede con el dolor furtivo de tres pequeños hermanos en “Mi Pez”, de Dolores Reyes, y los sueños malditos de “Cajas de Humo”, de Yamila Bêgné. Las coordenadas difusas de la nueva ficción extraña se perciben ocultas en los sótanos de cada relato.

“Estamos en un territorio inestable. En el momento en que estemos muy tranquilos con las categorías hay que pasar al siguiente ámbito, porque se vuelve aburrido”, señala Mattio, que encuentra algunos puntos basales en la literatura de H.P. Lovecraft y de Jorge Luis Borges, a quienes podrían sumarse Phillip K. Dick, Theodore Sturgeon, Silvina Ocampo o Adolfo Bioy Casares. “Es interesante ver cómo se van disolviendo las distinciones entre la 'alta literatura' y el Pulp. En un cuento como 'Osobuco', de Ever Román, que tiene toda la influencia del cine de zombies y a su vez un narrador que reflexiona sobre el género distopía y lo compara con la telenovela, en un procedimiento borgeano. Esos cruces e indistinciones entre vanguardias y materiales de los imaginarios populares generan un hibrido muy particular”.

-¿Hoy hay un escenario más receptivo para este tipo de relatos?

-Tengo la sensación de que desde hace unos diez años, la hegemonía del realismo, que habíamos leído en el post 2001, empezó a deteriorarse. Lo que se abrió después de Okupas, series y ficciones como Tumberos, contando la marginalidad, parece estar agotándose. Y las literaturas fantásticas tomaron cierto lugar protagónico. Kryptonita de Leo Oyola, la literatura de Mariana Enríquez, de Samanta Schweblin. Que a un libro como Cometierra le vaya tan bien, tiene que ver no solo con que hay temas impregnados en la discusión social como la violencia de género, sino también con que el tratamiento fantástico suma algo muy necesario.

-¿Qué es lo que habilita el fantástico en esta época?

-Las épocas suelen generar alianzas con ciertas zonas de la filosofía. La aparición de estas nuevas expresiones literarias están ligadas al pensamiento de filósofos como Mark Fisher. No leería por separado la centralidad que tomó el libro Realismo Capitalista, de Fisher y el hecho de que Mariana Enríquez ganara el Premio Herralde. Fisher ahonda en la reflexión sobre las presencias fantasmales en la realidad, que tiene que ver con el gótico, la tradición de la casa embrujada, las apariciones. Una alianza súper interesante. Confluyen al mismo tiempo en esta sensación de que todos los futuros que no sean neoliberales están cancelados. No hay futuros alternativos, es la victoria de la distopía. Estamos frente a La carretera de McCarthy o a la continuidad sin fin de los procesos neoliberales, sumando tecnología y burocracia en partes iguales. Siguiendo a Fredric Jameson, él dice: "La ciencia ficción es la forma en que una comunidad examina con temor o expectativa su futuro". Y hacia adentro de la ciencia ficción, las distopías ganan por goleada. Es un síntoma muy claro de que hoy tenemos un montón de miedo del futuro.